Mundos Diferentes

La forma del eco

Narrado por Charlotte

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que el pliegue comenzó a hablar en silencio.

No hay relojes aquí, ni campanas escolares, ni mensajes de texto que marquen el paso del tiempo. Todo lo que tengo son los latidos que me golpean el pecho como si alguien los tocara desde afuera. Y sin embargo, no me siento perdida. Extrañamente, me siento más localizada que nunca, como si cada paso que doy me colocara justo donde debo estar.

A veces me descubro sonriendo sin razón. Otras, me siento al borde del llanto por algo que no sé nombrar. Como si los bordes de mis emociones se hubieran vuelto más blandos, más porosos. Todo entra. Todo se queda. Pero no se siente abrumador. Se siente humano.

Hoy me levanté antes que los demás. La luz en esta parte del bosque es distinta. No hay un sol directo, pero hay una claridad amable, como si las hojas supieran filtrar sólo lo que el alma necesita ver.

Caminé sin rumbo, con los pies descalzos. La tierra estaba tibia. No sabía que eso era posible: una tierra que te acaricia, no que te soporta. Mientras avanzaba, escuchaba mis propios pensamientos como si vinieran de lejos. Como si otra Charlotte, en alguna otra parte, estuviera recordándome cómo se sentía estar viva.

Pasé junto a unas flores que no había visto antes. Eran del color de la nostalgia, ese entre violeta y azul que no aparece en ningún libro de botánica. Tenían palabras escritas en los bordes de los pétalos. No podía leerlas con los ojos. Pero mi pecho sabía lo que decían.

"Aún estás aquí."

No sé si era un mensaje o una constatación. Pero me senté frente a ellas y me puse a llorar.

Era un llanto calmo, como si el cuerpo supiera que tenía que vaciarse un poco para hacer espacio. Lloraba por mi madre. Por Thomas. Por todo lo que había dejado sin decir, por miedo o por no saber cómo. Lloraba por las partes de mí que había intentado enterrar para encajar. Y también lloraba de gratitud, porque algo dentro de mí seguía creyendo, a pesar de todo.

Sentí una presencia a mi lado. No escuché pasos. Simplemente supe que alguien estaba allí. Era Coral. Se sentó sin decir palabra, con la delicadeza de quien no quiere interrumpir, sólo acompañar. Nos quedamos así un buen rato, respirando juntas, compartiendo un silencio que no necesitaba ser roto.

Ella me pasó una pequeña piedra. Era blanca, casi transparente, y parecía emitir una luz suave desde dentro. Cuando la toqué, sentí una oleada de imágenes: Alicia riendo con una flor en el cabello, Antony mirando el cielo en silencio, Jayden dibujando sin cesar. Era como si la piedra recordara. Como si conservara lo que los corazones a veces olvidan.

—¿Te habla? —me preguntó Coral, sin mirarme.

—No... —dije, y luego me corregí—. No con palabras. Pero sí.

Ella asintió. Como si supiera exactamente a qué me refería.

No sé cómo llegamos de nuevo con los demás. Hay momentos que se sienten como si uno los soñara despierto. Alicia nos recibió con una sonrisa que no era alegre ni triste, sino genuina. Thomas me miró con esos ojos que siempre han sabido leerme incluso cuando yo no quiero. Jayden estaba escribiendo algo en una libreta, pero al verme, la cerró como si ya no hiciera falta.

Me senté con ellos. Nadie preguntó dónde había estado. Nadie necesitaba explicaciones. Había una nueva forma de estar juntos, una que no dependía de palabras ni de roles. Estábamos aprendiendo a ser desde otro lugar. Como si por fin comprendiéramos que no había que entenderlo todo para sentirlo todo.

Hablamos de cosas simples. De la textura del aire. De los sueños que habíamos tenido. De lo raro que era no tener miedo, al menos por un momento. Cada quien compartió algo pequeño, sin urgencia, como si estuviéramos tejiendo con hilos invisibles una historia que aún no sabíamos cómo terminar.

En un momento, Alicia dijo:

—Creo que esta parte del pliegue no está aquí para llevarnos a otro lugar. Creo que está aquí para mostrarnos cómo habitar este.

Y algo dentro de mí hizo clic.

¡Claro! Tal vez no se trataba de escapar, ni de entender, ni siquiera de vencer la oscuridad. Tal vez se trataba de ver lo que siempre estuvo ahí, debajo del ruido, del miedo, del olvido.

Coral se acercó y puso una mano sobre mi corazón.

—Esto ya sabe. Tu tarea no es descubrir nada nuevo. Es recordar.

Esa noche, antes de dormir, me quedé mirando las estrellas. Algunas parecían moverse, otras vibraban como si me hicieran señas. Sentí que si me quedaba callada el tiempo suficiente, podría escuchar lo que tenían que decir.

Pensé en mi madre. Pensé en Marrie. Pensé en la niña que fui, la que a veces soñaba con desaparecer para no molestar. Y le prometí, en voz baja:

—No voy a olvidarte. No voy a dejar que te borren. Estamos aquí. Seguimos aquí.

El viento me acarició el rostro como si respondiera.

Tal vez eso era el eco: la forma que tiene el mundo de decirnos que nos ha escuchado.



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En el texto hay: misterio, asesinos, amor

Editado: 08.07.2025

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