Murciélago de medianoche

Fragmento 2

🦇 Murciélago de medianoche — Fragmento 2

De un momento a otro la habitación olía distinto. Menos a muerte, más a algo que Ariel no supo nombrar. Como si el aire se hubiese llenado de electricidad vieja, de esa que se acumula en los rincones donde nadie mira.

Su madre abrió los ojos al amanecer. No fue un despertar lento ni torpe. Fue abrupto. Como si alguien la hubiese jalado desde dentro. Los párpados se alzaron, los ojos se enfocaron, y la boca se abrió para decir su nombre.

—Ariel…

Él se congeló. La voz no era la misma. Tenía el timbre, sí, pero no el peso. Era como si la garganta de su madre hubiese sido prestada por alguien más.

—¡Mamá! —exclamó en cuanto su cuerpo reaccionó.

—Hijo mío, me alegra verte —dijo la mujer sonriendo.

Los médicos llegaron rápido. Hablaron de milagros, de recuperación espontánea, de estadísticas que no sabían explicar lo que veían. Uno de ellos le palmeó el hombro con entusiasmo.

—Esto no pasa. Es un regalo del cielo. Un milagro, Ariel —dijo el médico de cabecera.

Él no respondió. Solo miró a su madre, que ahora lo observaba con una sonrisa que no encajaba en su rostro. Era demasiado amplia. Demasiado fija. Como si no supiera cómo se usa una sonrisa, pero la imitara con precisión quirúrgica.

Ariel sintió algo en la espalda. No frío. No era miedo, sino como algo más profundo. Como si su columna vertebral se hubiese convertido en una antena. Como si su médula recordara lo que era ser cazado.

La sensación no lo abandonó ni cuando salió al pasillo. Ni cuando los médicos celebraban. Ni cuando su madre pidió agua con una voz que parecía ensayada.

Todo estaba bien. Demasiado bien. Y eso era lo que lo aterraba, porque en la vida nada es perfecto y mucho menos ocurren los milagros.

Por lo menos agradecía que ese despertar de su madre hizo que pudiera ir a su empresa, trabajo y resolvió algunos pendientes.

—Me alegra mucho que su madre haya despertado —dijo su secretaria con voz tímida.

—Gracias Leticia —respondió él sin emoción—. Solo espero que de verdad sea una mejoría positiva.

—Lo será —dijo la mujer con mucho más ánimo—. La señora Torres es muy fuerte y saldrá de todo esto.

Ariel asintió, quería tener la misma confianza que su secretaria.

—No trabaje tanto, sabe que lo demás lo podemos hacer el equipo —dijo la mujer antes de salir.

Ariel trabajo hasta tarde y en esa noche, o lo que quedaba de ella, Ariel no durmió. Se sentó frente a la ventana, con los ojos clavados en el tejado, y no había luna. No había estrellas. Solo una oscuridad espesa que parecía mirar de vuelta.

Y entonces lo sintió. No vio nada. Pero lo sintió.

Un peso sobre la casa. Como si algo se hubiese posado allí. No con garras, sino con una intención que no sabía deducir que era.

Ariel se levantó. Caminó hasta la puerta de su madre. La abrió lentamente.

Ella dormía. Pero sus ojos estaban abiertos.

Y en la esquina del techo, justo donde la sombra se volvía más densa, algo respiraba.




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