Narrado por Thomas
Hay algo que no se dice lo suficiente sobre el silencio: que también tiene capas. Hay un silencio que aplasta, otro que incomoda, otro que cura, y otro que, como ahora, simplemente está.
Desde que salimos del pliegue, he estado más callado de lo habitual. No porque no tenga nada que decir, sino porque por primera vez siento que mis palabras no son imprescindibles. Que hay algo más grande que se está diciendo en nosotros, sin hablar.
Anoche soñé con mi padre. Estaba en nuestra vieja cocina, limpiando una taza de café con un trapo. No dijo nada, pero me miró como si siempre hubiera estado esperándome. Me desperté sin miedo, con una sensación extraña de perdón.
Creo que eso es lo que me ha dejado el pliegue: no certezas, sino reconciliaciones. Con el pasado, con los otros. Conmigo.
Esta mañana, Coral nos propuso quedarnos quietos. Literalmente. Nada de caminatas, ni ejercicios, ni rituales. Sólo estar. En silencio. Juntos.
Pensé que sería fácil. Pero el cuerpo, cuando no está haciendo algo, empieza a gritar lo que la acción suele silenciar. Me picaba la pierna, me dolía el hombro, me molestaban pensamientos que creía superados. Pero poco a poco, esas voces se fueron apagando. Como si entendieran que no iban a ser expulsadas, sino escuchadas.
Charlotte se sentó a mi lado. No dijo nada. Sólo dejó que su presencia hiciera de ancla. Ella siempre ha tenido esa capacidad: estar sin imponerse. Me hizo recordar las primeras veces que hablábamos, cuando todo esto era sólo un eco, una pintura, una posibilidad remota.
Jayden estaba al otro lado del círculo. Parecía estar dibujando con los dedos sobre la tierra. Alicia, muy cerca de Coral, con los ojos cerrados, la respiración acompasada. Dylan recostado, mirando el cielo como si esperara una respuesta escrita en las nubes.
Yo cerré los ojos. Y esperé.
Fue en esa quietud donde ocurrió.
Una vibración mínima, pero clara, comenzó a recorrer el suelo. No era un temblor. Era algo más profundo, más interno. Como si la tierra misma nos estuviera diciendo: "Estoy aquí, los escucho".
Nadie se alarmó. Nadie habló. Era como si lo hubiéramos estado esperando.
La vibración trajo con ella una imagen. No sé si fue un sueño, un recuerdo, o una visión compartida. Pero de pronto, todos parecíamos ver lo mismo: un árbol de luz en medio de un vacío. Sus ramas no eran ramas. Eran caminos. Y cada camino llevaba a un rostro, una voz, un gesto. A todos los que habíamos amado, perdido, olvidado. A todo lo que habíamos sido y dejado de ser.
Vi a mi madre. Joven. Sonriendo como cuando cantaba en la cocina. Vi a un niño que alguna vez golpeé por miedo a parecer débil. Vi a mis versiones pasadas, una tras otra, mirándome sin juicio.
Y sentí un perdón sin palabras. Como una lluvia fina sobre la memoria.
Cuando abrí los ojos, Charlotte lloraba. Alicia tenía las manos sobre el pecho. Dylan reía en silencio. Jayden había escrito algo en la tierra: "No estamos rotos. Sólo abiertos."
Coral dijo:
—Esa fue la segunda apertura. El eco respondido. Ahora, queda una más.
Nadie preguntó cuándo sería. Nadie necesitaba saberlo. Lo importante era que estábamos listos para ella.
Esa tarde, decidí caminar solo.
No porque quisiera alejarme, sino porque algo en mí necesitaba moverse. No avanzar, sino fluir. Seguir la intuición del cuerpo. Me interné entre árboles que parecían nuevos, aunque juraría haber pasado por ahí antes.
Llegué a un pequeño estanque. El agua era tan clara que se podía ver el fondo, pero reflejaba el cielo de una forma que no parecía lógica. Como si mostrara un cielo distinto, uno que no pertenecía del todo a este mundo.
Me senté y observé. Durante horas, quizás. En ese reflejo, comencé a ver escenas que no reconocía: un futuro posible. Caminos que podría tomar. Decisiones aún no hechas. Vi una casa de madera, vi niños corriendo, vi libros escritos, manos tomadas, miradas compartidas. Vi soledad también. Y despedidas. Pero no había miedo en esas imágenes. Solo posibilidad.
Comprendí entonces que el pliegue no había venido a salvarnos. Había venido a mostrarnos que podíamos elegir. Y que elegir con el corazón limpio era el verdadero milagro.
Regresé al anochecer. El grupo estaba alrededor del fuego. Esta vez, hablaban. Ráfagas de palabras, risas, recuerdos. Me senté junto a Charlotte, y ella apoyó su cabeza en mi hombro. No dijimos nada. No teníamos que hacerlo.
Jayden se levantó, con un cuaderno en la mano. Dijo:
—Quiero leerles algo. No sé si es un poema o una carta. Pero es lo que siento.
Y comenzó:
"No somos los mismos. Y sin embargo, aún nos reconocemos.
Nos vimos al otro lado del espejo, y no huimos. Nos quedamos. Sostuvimos la mirada. Y en ese reflejo, encontramos no sólo heridas, sino caminos.
Ahora sabemos que no hay un solo final, ni un solo nombre para la luz. Que el amor no es ausencia de miedo, sino su transformación.
Que estamos hechos de fracturas, pero también de fuego.
Y que el silencio... el verdadero silencio... es donde empieza todo."
Cuando terminó, todos permanecimos en silencio.
No porque no hubiera nada más que decir.
Sino porque todo, por fin, había sido dicho.
Esa noche, dormimos juntos. No apretados, pero cerca. Como estrellas que, aunque lejanas, orbitan la misma canción. Y al cerrar los ojos, sentí que algo profundo se había alineado en mí.
Ya no tenía miedo de recordar. Ni de olvidar. Ni de amar.
La quietud después del trueno no es ausencia.
Es presencia total.
Editado: 08.07.2025