Muñeca de Porcelana

5. Primaria.

 “Ellos no quieren que actúes de cierta manera.

Ellos no quieren que pienses de cierta manera.

Porqué así eres fácil de entender.

Porqué así, no supones una amenaza para ellos”

—. Veronica Roth.

De niños soñamos, los varones, que serán unos power ranger, y las niñas unas princesas de un país encantado. Curiosa y graciosamente, yo tuve de ambos, aunque ganaban la batalla las anhelaciones del sexo opuesto. Incluso he de recordar a la perfección cuando solía pelear, a golpes, por ser el ranger rojo, ganándome muchos gritos de mis acompañantes de juegos, recalcándome que el líder no podía ser una mujer, que siempre era un hombre. Pero yo siempre he roto los estereotipos así que hice oídos sordos y combatí por mis creencias. 

La primaria fue normal y fuera de lo normal. Es extraño, lo sé, pero no sé cómo explicarlo realmente. Porqué se puede decir, que jugué, corrí, grité, lloré, e hice de todo, teniendo una infancia normal a pesar de que las niñas, y algunos niños me colocaban apodos enteramente hirientes. Algunos pasándose con bromas para nada divertidas, que consistían en encierros en los baños de ambos sexos, en el pequeño cuarto de limpieza, en salones que llegábamos a creer que estaban embrujados, cuadernos rotos, tareas robadas, y chicles en el cabello que causaron que mi larga cabellera fuera cortada a raíz de mi nuca, haciendo que, por primera vez, pelee en la escuela. Y habiendo crecido con puro varones, lo cual, estaba totalmente acostumbrada a las peleas con puños y patadas, me hizo hacerlo con aquella niña que al sol de hoy no recuerdo su nombre. Solo sé que, como decimos vulgarmente los de mi nacionalidad, la hice comer tierra, y que lo que transcurrió mi tercer grado fuera en paz.

En cuarto conocí a un niño extraño, el cual mi primo – hermano, y uno de mis mosqueteros, no confiaba en lo absoluto él. Pero del que yo, en serio, me hice cercana, pero tan acostumbrada a las bromas pesadas, un día le descubrí una carta de amor para una niña que le gustaba que hasta la luna de hoy, no sé quién es, incluso obtuve como respuesta de su parte, “no recuerdo”, cuando se lo pregunté después de haber crecido unos cuantos años.

Recuerdo plenamente que le quite la carta y corrí al baño de niñas, luego de leerla se la regrese en pequeños pedazos que fueron bruscamente lanzados en su cara, ganándome como obsequio que él deje de hablarme por un largo y tortuoso tiempo. 

Para cuando volvió a dirigirme la palabra el año escolar estaba llegando a su fin y el baile de cierre, común de mi escuela, nos había alcanzado. Por lo cual estaba tan concentrado, en aprenderme las secuencias de pasos para mi debut en la danza, porque en la de actuación la había hecho meses atrás, con una obra sobre la madre naturaleza.

También volví a gobernar durante ese año. Y graciosamente tuve un dèjá vu debido a que mi madre volvió a reprenderme por hacer eso, pero al final terminó llorando y besando mis mejillas como la primera vez.   

Quinto grado cambió todo, una niña nueva llegó al salón, era de esas típicas chicas de voz muy aguda y chillona, que amaba tener la atención. La Barbie de plástico inició a poner a mis amigos en mi contra, iniciando con un chico, que en ese momento, creí que era alguien fiel, pero, sin embargo, me dejó de lado por ella; siguiendo como una asquerosa mosca, la luz artificial proveniente del bombillo hueco.

Mis gustos por aquel chico me trajo muchos problemas que no dejé que me abarcaran. A pesar de que la Barbie intentó dañarme muchas veces con eso, incluso cuando le mintió diciéndole que yo la molestaba a ella, haciendo que él me amenace de forma cruel, y provocando que yo, por primera vez, me enfrente a alguien de mi sexo opuesto.

Recuerdo que lo tomé por el cuello y lo pegué bruscamente del paredón de la escuela, y le dije muy seriamente que conmigo no debía meterse, porqué podría ser pequeño y delgado, pero nadie iba a volver a humillarme. 

Desde allí me volví toda una guerrera cuando se trata de los daños colaterales de las agresiones verbales y físicas. Él niño solo me hablaba cuando era estrictamente necesario, y yo, sinceramente no era como que necesitara de él para sobrevivir.

Tenía a mi fiel mosquetero, que como cosa rara en él, estaba enfermo y no podía asistir a la escuela porqué el doctor le recetó que se mantuviera en cama hasta que todo pasara.

Si mi memoria no me falla, en ese mismo año me enfermé y falte por unos días a la escuela, perdiéndome unas clases importante que iban para un examen. La maestra estaba de descanso por una causa que no recuerdo, y la suplemente simplemente me dijo que tenía que buscar la clase con algún compañero, porque ella no se iba a retrasarse por mí. Así que ese día, la niña del DS me dijo que me podía prestar su cuaderno, pero que estaba en su casa así que tenía que acompañarla a buscarlo.

Su hogar quedaba como a unas tres largas cuadras de la escuela. Así que, para cuando el reloj marcó las once y cuarenta y cinco de la mañana, y el timbre sonó, dando por finalizado las clases, me fui con ella a su casa, olvidando que siempre venían por mí a la escuela.

Para cuando regresé a mi casa, las agujas del reloj marcaban que faltaban dos minutos para la una de la tarde. Aún puedo recordar plenamente como mi papá me regañó, le dijo a la niña del DS que se tenía que ir de casa porqué yo estaba castigada, y fue la primera y última vez que él me levantó la mano para pegarme.




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