Murciélago de medianoche

Fragmento 3

🦇 Murciélago de medianoche — Fragmento Día 3

La oficina estaba en silencio, salvo por el zumbido constante del aire acondicionado. Ariel no había dormido. Tenía los ojos rojos, pero no por llanto. Era como si algo dentro de él se hubiese encendido y no supiera apagarse.

Leticia entró con su andar habitual: firme, elegante, con ese perfume suave que siempre dejaba una estela de lavanda y orden. Llevaba una carpeta en la mano y una sonrisa en el rostro, pero al verlo, la sonrisa se aflojó.

—¿Todo bien, jefe? —pregunto con cierta preocupación. Eso no era típico en él—. La señora Torres ¿esta bien?

Ariel no respondió de inmediato. Se quedó mirándola como si intentara descifrar algo en su rostro. Luego, sin levantar la voz, preguntó:

—Mi madre está bien, su recuperación va excelente pero Leticia ¿Tú crees en los milagros?

Leticia parpadeó. Bajó la carpeta. Se acomodó el cabello detrás de la oreja, gesto que solo hacía cuando algo la incomodaba.

—Sí… —dijo, con cautela—. Creo que hay cosas que no entendemos y que a veces la vida nos da regalos que no tienen explicación. ¿Por qué lo pregunta?

Ariel se apoyó en el escritorio. Sus dedos tamborileaban sobre la madera, pero no por impaciencia. Era como si intentara mantenerlos ocupados para no temblar.

—Como sabes mi madre despertó, a pesar del diagnóstico. Por eso los médicos dicen que fue un milagro.

Leticia sonrió, esta vez con más sinceridad.

—Eso es un hermoso regalo del cielo y de verdad que me alegra mucho. Usted sabe que yo sí creo en esas cosas. A veces lo que está más allá del ojo humano… existe. Aunque no lo veamos o no creamos en ello.

Ariel asintió, pero sus ojos no se movieron. Seguían fijos en ella. Como si esperara algo más. Como si necesitara que ella dijera algo que lo liberara.

—¿Y en espantos? —preguntó de pronto.

Leticia soltó una risa breve, nerviosa. Se sentó frente a él, cruzando las piernas con elegancia, pero sus manos se apretaron sobre la carpeta.

—Ay, jefe… yo prefiero creer más en los milagros. Los espantos… son cuentos, ya sabe historias para asustar, sobre todo a los niños para que sean obedientes. Y no soy muy amante de las cosas de terror. Me dan escalofríos.

Ariel se inclinó hacia ella. Su rostro estaba más pálido que de costumbre y sus ojos, más hundidos.

—¿Y si el milagro… no viene de la luz?

Leticia lo miró en silencio. La sonrisa se desvaneció por completo. El aire acondicionado pareció detenerse por un segundo. O quizás fue el tiempo.

—¿Le pasó algo, Ariel?

Él se enderezó. Se levantó. Caminó hacia la ventana. Afuera, el cielo estaba despejado, pero él sentía que algo lo observaba desde arriba. Desde los tejados.

—No —dijo, sin mirar atrás—. Solo tengo curiosidad.

Leticia no insistió. Pero cuando salió de la oficina, se frotó los brazos como si el frío hubiese entrado con ella.

Ariel se quedó solo. Y en el reflejo del vidrio, por un instante, vio algo que no estaba allí.

Una silueta. Con alas.




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