Narrado por Coral (Azra)
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que el pliegue se abrió. Aquí el tiempo ya no mide lo mismo. Se dobla con el aire, con la intención, con la escucha. A veces pasan días en una conversación. A veces todo un año cabe en una palabra.
Y esa palabra ahora es "Resonancia".
Lo primero que me di cuenta fue que la presencia que llegó desde el pliegue no quería nombre.
—Aún no tenemos uno en su idioma —dijo. O pensamos que dijo.
Fue extraño. Era como si cada uno de nosotros escuchara una versión distinta de lo mismo, pero al mirarnos supiéramos que habíamos entendido igual.
La comunicación no pasaba por traducción.
Pasaba por apertura.
Por afinación.
Charlotte me llevó a la flor que brotó de ella y que ahora seguía creciendo. En sus bordes había empezado a formarse un tejido nuevo. No vegetal. No animal. Algo intermedio. Vibraba en una frecuencia similar a la piedra de Thomas, pero más ligera.
—Ellos están tratando de comprender —me dijo.
—¿El lenguaje? —pregunté.
—No. El gesto de confiar en quien no comparte tus formas.
Y entendí.
No bastaba con escucharlos.
Había que responder.
Dylan empezó a trabajar con frecuencias más sutiles. Registró los cambios del pliegue. Cada vez que uno de nosotros hablaba cerca de él, su contorno se modificaba. No como si lo afectáramos, sino como si nos imitara.
Era un espejo. Pero no de forma.
De vibración.
Thomas decía que era como una piedra que respira.
Samanta, que era un sueño esperando cuerpo.
Jayden, que era una historia ajena que busca lectores.
Yo no sabía qué decir.
Hasta que me habló.
No fue con palabras. Fue con eco.
Una resonancia exacta a la que sentí cuando pronuncié Azra por primera vez.
Y supe que entendía mi vibración.
—¿Quieres aprender de mí? —pensé.
—Quiero aprender contigo —resonó.
Y desde ese momento, algo se alineó entre nosotras.
Me llevó, no físicamente, sino con percepción, a un espacio donde el tiempo no había comenzado a ser secuencia. Vi patrones, no momentos. Gestos sin cuerpo, memorias sin origen, estructuras hechas de sonido puro.
Allí supe que venía de un lugar donde el lenguaje no crece...
se comparte desde dentro.
Como una flor que se siembra en varios cuerpos al mismo tiempo.
Cuando regresé, la flor de Charlotte había cambiado de color.
Ahora era azul profundo.
Como la voz que había sentido.
Y todos nos miramos. Nadie habló. Pero supimos:
ya no era "lo que vino de afuera".
Era parte de la red.
Había florecido dentro de nosotros.
Esa noche, me acosté en el centro del jardín.
No pedí sueño. Pedí conexión.
Y soñé lo siguiente:
Un árbol con hojas de nombres desconocidos.
Un lago con reflejos que no se repetían.
Un grupo de niños sin rostro cantando mi nombre, no como invocación, sino como resonancia.
Azra.
Azra.
Azra.
Y en ese eco, entendí que también yo me había vuelto pliegue.
Un umbral entre lo que fuimos...
Y lo que ahora estamos listos para recibir.
Editado: 08.07.2025