Emily
Tesoro era una señora de sesenta y cinco años, cuando a ella le daba pereza sacar a su perrita me llamaba a mi (eso era prácticamente casi todo el tiempo), como por ejemplo hoy. Cuando llegué me abrió la puerta, nos saludamos, intercambiamos un par de palabras y luego saqué a su perrita. Cuando sacaba a la perrita me ganaba una propina y también me relajaba hacerlo. La perrita se llama Linda, y es tan chiquita y linda, es blanquilla y con mucho pelo.
Cuando llegamos al parque, le quité la correa para que corra y haga sus necesidades ( que luego yo tenía que recoger ), me senté en el césped debajo de un árbol viendo como la perrita corría y conocía perritos.
Y entonces escuché una voz lejana que gritaba mi nombre, cuando volteé a ver quien gritaba me di cuenta de que era Max.
Llegó a mi lado y yo volteé mi cara a otro lado, él le soltó su correa a su perrita Sasha (era un lobo siberiano), la perrita se acercó a mí y me lamió, yo la acaricié y luego se fue corriendo. Max se sentó a mi lado, no tan cerca.
—¿Y cómo has estado? —me preguntó Max, parecía triste.
—No sé, creo que un poco rara. —dije mirando a los perritos corriendo. La verdad es que no quería hablar con él después de todo lo que pasó, pero creo que era necesario. —¿Y tú?
—Nada bien. —me dijo agachando la cabeza. —Lo siento por todo, Emily. —levantó la cabeza y me miró.
—Está bien. —dije apartando la mirada de sus ojos.
—Deberíamos hablar de lo que pasó. —dijo serio.
Volteé a mirarlo. —Yo no quiero hablar de nada. —dije enojada.
—¡Escúchame! —y antes de que dijera algo más lo interrumpí.
—No, ¡tú escúchame!, —me levanté—. ¡No quiero hablar de todo esto porque….!
Él se levantó.
—¿Por qué? ¿Por miedo? ¿A qué? DIME A QUE.
—¡No te atrevas a gritarme!. —me comenzaron a salir lágrimas.
Él se acercó y con su pulgar me secó las lágrimas. Se acercó a mí oído.
—Yo te quiero, Emi. —me agarro las mejillas, se acercó a mí boca, e intentó besarme pero yo puse mis manos en su pecho y lo empujé hacia atrás. Me agaché a agarrar la correa y me dirigí con pasos rápidos a donde estaba jugando la perrita, él me siguió. Le puse su correa a Linda.
—Escapar del pasado no te va a ayudar en nada.
Salí corriendo con Linda, sin mirar atrás, sabía qué él no me seguía. Yo sabía que no me iba a seguir, porque lo conocía, sabía qué tipo de persona era, pero siempre sentí que jamás lo conocí bien.
Tenía razón al decir que escapar del pasado no me iba ayudar en nada, pero me dolía y no quería recordar todo eso, no quería volver a recordar, bueno por ahora no.
Cuando llegué a la casa de la señora Tesoro me preguntó si estaba bien y la intenté tranquilizar con un par de mentiras. Luego de eso fui a la biblioteca, cuando llegué saludé a la señora Carmen. Agarré un libro y comencé a leer, pasaron segundos, minutos y horas, cuando abría un libro me perdía en el completamente.
Luego de un par de horas la señora Carmen se acercó a mí para decirme que ya iban a cerrar la biblioteca. Me despedí de ella y me fui, siempre cierran a las 6 p.m., y siempre me quedaba hasta la hora de cerrar.
Tomé un taxi para casa, cuando llegué quise primero pasar a saludar a Alfredo. Toqué su puerta y me abrió. Nos saludamos y me invitó a entrar.
—¿Adivina quién me vino a visitar? —me dijo Alfredo.
—La verdad no tengo ni la menor ide… —no termine de completar mi frase porque me quedé viendo al chico de los ojos hermosos, estaba parado en la cocina y me estaba sonriendo, su ropa era toda negra.
—¿Te acuerdas de mí, Em? —me dijo sonriendo.
Él abrió sus brazos y yo lo abracé, sin pensar mucho.
—Pensé que nunca más te volvería a ver. —le dije en bajo solo para que los dos escucháramos y entre sus brazos.
—Yo al venir aquí pensé en ti. —me susurro.
Poco a poco nos fuimos soltando del abrazo.
—Te traje algo. —me dijo.
—No era necesario.
—Yo creo que sí.
Él se fue a la sala y luego vino con unas cosas a la cocina.
—En realidad, les traje algo para los dos.
Me dio una bolsa mediana a mí, y a Alfredo otra. Dentro de su bolsa sacó un vino. Dentro de mí bolsa saqué un libro, el cual me pareció un hermoso detalle, pero en la bolsa había algo más y era una cajita pequeña, la abrí con cuidado y adentro había un hermoso collar.
—Todo esto es muy hermoso, Liam. Gracias. —lo miré con una sonrisa y él hizo lo mismo.
—Bueno hay que probar el vino, ¿les parece? —dijo Alfredo.
Todos nos fuimos a la sala, y Liam comenzó a servir en las copas.
—Yo no bebo. —le dije antes de que me sirviera.
Solo asintió, y se sentó en el sillón a mi lado a tomar el vino con Alfredo. Todos hablamos y contamos anécdotas, chistes o lo primero que se nos ocurrirá.
Luego de un largo rato de estar riendo y hablando, sonó mi teléfono.
—Voy a contestar, es mi mamá. —le dije a Alfredo y Liam, ellos solo asintieron.
Me alejé y contesté.
—Hola, mamá.
—Emi, tienes que venir al hospital. —me dijo tranquila.
—¿Qué es lo que pasó?
—Es Max.
Colgué y me acerqué a Liam y Alfredo.
—Me tengo que ir. Lo siento. —dije un poco triste y avergonzada de irme. Quería seguir aquí pero si Max estaba en el hospital era por algo, y para que mi mamá me llamase, eso quizás ya me preocupaba.
—¿Está bien todo? ¿Pasó algo grave? —me dijo Liam preocupado.
—No es nada grave. —le dije con una sonrisa pero creo que eso no lo tranquilizaba.
—¿Quieres que te acompañe? —se ofreció Liam.
—No te preocupes. Debes estar cansado después de un largo viaje. —le dije.
—¿Segura? —Su preocupación me agradaba, y tampoco quería ser maleducada y rechazarlo.
—Está bien, acompáñame. —Él se levantó, y nos despedimos de su abuelo.
El hospital no estaba muy lejos, así que fuimos caminando, y así a Liam le enseñaba todo sobre Mánchester.