Una muñeca de cristal, la chica la cual por dentro estaba destrozada, solo faltaba un toque o la mínima caída para romperse.
-Haidee, solicitan tu presencia. Llego tú prometido-aviso Steven.
¿Tenía prometido? Eso era lo de menos, ocupaba bajar, pensé.
-Dile que ahora bajo-volteo a verlo. - ¿Es mayor?
-Prefiero que usted lo vea, señorita. ¿Puedo retirarme?
Asentí.
Sigo con mi vista en el espejo. Me acerco más a él, comienzo a ver todos mis desperfectos.
-Si tan solo tuviera menos cachetes, una nariz más pequeña, si tan solo fuera lo que yo quisiera-hablé para mí. Comencé a ponerme el vestido que me había dejado mi madre. Era un vestido color tinto, ajustado de arriba y flojo de abajo, llegando a mis tobillos. Al ponérmelo noté que yo no era la chica ideal, ni siquiera lo que yo quería ver.
Quería mi realidad ficticia.
Al estar completamente lista, camine a la puerta del cuarto, agarre la perilla.
No es el momento de querer llorar, pensé.
Solté todo el aire que estaba conteniendo y con todo el valor, salí de mi habitación.