Muñequita de porcelana

Opera de paris

Llego en la mañana el vestuario que me pondría para el concurso y era de lo más precioso, también pasamos a la tienda donde compraríamos las nuevas zapatillas rosas. El día y los siguientes se pasaban como horas, ya que la práctica agotaba todo mi tiempo para volverme perfecta, esto era lo que debía hacer y más que todo para mantener mi cerebro ocupado y no pensar en Alejandro, ya que no merecía desgastar mi tiempo en alguien como él, y no era más que injusto para mí, ya que yo misma creo todo esto y era lo correcto. Debía perfeccionar todas mis habilidades y trucos, ya que quería llegar como lo que era, y era una reina y una estrella. Mi única competencia era yo misma. Era algo que me había inculcado muy bien, Madame. "Todo el mundo tiene el poder de lograrlo, pero tú, tú tienes el privilegio".

Había llegado el día, me levanté muy temprano y quería hacer algo de ejercicio y estiramiento. Quería que mis huesos y músculos estuvieran calientes y preparados. Así que decidí primero buscar una cuerda que había guardado hace años en una de las cómodas que tenía en el baño. Tenía puesta una pijama rosa con encaje de flores y tela de satin. Me dirijo al baño y busco la cómoda que estaba al final. Al intentar abrirla se me dificultó, ya que parecía que hace mucho no se hacía y rechinaba al echarse hacia delante y salía mucho polvo de ella, cuando la abrí del todo salió mucho más polvo. "Vaya, que bien, me ensucie todas".

Cuando el humo del polvo se despejó, mire que habían muchas cosa que no recuerdo haber puesto ahí. Pero si, ahí estaba la cuerda y no fue lo único que me llamo la atención, sino la bailarina de ballet hecha de porcelana; era muy bella apesar de estar cubierta suciedad. Había una manta de bebé y obviamente sabía que era mía, ya que era la única niña que había crecido aquí. Alcé la manta y el polvo invadió el espacio, ¿De verdad este lugar nunca había sido limpiado? Era tanto el polvo que no podía dejar de toser y estornudar, y en eso entró una criada a la habitación.

—señorita, ¿Se encuentra bien? —al oler el polvo, también empezó a toser y me saca de la habitación—venga, salgamos de aquí.

Al percatarme que había un diario lo tome y salimos de la habitación y nos quedamos en el pasillo para que sentará la suciedad en el suelo. El diario era rosita y blanco, y tenía una "L" muy grande en todo el frente, y mi corazón se estremeció al pensar de quien podría tratarse. Un sentimiento de tristeza se apoderó de mí, ya que era la primera cosa que tenía de mi madre. Una lágrima calida bajaba por mi mejilla. No recordaba lo mucho que la extrañaba, la extrañaba a ella como si ayer se hubiera ido.

Era un sentimiento tan difícil de explicar, era tan duro el recordarla, ya que desde que se subió a ese tren y más nunca apareció. Me senté en las escaleras y abrí el diario a la primera página, y al hacerlo el dolor incremento por lo que decía.

"Si un día no estoy, aquí siempre me vas a encontrar"

¿Cómo no voy a llorar? ¿Cómo? Si tenía esto y no lo sabía, y eso me rompía a un más el alma, solo cerré la página por un momento y lo abrace con todo el amor del mundo, y así me quedé por un minuto, lo único que me sacó del trance, fue la voz de lola, la criada.

—señorita, ¿Segura que está bien? ¿Segura que solo era por el polvo? Si quiere llamamos a la señora

—no, todo está bien, loli, puedes retirarte

Y ella duda en dejarme sola, pero suplico con los ojos y con eso me deja sola y vuelvo al diario dudando si leerlo o no, ya que no sabría que me podría encontrar ahí, pero el saber más de mi madre era lo que más me motiva a leerlo.

"Sentada en el balcón de mi casa, siempre solía hacerlo cada tarde tipo 5:30. Tenía una vista maravillosa al sol, cuando ya está en su punto naranja que sientes que no te da calor ni mucho menos te hace sentir incómoda, solo te deja apreciar su belleza, su esplendor, su calidez. Me gusta detallar cada espacio de la naturaleza cuando el verano me lo permite. Apesar del sofocante calor del día, me regocijaba... Con la brisa fresca, que hacía mover mi cabello. Me gusta esta parte de mi vida donde solo importo yo, nadie más. Era 1880, Paris, lugar donde había crecido toda mi vida , dónde el papel más importante de mi familia se trataba de la milicia y el arte del ballet. En estos momentos tengo 19 años y mi nombre es reconocido por ser un prodigio del ballet. Suelo ser una chica muy carismática, de cabellos rizados de color rubios, con una contextura delgada y piel tersa y pálida, lo que más resaltaba de mi, eran los enigmáticos ojos almendrados de color azúl... Un azúl como el sol de primavera, de aguas cristalinas, un azúl que te envolvía y te enjaulaba en ellos, y eso, eso sería el inicio de mi desgracia.

Habían muchos hombres que intentaban cortejarme, pero siempre terminaban pareciendo aburridos; no eran para nada auténticos y solo presumían lo que sus familias poseían. Parecía que para ellos lo importante, demostrar que tan vacíos y egocéntricos eran, dandome a entender que para ellos solo era un accesorio más para cargar, y eso no era lo que yo buscaba. No pretendia ni mucho menos era lo que yo quería para mí. Solía leer libros maravillosos, libros donde me mostraban el amor genuino, el amor que tanto espero encontrar, solo alguien tenía mi atención, pero era complicado. Quizás para el, yo no significaba nada, porque era lo que me demostraba y eso era demasiado. Esperaba benevolencia por su parte, pero solo me dedicaba inquietantes miradas de "alejate" y eso hacia que mi interés por él sea mayor, cuál mi raciocinio solo gritaba "NO" en voz alta..."

Las lágrimas invaden mi cara, no podia dejar de llorar, porque era una parte de ella el cual estaba leyendo, una parte de ella que había regresado después de muchísimo tiempo, y esto para mí era mucho más de lo que podría sopesar. Alzo mi rostro y veo a Madame justo en frente de mí con un signo de interrogación en su cara.




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