“El sufrimiento es necesario hasta que te das cuenta de que es innecesario”—. Eckhart Tolle.
Las sombras del pasado aún se siguen filtrando en mi presente. Me van torturando con risas y frases que le bajan la autoestima hasta el más seguro de sí mismo. Van profiriendo oraciones como:
—No eres ni serás suficiente.
—No sirves.
— ¿Por qué no acabas de una vez con todo?
—Ríndete de una vez porqué siempre estaremos aquí.
— ¿Acaso no ves que nadie jamás podrá notarte?
— ¿No puedes darte cuenta de que nunca podrás darle a alguien lo que realmente quiere?
—Déjate atrapar de una vez por ésta hermosa oscuridad fría que te ofrecemos.
Hay tantas de ellas que ahora mismo no puedo recordarlas del todo. Solo sé que cada día aumentan su nivel de humillación y desamor. Que en sueños eran basadas en imágenes nítidas que aún siguen paralizándome, y que grite aterrada, de manera silenciosa, pidiendo temblorosamente los brazos sobreprotectores de mi progenitora. Porqué me hacen recordar la voz cargada de deseo, las caricias bruscas que penetraban mi piel y dejaban marcas que nadie jamás notó. Estancadas que imitaban la de una penetración, y una respiración pesada en la base de mi cuello que hasta la actualidad sigue erizando mi piel. Y sin duda alguna, mi memoria aún puede traer a la vida cada una de aquellas frases susurradas en medio del horroroso acto. Pero solo hay una que hasta la luna de hoy me sigue atormentando, y paralizando de forma inefables. Cuando estés dispuesta a abrir tu corazón y algo más, siempre voy a estar ahí, para recordarte que me perteneces, y que siempre lo vas a hacer.
Hasta ahora, no se había equivocado, porque aún he de repeler cualquier tacto, aunque he empezado a amar mi cuerpo justo como es ahora. Con todos sus kilos demás, pies destruidos por las largas horas de bailes contemporáneos que me inflijo a mí misma, manos pequeñas y con una de ellas con una diminuta cicatriz por viejas y divertidas batallas fraternales. Labios medianamente llenos y rojizos por tanto mordérmelos, ojos de un marrón común con un brillo para nada ordinario, melena larga y oscura que por fin decidí cambiar el típico de corte por otro más normal para que se note la abundancia de mi cabellera. Brazos anchos y piernas gruesas un poco llena de líneas blanquecinas. Glúteos para nada extravagante, que cubro diariamente con pantalones ajustados que ocultan más de aquellos trazos en color blanco.
Aprendí a aceptarme justo como soy, con mi mal humor, y temperamento pesado y cambiante. Dejé de buscar un amor que tuviera un significado, y que fuera la ilusión de algo más, porqué recordé que cuando lo encontré por primera vez, ni siquiera sabía que algo como eso existía, así que ahora estoy sentada en una banca, dejando que el partido se desarrolle y yo soy solamente una espectadora que espera pacientemente, que algún jugador me note entre la multitud bulliciosa y deseosa de atención.
Ahora solo me encargo de evitar los lugares que antes solía visitar, mientras me enfoco en sobrevivir a lo que está por venir. Finalmente, dejando que el destino me sorprenda con lo que ha preparado para mí.