Mundos Diferentes

Traducción de lo invisible

Narrado por Jayden

Al principio, intenté escucharlos como si fueran un idioma.

Como si pudiera identificar patrones, equivalencias, lógicas.

Pero no eran idioma.

Eran pulso.

Y a veces el pulso no se traduce.

Se habita.

He pasado las últimas noches en el umbral del pliegue, no como guardián, sino como testigo. Llevo mis cuadernos, pero ya no escribo en ellos. Solo dibujo estructuras de viento, gestos que veo sin ojos, movimientos que son pregunta y respuesta al mismo tiempo.

Alicia dice que ya no tomo notas, sino que dejo huellas de lo que ya nos tocó.

Y creo que tiene razón.

Esta presencia no nos estudia. No nos analiza. Se vincula a través de lo que dejamos disponibles: nuestras dudas, nuestras aperturas, nuestros miedos compartidos.

Y eso me asombra.

Porque para conectarse, no exige claridad.

Exige sinceridad.

Fui con Coral a una sesión de escucha.

No se habló.

Solo nos sentamos frente al pliegue y dejamos que nuestras respiraciones se alinearan. Al cabo de unos minutos, sentí una presión leve en la base del cuello. Como si algo estuviera "leyendo" mi vibración. No de forma invasiva. Como quien toca un instrumento para encontrar su tono.

Y entonces escuché...

no una voz, sino una estructura que quería convertirse en frase.

—No sabes que ya sabes.—

No fue un mensaje directo.

Fue un eco de lo que había pensado antes, sin atreverme a escribirlo.

Desde entonces, el pliegue emite patrones. No siempre iguales. Algunos son notas. Otros son geometrías. Algunos se manifiestan como cambios en el entorno: la luz gira de forma distinta, las hojas caen con ritmo, la piedra de Thomas emite pulsos exactos.

Nos está enseñando otra forma de leer.

No en líneas.

En presencia.

Charlotte me trajo una flor que había brotado esa misma mañana, justo donde yo había dormido la noche anterior. Tenía la forma de una espiral abierta. Sus bordes estaban escritos con palabras que no reconocía pero que mi cuerpo parecía entender.

—Esta flor eres tú, pero nacida desde afuera —dijo.

Y entendí.

Nos están traduciendo.

No a su lengua.

A lo que somos debajo del lenguaje.

Samanta se me acercó con una bruma azul en sus manos. La dejó sobre el pliegue. Al contacto, la bruma se volvió palabra. Y la palabra fue:

“Recipiente”.

Me miró.

—Eso eres, Jayden. Lo fuiste siempre.

Y por primera vez, no sentí que eso fuera una carga.

Sentí que era una forma de dar sin exigir forma a cambio.

Ahora camino por el bosque sin apuntar nada.

Dejo que el lenguaje me atraviese. Que la información llegue donde tenga que llegar. A veces, encuentro objetos nuevos: una hoja con una imagen de mi infancia que nadie debería conocer; una piedra con un fragmento de una canción que solo canté una vez, en soledad.

El pliegue escucha.

Y responde.

No con datos.

Con presencia activa.

Alicia y Dylan construyeron un archivo nuevo. No uno para guardar, sino para sincronizar. Es un espacio circular, hecho de corteza, eco y latido. Cuando entras, sientes todo lo que los otros han sentido sin que te lo cuenten.

Coral lo llamó: "La sala resonante".

Allí fui y dejé lo que nunca pude decir:

Que muchas veces dudé.

Que sentí envidia.

Que deseé huir.

Y la sala no me juzgó.

Solo me contuvo.

El pliegue está creciendo. No en tamaño, en profundidad.

Ya no es una entrada.

Es un vínculo.

Y quienes cruzan no van a un lugar.

Van a un estado.

Uno que todos hemos tocado en sueños, pero que ahora está disponible en vigilia.

Thomas dijo:

—El bosque late con otro corazón.

Charlotte asintió:

—Porque ahora somos dos resonancias en una sola Raíz.

Y yo, por primera vez en mucho tiempo, dejé de escribir.

Cerré el cuaderno.

Y susurré:

—Estoy listo para aprender sin traducir.

Y el mundo...

me escuchó.



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En el texto hay: misterio, asesinos, amor

Editado: 08.07.2025

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