“Me haces feliz en un segundo, no sé si sea tu luz o tu carismática y extraña manera de ser. Pero sin duda, hay algo en ti que me cautivó.
Pasó tiempo para que eso sucediera, pero cuando lo hizo, fue como una caída suave entre mantos de seda.
Ahora que lo pienso, no creo haberme enamorado antes, porqué se siente como si toda mi vida hubieras estado aquí… junto a mí”—. M.L. Rivero.
Muchos dicen que somos demasiado jóvenes para entender lo que es el amor verdadero, y que aún nos queda demasiado por vivir. Hablan, expresando que solo los mayores tienen conocimiento de esto, pero una vez conocí a una mujer que me sobrepasaba en edad, unos veinte años si más no recuerdo, y me enfrasque en una conversación con ella que se basó en eso, el primer amor. Ella me comentó muy afligidamente que a su edad aún no lo había conocido, y que su vida, desde que tenía uso de razón, había sido muy común y para nada admirable. Lo que me hizo darme cuenta, y entender de una vez por todas, que aquella frase que han de repetir los sabios tiene razón: La sabiduría no reside en aquel que ha vivido por más tiempo, sino en aquel que más experiencia ha tenido.
Así que, mi primer amor tocó a mi puerta cuando tan solo era una tonta niña de trece años, que soñaba con carros voladores y unicornios conviviendo con los humanos, incluso con aquellos de mente cerrada. Al inicio lo dejé pasar porque no creí que él fuera quién se denominaría de esa manera. Porqué antes de él había tenido una experiencia amorosa, la primera de ellas, que fue quien me destruyó y me llenó de más rencor de lo que algunas vez llegué a sentir, incluso superó el de las sombras tenebrosas que aún me persiguen. Dañé a aquellos que estaban plenamente dispuestos a dañar a los demás, y le di, como decimos, un trago de su propia medicina. Pero él llegó a mí, después de uno de los del montón, con su disfraz de mejor amigo que se molestaba cuando las cosas salían mal con el que era, en ese momento, su mejor amigo.
Recuerdo las emociones que me embargaron cuando yo también recibí una cucharada de mi propia medicina, y quién estuvo ahí para mí, fue él de la manera más incondicionalmente posible. Llenando, poco a poco, los vacíos, dolores, temores y tristezas con sonrisas y risas verdaderas. Que en meses después se volvieron la razón de por qué acepte una relación con alguien del cual aún no sentía nada del todo.
Mis dos mejores amigas de ese momento, quedaron atrapadas, como yo, por la dulzura y torpeza de sus acciones. Por sus gustos poco comunes, y actitudes que en serio podrían sacarte de quicio si no eras poseedor de una paciencia, que hasta este momento, debo de decir que es un poco nula de mi parte. Pero él pudo hacer de las suyas, y se las ingenió para lidiar conmigo de la manera más tranquila posible.
El tiempo pasó de forma muy rápida, y para cuando cumplimos el primer mes, aquel que me lastimó por primera vez, reapareció en mi vida, y yo como una inútil inocente en el ámbito amoroso, me dejé envolver, nuevamente, en sus palabras vacías, y terminé con uno para iniciar con el otro. Cosa que realmente salió mal, mal, mal.
Por lo cual, cuando entendí que las caricias no eran para nada como las del dj frustrado, abandoné al bailarín encerrado en el closet, y arreglé las cosas con el músico. Retomando la relación como si nunca se hubiera acabado.
He de recalcar, que éramos dos inexpertos cuando se trataba del ámbito amoroso, aunque yo, alguna vez tuve a alguien más tomando mi mano de manera afectuosa, y él en su vida lo tuvo, hasta que yo llegué.
Parecíamos dos niños pequeños que apenas estaban aprendiendo a caminar. Pero lo hicimos, luego corrimos y desaceleramos juntos.
En algunas ocasiones nos estrellamos y creamos un completo desastre no natural, en otras fuimos como una bomba del tiempo que explotó y desintegró nuestro alrededor. Nosotros habíamos sido creados para entrelazar y desenlazar nuestras manos una y otra vez, para alejarnos y atraernos como imanes, para dañarnos y repararnos nuevamente. Pero la última vez que volvimos a coincidir ambos estábamos un poco más adultos, de los niños de trece y catorce años inexpertos, pasamos a ser dos adolescentes de diecisiete y dieciocho años, aún con falta de experiencia, pero que podían llevar una relación que fuera la ilusión de algo más, y con un significado real.
Luego de cinco años de temores que me cohibieron en el pasado, el último año que conviví con él, de la manera en la que todos podemos decir que fue amorosa. Se basaron en trescientos sesenta y cinco días basados en hacerle conocer quién era realmente, y explicarle de una vez por todas, las razones del por qué, dejé que viera cada uno de mis demonios u sombras, y él decidió adentrarse conmigo a la lucha constante contra la oscuridad que vive dentro de mí. Para ser sincera fue el mejor tiempo de mi vida, superando la media década que vivimos.
Él realmente llegó a amarme por ser quien soy, aceptando a la muñeca de porcelana, hueca y vacía en la que me convirtieron. Encontró en mis imperfecciones, perfecciones que me hizo ver y adorar incluso con los ojos cerrados, y me enseñó, a pesar de que ahora no está a mi lado, a entregarle el amor que llevo dentro de mí a los seres que más amo, porqué hoy podía estar conmigo pero, dentro de unas horas no lo sé realmente.
Por la cual, actualmente me tomo el tiempo de explicarles a las personas que quieren adentrarse realmente a mi vida, quién soy de verdad, y les narro pacientemente lo que me gusta y lo que no, pidiéndole anhelosamente que sigan las reglas que no son tan complicadas. Que deben de aceptar que no me gusta que me toquen sin mi consentimiento, que muchas veces, por causa de lo anterior, reacciono de formas para nada comunes y termino golpeando a las personas, así que me evito los problemas desde el inicio. Ahora que lo pienso, admito que me he vuelto una pacifista con una mente vil y cruel, que se imaginó un mundo en dónde pude viajar en el tiempo y regresar a los momentos más resaltante para cambiar un poco mis acciones, y otros, en dónde pude llevar a cabo grandes planes de venganza que actualmente crean un libro de más de trescientas páginas.