Narrado por Charlotte
Desperté con el sonido del reloj.
No era un sonido extraño. Era el mismo tic-tac de siempre, pero esa mañana me sonó distinto, como si viniera desde muy lejos, o desde muy adentro. Me quedé quieta bajo las sábanas, con los ojos abiertos, tratando de sostener el último fragmento del sueño que se deshacía lentamente.
El pliegue.
La luz suspendida.
Los círculos.
Jayden escribiendo en la tierra.
Alicia bailando sin moverse.
Dylan llorando sin culpa.
Thomas con las manos extendidas al cielo.
Samanta con una flor sobre el pecho.
Y Coral... Coral desapareciendo sin irse.
¿Soñé eso?
¿Todo fue un sueño?
Me incorporé con lentitud. La habitación estaba exactamente igual. El espejo frente a la cama. La planta en la esquina. La mochila apoyada en la silla. Ninguna señal de que había estado fuera. Ninguna prueba de que algo había pasado.
Y sin embargo, algo... en mí... no estaba igual.
En la cocina, mi madre me saludó con normalidad.
—Buenos días. ¿Dormiste bien?
—Sí... —dije—. Tuve un sueño... raro.
—¿Otra vez con esas cosas?
Le sonreí débilmente. Ella no creía en nada de lo que no podía tocar.
Mientras untaba mantequilla en el pan, me observaba de reojo. Como si intentara comprobar que yo era la misma. Tal vez lo era. O tal vez no. ¿Cómo se ve alguien que volvió de otro plano de existencia?
Salí a caminar. Sin rumbo.
El sol estaba alto, pero no me daba calor. Las calles eran las mismas. Los letreros, los árboles, las banquetas rotas, el mismo perro dormido frente a la panadería. Pero todo parecía... lejano. Como si el mundo estuviera un par de centímetros más allá de donde yo podía alcanzarlo.
Mis pies me llevaron al parque.
Me senté en la banca de siempre. Pintura verde, descascarada. La misma donde una vez me senté con Jayden a hablar del tiempo y de las cosas que no sabíamos decir en voz alta.
Cerré los ojos.
Por un instante, el viento sopló igual que en el pliegue. No fuerte, no frío. Solo presente. Como si acariciara.
Abrí los ojos.
Una hoja en el suelo, escrita a lápiz, doblada en cuatro.
"La primera puerta se abre en el cuerpo.
La segunda, en el recuerdo.
La tercera... no se abre. Se convierte."
No había nadie alrededor. Ni niños jugando, ni adultos caminando.
Solo yo.
Y esa hoja.
Volví a casa más confundida que antes.
No quería decirlo en voz alta, pero una parte de mí empezaba a considerar que nada de lo vivido había sido real. Que tal vez había estado dormida por días. Que todo —la casa, la pintura, los símbolos, Coral, el pliegue— había sido una construcción mental. Un refugio. Un delirio.
Y sin embargo... había huellas. No físicas. No objetivas. Pero mías.
Soñaba con símbolos. Despertaba con canciones en la garganta. Tenía frases en la piel, como si mi cuerpo recordara antes que mi mente.
No podía negarlo: algo en mí sabía.
Abrí el cajón del buró. Había una libreta olvidada.
La última vez que la había tocado fue antes del 24 de septiembre.
La abrí.
La primera página estaba en blanco.
La segunda también.
Pero en la tercera, encontré una línea escrita con mi letra:
"No sabíamos que ya sabíamos."
Me quedé mirándola mucho rato. No recordaba haber escrito eso. Pero era mía. Lo supe.
Pasé otras páginas. Y encontré un dibujo a lápiz: un ojo dentro de una estrella.
Lo mismo que estaba en el centro del claro.
El símbolo del pliegue.
El aire en la habitación se volvió espeso.
Algo estaba pasando.
O había pasado.
Decidí buscar a los demás.
Llamé a Jayden. No respondió.
Escribí a Alicia. Mensaje leído. Sin respuesta.
Fui a casa de Thomas. Su madre me dijo que no lo había visto desde la semana pasada. Que creía que estaba en casa de Dylan. Pero Dylan tampoco aparecía.
Como si el mundo se hubiera tragado sus nombres.
O como si... nunca hubieran estado.
Esa noche tuve un sueño.
Caminaba por un pasillo blanco, largo, sin puertas. Al final había un espejo. Me acerqué. Vi mi reflejo. Pero detrás de mí estaban ellos. Todos. Sonriendo. Sin hablar.
Me giré. No había nadie.
Volví a mirar el espejo. Seguían ahí.
Y entonces Coral apareció. No detrás, no reflejada. Apareció junto a mí.
Me tomó la mano.
—No se trata de si fue real —dijo—. Se trata de lo que eliges hacer con lo que sentiste.
Quise preguntarle más, pero desperté.
Al día siguiente, encontré algo más.
Volví al claro del bosque. El mismo lugar. Mis pasos lo recordaban aunque mi memoria no supiera cómo. El cielo estaba nublado. El aire húmedo.
En el centro del claro había una piedra.
Una sola.
Sobre ella, una flor seca.
Violeta.
La misma que dejé antes de cruzar el pliegue.
Y entonces entendí:
Tal vez todo fue un sueño.
Pero ese sueño me dejó marcas.
Y si el sueño puede dejar algo en el mundo,
¿entonces acaso no es real?
Empecé a escribir de nuevo.
Ya no para entender.
Sino para no olvidar.
Lo que soñé.
Lo que sentí.
Lo que fui.
Lo que todavía podría ser.
En la última página, escribí:
"Si todo fue un sueño,
entonces soñar también es una forma de vivir."
"Y si fue real,
entonces vivir es una forma de soñar."
"Y yo...
no necesito distinguirlo."
Hoy es 23 de septiembre.
Un año ha pasado.
Estoy sentada en la misma banca del parque.
Los niños juegan. Las madres conversan. El mundo sigue igual.
Pero yo... ya no soy la misma.
Cierro los ojos.
Y aunque nadie lo nota, siento algo.
Una vibración suave.
Una voz sin sonido.
Un eco que regresa desde lo profundo de la piel.
Me río sola. Porque sé lo que viene.
Mañana será 24.
Editado: 08.07.2025