Narrado por Charlotte
Desperté sintiendo que algo había cambiado.
No fue un sueño lo que me despertó, sino una sensación distinta en la piel. Como si el aire hubiera ganado peso, como si la realidad hubiera dado un paso hacia adelante. Mis manos estaban tibias. No había llanto, ni miedo, ni siquiera esa ansiedad habitual que se esconde tras los silencios. Solo un pulso profundo, como si la tierra misma respirara conmigo.
Caminé hacia el claro, donde el sol apenas tocaba el suelo. Allí estaban ellos: Thomas, Jayden, Alicia, Samanta, Dylan, Coral, Antony, todos en silencio, sentados en un círculo natural que nadie había acordado, pero todos parecían comprender. Me uní a ellos sin decir nada. Éramos como piezas que por fin habían encontrado su sitio.
Jayden fue el primero en hablar:
—Hoy es un día muy importante —dijo con voz baja, pero firme.
Nadie dijo nada durante unos segundos. Fue Samanta quien rompió el silencio.
—Anoche, tuve un sueño diferente. Esta vez, la puerta de la luna se abrió.
Sus palabras flotaron como un susurro entre ramas.
—¿Y qué viste? —pregunté sin poder evitarlo.
—Un espejo. No mostraba mi reflejo, sino a todos ustedes. Pero con un brillo en los ojos... como si supieran algo que yo no. Como si ya hubieran cruzado algo que yo temía.
Alicia se abrazó a sí misma. Estaba temblando. La miré, y nuestros ojos se encontraron. No hacía falta decirlo. Estaba tan asustada como yo.
Coral se levantó y se puso al centro del círculo. Parecía mayor, como si cada día en el pliegue la transformara un poco más en lo que ya era.
—Hoy vamos a preparar el cuerpo. Mañana no debemos resistir. Mañana, el pliegue se abrirá por completo, y cada uno entrará en lo que le corresponde.
—¿Y si no quiero entrar? —dijo Dylan, con voz baja.
Coral no respondió de inmediato. Caminó hacia él, se agachó y le tomó la mano. Sus ojos, firmes pero dulces, lo buscaron hasta que él sostuvo la mirada.
—Entonces el pliegue decidirá por ti. Pero incluso eso será una forma de entrar.
Dylan bajó la cabeza. Su sombra parecía más grande que su cuerpo. Sentí un impulso de abrazarlo, pero me contuve. Algunos caminos se hacen solos.
El resto del día lo pasamos en silencio, realizando movimientos suaves, repitiendo gestos que Coral nos enseñó. No eran rituales con nombres ni normas. Eran movimientos que ayudaban al cuerpo a aflojar lo que ya no servía: viejas penas, heridas mudas, nombres que dolían demasiado para pronunciarlos.
En uno de los ejercicios, teníamos que cerrar los ojos y respirar como si inhaláramos luz y exhaláramos sombra. Al principio me pareció poético, pero abstracto. Pero en la tercera vuelta, empecé a sentirlo: cada exhalación llevaba consigo un peso que ni siquiera sabía que cargaba. El peso de las expectativas. De las palabras que tragué. De los "estoy bien" cuando no lo estaba.
Jayden lloró. Alicia también. Incluso Thomas, que siempre fue el más contenido, tuvo que apartarse por un momento, caminar solo entre los árboles. Yo me quedé quieta, sintiendo las lágrimas en mi garganta, esperando a que fueran agua en vez de nudos.
En la noche, Coral nos dio una pequeña piedra a cada uno. Parecía de sal. Nos dijo que la colocáramos bajo la lengua antes de dormir, que nos ayudaría a no olvidar lo aprendido.
Esa noche, soñé con una versión de mí que caminaba descalza sobre el agua. No se hundía. No flotaba. Simplemente caminaba, como si el lago fuera suelo. En la orilla estaban todos los demás, pero no me llamaban. Solo me veían. Y sus miradas no juzgaban ni alentaban. Solo estaban.
Cuando desperté.
Todos nos vestimos de blanco, sin que nadie lo propusiera. Fue espontáneo, como si lo supiéramos desde antes. Como si el cuerpo hubiera leído una instrucción antigua.
Nos dirigimos en silencio hacia el centro del bosque. No era un punto geográfico. Era un punto vibracional. Ahí donde la niebla se volvía suave, y el canto de los árboles parecía afinarse.
Había un círculo de piedra. En el centro, una figura tallada: un ojo con una estrella adentro. Alguien dijo que era el símbolo del origen. Otro dijo que era el final. A nadie le importó tener razón.
Nos tomamos de las manos. Coral comenzó a hablar:
—El pliegue no está allá afuera. No es una grieta en el cielo. Es una grieta en la percepción. Y hoy, esa grieta se hace camino.
La figura en el centro comenzó a brillar. No como una luz artificial, sino como una claridad que recordaba. Las piedras temblaban. Nuestros cuerpos también.
Una voz, que no era voz, resonó en todos:
"Ahora pueden entrar. Pero deben elegir desde la raíz, no desde el miedo."
Vi a Jayden dar el primer paso. Luego Samanta. Alicia me miró y sonrió. Sus ojos ya no tenían sombra. Thomas me apretó la mano, y entendí que no necesitábamos hablarnos. Que ya nos habíamos dicho todo con la piel, con los silencios compartidos, con las veces que simplemente estuvimos.
Entramos.
El mundo no se disolvió, pero se abrió. Como si camináramos por dentro de un recuerdo antiguo. Vi fragmentos de mi infancia. Escuché la voz de mi madre. Sentí la risa de Marrie. Vi a la niña que fui dibujar en una esquina del patio, cantando bajito.
Pero también vi a Dylan en un campo de ceniza, a Alicia encerrada en un cuarto sin puertas, a Samanta flotando en un lago sin fondo. Cada uno vivía su propio pasaje. Yo también.
Me vi a mí misma sosteniendo una versión rota de Charlotte. La abracé. Le dije que estaba bien no haber entendido antes. Que el dolor no la había manchado. Que lo que importa no es no romperse, sino aprender a juntar los pedazos con ternura.
La versión rota se deshizo en luz. Y yo seguí caminando.
Al final del pasaje, todos nos encontramos en un claro.
Ya no vestíamos de blanco. Estábamos llenos de colores que no existían antes. El pliegue no nos había transformado. Nos había devuelto.
Editado: 08.07.2025