MuÑeca De Trapo

Capítulo 17: uniendo los pedazos tras el misterio.

El camión escupió un último bocinazo antes de alejarse, dejándome sola frente a las puertas del cementerio. Un escalofrío me recorrió la espalda, no de frío, sino de la familiaridad de este lugar, de la historia que se aferraba a cada piedra, a cada árbol, a cada centímetro de tierra. Aquí había vivido mi infancia, una infancia marcada por la oscuridad, por la presencia constante de la muerte y por la figura de mi abuela, la bruja del cementerio.

Su cabaña, escondida entre las tumbas, era un refugio de sombras y secretos. Recuerdo que cuando era niña, me decía que era un hada madrina, que concedía deseos y castigaba a los que se portaban mal. Yo, con la inocencia de la infancia, le creía. Mis padres, enfrascados en sus propios problemas, me dejaban con ella, "para que no me falte nada", decían, pero en realidad era una excusa para no tener que lidiar con mi presencia.

Mi abuela me dejaba jugar en el patio, junto a los demás niños... No eran niños normales, ni mucho menos amigos imaginarios. Eran niños muertos. Sus rostros pálidos, sus ojos vacíos, me llenaban de un miedo que no podía explicar. A veces, se acercaban a mí y me susurraban al oído, pero sus palabras eran inaudibles, como un susurro del viento entre las tumbas. Siempre estaban ahí, jugando a la pelota, corriendo por el patio, pero nunca me dejaban entrar en sus juegos. Eran como fantasmas, presencias etéreas que se deslizaban entre las sombras.

Recuerdo a Thomas, un niño de cabello rubio y ojos azules, que siempre llevaba una pelota de fútbol en las manos. Nunca me invitó a jugar, pero me observaba con una mirada triste y melancólica. A veces, lo veía sentado en la rama de un árbol, mirando hacia el cielo, como si estuviera buscando algo que no podía encontrar.

También estaba Amelia, una niña de trenzas largas y oscuras, que siempre llevaba un vestido blanco manchado de tierra. Ella era la más silenciosa de todos, pero su presencia era inquietante. Siempre la veía de pie junto a la fuente, mirando su reflejo en el agua, como si estuviera buscando una respuesta a una pregunta que no podía formular.

Y luego estaba Lucas, un niño de cabello negro y ojos oscuros, que siempre llevaba un cuchillo en la mano. Era el más agresivo de todos, y a veces, me miraba con una mirada amenazante. Siempre lo veía de pie cerca de la cerca, como si estuviera vigilando algo.

Yo, con mi inocencia infantil, no entendía por qué mi abuela me dejaba jugar con ellos. Pero ahora, con el paso del tiempo, comprendo que ella me estaba preparando para algo, para un destino que yo no podía comprender.

Y Smith, mi muñeca de trapo, que había estado conmigo desde que tengo memoria, el último regalo de mi abuela. Un ser tan asqueroso que odiaba ver, pero que siempre estuvo ahí, en las buenas y en las malas. Cuando lloraba, cuando reía, cuando me quería ir, él era el único que vivía en mi habitación. Esa muñeca de trapo que accidentalmente quemé después de conocer a Betty, convirtiéndola en mi nueva muñeca. Me sentía horrible viendo como Betty se parecía demasiado a mi muñeca.

Aquellos seres que detestaba ver, ahora los extraño, como el infierno. El pensar que Betty me arrebató mi maldición para que yo fuera feliz, Jeff sacrificó su vida por mí, no importa lo que haga, todos terminan dañados por mi culpa.

Y saliendo de mis pensamientos, llegué a esa casa en la cual pasé mi infancia. Las ventanas estaban rotas, las paredes verdes, botellas rojas. Todo el musgo y manchas negras en las paredes, esas flores que salían del captas que atraía moscas, aún no recuerdo para qué las quería. Un rayo cayó y un trueno se escuchó, las gotas de la lluvia se esparcían por el cementerio. Realmente quería ver, y lo que estoy a punto de hacer podría ser la puta estupidez más grande de mi vida.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no de frío, sino de anticipación. El aire se espesó, cargado de una energía oscura que me atraía como una polilla a la luz. Sabía que estaba entrando en un terreno peligroso, pero no podía detenerme. Tenía que saber la verdad, tenía que entender qué había pasado.

Con un suspiro, crucé las puertas del cementerio. El silencio era ensordecedor, solo roto por el susurro del viento entre las tumbas. Las sombras se estiraban largas y amenazantes, y la luna, oculta tras las nubes, proyectaba una luz fantasmagórica sobre las lápidas.

Caminé hacia la casa, mis pasos pesados y vacilantes. Cada vez que mis pies tocaban la tierra, sentía el peso de la historia, el peso de la muerte. Las ventanas rotas me miraban como ojos vacíos, y las paredes verdes parecían susurrar secretos.

Un escalofrío recorrió mi espalda. No era el frío, era algo más. Era la sensación de que no estaba sola. De que había algo más en esa casa, algo que me observaba desde las sombras.

Me acerqué a la puerta, mis manos temblorosas. La madera estaba podrida, y la pintura se descascaraba. Un golpe seco resonó en el silencio, y la puerta se abrió con un chirrido.

Un olor fétido me golpeó la nariz, un olor a humedad, a muerte, a algo que no debería estar ahí. La casa estaba oscura, y el polvo se levantaba en el aire con cada movimiento.

Entré, mis pasos cautelosos. El silencio era aún más intenso en el interior, como si la casa estuviera respirando, como si estuviera viva. Las sombras se extendían por las paredes, y la luna, que ahora se asomaba entre las nubes, proyectaba una luz fantasmagórica sobre los muebles polvorientos.

Me dirigí hacia el salón, mis ojos tratando de adaptarse a la oscuridad. En el centro de la habitación, había una mesa de madera, con dos sillas a cada lado. Sobre la mesa, había un mantel blanco manchado de vino tinto.

Un escalofrío me recorrió la espalda. La mesa estaba puesta para dos.

Me acerqué a la mesa, mis manos temblorosas. Sobre una de las sillas, había un libro abierto. Lo tomé en mis manos, y lo abrí.

Las páginas estaban llenas de escritura, una escritura que no reconocía. Era una lengua antigua, una lengua que no había visto nunca.



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En el texto hay: suspenso, un misterio oculto

Editado: 26.10.2024

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