El viento silbaba entre las ruinas del cementerio y de la casa de mi abuela, una melodía fúnebre que acompañaba mi desesperación. La lluvia golpeaba las ventanas rotas, creando un ritmo frenético que se mezclaba con el latido acelerado de mi corazón.
- "¿Disculpe usted, es familiar?"
La voz del joven me sacó de mis pensamientos. Era un chico delgado, con el rostro marcado por la fatiga y la lluvia. Sus ojos, de un azul intenso, reflejaban una mezcla de curiosidad y miedo.
- "Oh no, ese so... solo es alguien que conocí y ya no tengo a donde ir."
Le ofrecí una sonrisa forzada, tratando de disimular la angustia que me carcomía por dentro.
- "¿Ya comiste?"
Sin pensarlo dos veces, lo invité a casa de mi abuela. Se veía que el joven tenía mucho tiempo bajo la lluvia, y estar solo es lo peor que podría pasar. Dimos unos cuantos pasos, y él me platicaba de sus aventuras y viajes. Eran entretenidos y divertidos, y podía recordar mis momentos al mismo tiempo que él me decía los suyos. Lamentablemente, al llegar a la casa, él dijo que no podría entrar.
- "Eres hermosa, aunque el tiempo pase, gracias por venir."
Tras esa frase, el joven se fue rumbo a lo profundo del bosque. Por un momento me asusté, y antes de poder responder, el joven había desaparecido.
Sentí como si mi corazón se hubiera detenido por un momento, y un fuerte dolor impactó mi pecho, el cual decidí ignorar. Entonces continué con mi plan. Coloqué las venas, preparé el brebaje y puse el cuerpo de los animales en medio del pentágono. Cerré mis ojos y comencé a recitar dicha frase que en algún momento escuché. Al cerrar mis ojos, sentí como una fuerza inexistente me impulsaba a detenerme, con gritos de angustia entre gemidos, unos golpes en la puerta y saltos por la ventana. Todos esos ruidos impedían que me concentrase en continuar con el ritual. Respiré de manera honda y proseguí, entonces una veladora a mi lado izquierdo explotó. Sabía lo que significaba, y sin remedio tomé un pedazo de vidrio y me corté en medio de mi mano derecha. Una vez que la gota de mi sangre cayó en el medio del círculo, un gemido surgió de la esquina superior y una risa me instó a abrir los ojos. No lo podía creer.
Smith estaba lastimado. Sus vendas estaban pintadas de rojo, un montón de flores y agujas se veían impregnadas en las ventanas, y la sangre acompañaba la decoración. De un momento a otro, las velas se elevaron, su fuego crecía con fuerza. La puerta era golpeada, la decoración de Santa Muerte reventó dejando pedazos de cerámica por el suelo y la sangre corría por las paredes. Los vidrios se empañaron, figuras se mostraban entre ellos.
Sabía que mi maldición había vuelto, pero no entendía por qué ellos estaban lastimados. Un grito resonó y poco a poco se convirtió en una risa, una risa que erizaba la piel. Y él entró. Era el hombre del sombrero. De alguna forma, parecía muy aterrador el hecho de que no dijera nada, no hiciera nada, más que estar en la puerta, sin mirar.
Dio un paso, dio dos y avanzó lentamente hacia mí.
Sentí que necesitaba correr, salir de este lugar. Pero mis piernas se negaron a obedecer. Un miedo paralizante me había envuelto, un miedo que me congelaba la sangre.
El hombre del sombrero se detuvo frente a mí, sus ojos fijos en los míos. No pude evitar sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo. Era como si me estuviera viendo a través de mi alma.
- "Te estaba esperando”, dijo, su voz un susurro que me hizo estremecer.
- "Sabía que volverías."
Las palabras me resonaron en la mente, como un eco de mi propia desesperación.
- "Ahora, vamos a jugar."
Y entonces, la casa se llenó de un silencio ensordecedor. Un silencio que me decía que todo había cambiado. Que la partida había comenzado.
Y yo, atrapada en el centro del juego, no sabía si iba a ganar o a perder.
El hombre del sombrero se acercó a mí me dio un fuerte golpe con su mano en mi mejilla, que me tumbo al suelo, luego me escupió. Y eso solo fue el comienzo de haber sabido que ese sería mi final nunca hubiera hablado con nadie.
El hombre me levantó del cuello, su mano como una garra de acero que me apretaba con fuerza. Sus ojos, dos pozos de fuego infernal, se clavaron en los míos, y un escalofrío me recorrió la médula. Era una mirada que traspasaba la piel, que se adentraba en el alma y la retorcía con una crueldad inimaginable.
Un miedo visceral, primitivo, me invadió. Era como si mi cuerpo supiera, en lo más profundo de su instinto, que estaba a punto de morir. Un terror que me congelaba la sangre, que me paralizaba, que me hacía sentir insignificante ante la inmensidad de la oscuridad que me rodeaba.
En las profundidades heladas de la noche, se desplegó una escena escalofriante. Los gritos de angustia de mi ser joven perforaron el aire, un lamento desgarrador que resonó en la habitación.
- "¡No, déjame ir! ¡Ayuda, me duele!"
Grité, mi voz temblando de miedo, mientras intentaba alejarme tan lejos como me era posible de aquella habitación. Pero era inútil. Sus manos, como garras de hierro, me sujetaban con fuerza, impidiendo cualquier intento de escape. Cada músculo de mi cuerpo se tensó, cada célula de mi ser gritaba por escapar de esa prisión de carne y hueso.
Con un movimiento rápido, el hombre de sombrero me abrazó. Me hizo sentir como una niña pequeña, capaz de ocultarme detrás de sus piernas. Pero ese consuelo era falso, una trampa para desatar un terror aún más profundo.
Luego se arrodilló ante mí, ofreciendo consuelo con una voz teñida de un tono inquietante.
- "Todo estará bien".
Murmura, sus palabras llevando una promesa de paz que sabía que era falsa. Cada palabra que salía de sus labios era como una cuchilla afilada que se clavaba en mi alma, desgarrándola lentamente.
Una sensación de terror envuelve a mi ser mientras siento que mi cuerpo se deshace. Las manos que hace un instante la abrazaban, ahora se transforman en cuchillas afiladas, perforando mi frágil forma. Un calor abrasador recorrió mis piernas, mis órganos se contraen y mis ojos se llenaron de lágrimas.