La sombra de Betty, oscura y amenazante, se abalanzó sobre mí. Un golpe sordo resonó en la pared junto al cuerpo inerte que yacía allí, el impacto me dejó aturdido, mis ojos se cerraron por el dolor. -"Deja mis cosas"-, escuché con dificultad, una voz lejana. No pude más que levantar a Jeff y salir corriendo de ese infierno.
Corríamos sin rumbo, el bosque se extendía ante nosotros como un laberinto de sombras y árboles retorcidos. La respiración de Jeff se hacía cada vez más débil, su cuerpo se fue desplomando en mis brazos. El miedo me paralizó, ¿cómo era posible? ¿Era ese espectro tan poderoso que podía herir a un ser mortal? O ¿Jeff era lo suficientemente fuerte para que lo tocara? Las preguntas se amontonaban en mi mente, no había respuestas.
Jeff jadeaba con dificultad, sus ojos se fueron apagando lentamente, su rostro pálido reflejaba el horror que había presenciado. El sol, un testigo silencioso de la tragedia, comenzaba a asomar por el horizonte, tiñendo el cielo de naranja y rojo. En ese último instante, Jeff me regaló una sonrisa, una sonrisa llena de tristeza y resignación. Su cuerpo se relajó, su respiración se extinguió para siempre. El bosque se quedó en silencio, solo el viento susurraba entre los árboles, un lamento por la vida que se había apagado.
Las lágrimas brotaron de mis ojos como un torrente incontenible. Sin pensarlo dos veces, me dirigí de regreso a la casa, impulsada por un instinto que me decía que debía encontrar algo, algo que me diera respuestas. La tierra fría y húmeda se aferraba a mis manos mientras cavaba con desesperación, una alarma comenzó a sonar, un sonido agudo que me perforó la cabeza. Un golpe seco, un vacío abrumador, y de repente me encontré en un lugar desconocido, un lugar blanco y silencioso.
-Señorita Marta, está despierta. ¿Se encuentra bien? - una voz suave y preocupada me sacó de mi confusión.
-Disculpe, ¿dónde estoy? - mi voz era un susurro, mi mente aún se encontraba aturdida.
-En su cuarto, señorita Marta. ¿Por qué la pregunta? - la voz sonaba impaciente.
-No… no puede ser posible. ¿Dónde está Jeff, y Betty? - la pregunta se escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla.
-Señorita, otra vez con lo mismo. ¿Quiénes son esas personas? Cada vez que se despierta pregunta por ellas. - la voz se llenó de un tono de resignación.
Las paredes blancas me rodeaban, un espejo junto a la puerta reflejaba mi imagen. Vestía una manta blanca, y en la parte superior de la cama, una placa con letras grandes: "Internado de San José el Alto".
-Señorita, no puede salir. Por favor, regrese a la cama. - la voz se acercaba, con un tono más firme.
-No, no, dime. ¿Cómo llegué aquí? ¿Cuándo? ¿Por qué? - mi voz se elevó, impulsada por la desesperación.
-Señorita, otra vez no. Ya habíamos superado esto. Tiene un año y seis meses en este lugar. Sus padres la internaron por su salud mental. - la voz sonaba fría y distante.
Un año y medio... Imposible. Mis padres... Yo y Jeff vimos cómo se los llevaba la ambulancia... El... la libreta.
-Señorita, ¿podía preguntar si de casualidad trajo su libreta azul? - la voz de la enfermera sonaba expectante.
-Oh, claro que sí. Está... mmm... Bueno, usted la debe tener hace un tiempo, o la escondió. No estoy segura. Usted dijo que la dejó en donde los muertos, pero no sé a qué se refiere aquí. - la voz se desvaneció, dejando una sensación de vacío.
-Muchas gracias. Ya me acordé. - respondí con un nudo en la garganta.
Mierda. ¿Cómo es posible que enterré la libreta en el cementerio? ¿Cómo acabé aquí? ¿Todo lo que viví fue idea mía? No, eso no era posible. Si la libreta existía, en ella debe estar todo. Los tres usábamos la libreta para escribir el día desde nuestra experiencia. Mostros. Llevábamos eso desde donde estuviéramos, escribíamos todos.
Betty tuvo la grandiosa y estúpida idea de escribir todo en esa libreta para tener recuerdos de nuestra juventud. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Estarán bien?
Esta misma noche debo salir. No puedo estar loca. No puede ser verdad.
Me cambié de ropa y me dirigí al camino de salida, caminando con paso firme. Pero algo llamó mi atención: las luces se ponían rojas, todos corrían a la habitación 089. Yo estaba vestida de doctora, y entre la confusión me acarrearon a la habitación. Por suerte, nadie se había dado cuenta de que no era mi doctora, pero la señora de la cama que estaba siendo amarrada me dio intriga.
-Señorita Beatriz, por favor cálmese. - dijo una de las enfermeras mientras le sujetaba los pies. Era una mujer de uno o dos años más grandes que yo, no tenía ojos, una venda rodeaba su cabeza, y ella gritaba que ya no quería ver, que quería morir.
Aproveché que todos estaban ocupados para desaparecer. En camino a la salida, dos enfermeros platicaban.
-¿Siempre se pone así? - preguntó uno que parecía novato.
-No siempre. Solo los días de luna llena y en luna de sangre se pone peor. Una vez se intentó matar. Dicen que la encontraron cerca de un bosque a lado de la corriente con un objeto raro que contenía sus ojos dentro. Ella se estaba desangrando en el río. Su padrastro la internó por este mismo problema. - dijo el enfermero.
Ambos seguían platicando, pero ya no tenía el tiempo suficiente para escuchar más acerca de la señora.
Una vez fuera, tomé el primer camión fuera de la ciudad y me bajé en el campo Alpes. Después de caminar un rato, ahí estaba la casa del abuelo de Jeff. Subí las escaleras. Eran las doce de la mañana, el lugar estaba polvoriento. El lugar luminoso y limpio, ahora parecía un lugar abandonado, sucio, que las ratas pasaban caminando sin preocupación. Por suerte, a lado del monumento de Buda siempre hay una lámpara que el abuelo de Jeff usaba. Pero el piso estaba roto, la maleza creció y llenó el pastizal que antes era un campo de flores. En los pasillos, las enredaderas llenaban las paredes, nuestros cuartos estaban cubiertos de mantas blancas y el cuarto del abuelo estaba cerrado por cinta de policía.