La noche era fría, y el viento arrastraba las hojas secas por el suelo mientras aguardábamos. Alastor ya estaba dentro, con su aspecto impecable y la actitud de quien pertenece a ese mundo, un mundo de lujos y riquezas que jamás conoceríamos... al menos no sin tomar prestado un poco.
—Alastor, ¿todo en orden? —susurró Ade por el auricular, manteniendo la vista fija en el monitor donde podía ver la entrada de la mansión.
Hubo una breve pausa. Desde donde estábamos, los segundos parecían eternos.
—Todo bajo control —contestó Alastor, con ese tono despreocupado que a veces me ponía de los nervios, aunque siempre lograba lo que se proponía—. He pasado la entrada principal; los guardias creen que soy quien digo ser. Les ha encantado mi falso acento inglés —añadió con una risa ahogada, divertida, lo que hizo que los demás soltáramos una breve risa nerviosa.
—Perfecto. averi, es tu turno —dijo Ade, retomando el tono profesional mientras señalaba en el monitor la ubicación de los guardias en la planta baja.
averi, con la destreza de quien ha hecho esto mil veces, se escabulló con gracia hasta la entrada lateral, deslizándose en silencio hacia la primera posición. No hacía falta verlo para saber que se movía con precisión, cada paso calculado al milímetro.
—Guardia neutralizado —informó averi, con una calma que contrastaba con la adrenalina que todos sentíamos—. Me dirijo al siguiente.
Mientras ellos avanzaban en su parte del plan, Xav y yo nos acomodamos en nuestras sillas, revisando las cámaras y asegurándonos de que no hubiera imprevistos. Mi corazón latía cada vez más rápido, pero mantenía la concentración en la pantalla, preparada para actuar en cuanto llegara mi turno.
—Alastor, tu puerta está abierta —anunció averi, mientras en el monitor veíamos a Alastor entrar en una habitación oscura y bien amueblada.
Una vez dentro, Alastor se tomó un segundo para ubicarse, buscando el siguiente punto en el mapa mental que había memorizado. Miró alrededor y asintió con un gesto apenas visible en el monitor.
—Ren, prepárate. Estás a un paso de entrar al despacho —indicó Ade, señalando una cámara que enfocaba una puerta al final del pasillo. Aquello era mi señal; llegó mi turno de demostrar de qué estaba hecha.
Tragué saliva, sentí el peso de la responsabilidad caer sobre mis hombros y ajusté el auricular.
—Voy en camino —respondí, con una firmeza que ni yo sabía que tenía.
Con pasos rápidos, pero cuidadosos, avancé por el pasillo hasta la puerta del despacho. Al llegar, me agaché y observé la cerradura. Tal como esperaba, un sistema de seguridad de última generación protegía la entrada. Era el momento de confiar en Xav.
—Xav, ¿cómo vamos con el sistema? —pregunté en voz baja, sin apartar la vista de la puerta.
Xav tecleaba rápido desde la sala de control, y una serie de pitidos electrónicos se escucharon al otro lado de mi auricular.
—Un segundo… y… ¡Listo! —anunció, mientras la cerradura emitía un leve chasquido, indicando que la puerta estaba abierta.
Abrí con cuidado, sin hacer ruido, y entré en el despacho. El lugar olía a cuero y madera vieja, y estaba decorado con muebles pesados y lujosos. Caminé directamente hacia la estantería, recordando las instrucciones de Ade.
—Tercer tablón, estantería izquierda —me recordé a mí misma en voz baja mientras deslizaba los dedos por los libros y tomaba uno de los ejemplares que estaba medio escondido. Sentí un peso inesperado, y al abrirlo, un fajo de papeles se deslizó de entre las páginas. Rápidamente, los guardé en mi chaqueta.
Luego, me dirigí al escritorio, con la seguridad de que encontraría la carta en el primer cajón, tal como Ade me había dicho. Agarré el pomo y tiré suavemente. El cajón se deslizó sin resistencia, pero… estaba vacío. No había nada. Me congelé por un instante, y mi mente comenzó a girar con posibles explicaciones. Pero por mucho que intentara encontrarle sentido, el hueco vacío ante mis ojos era innegable.
Me sentí descolocada. ¿Qué había salido mal? ¿Alguien ya se había llevado la carta? La alarma crecía en mi interior, acelerando mis pensamientos y haciéndome sudar. Respiré hondo, intentando controlar el pánico que amenazaba con salirse de control.
—Ade… el cajón está vacío. La carta… no está aquí —susurré por el auricular, mi voz quebrada por la incredulidad.
Hubo un silencio al otro lado de la línea, un silencio denso, incómodo, que hizo que el corazón me latiera aún más fuerte.
—¿Estás segura, Ren? —preguntó Ade, en un tono que intentaba ser sereno, pero que dejaba traslucir una mezcla de desconcierto y frustración.
—Sí, absolutamente —dije, luchando contra la urgencia de revisar cada centímetro del cajón vacío, aunque sabía que no había más que encontrar.
De repente, Alastor intervino por el auricular, su voz tensa pero controlada:
—¿Puede haber otra copia de la carta, algún escondite? Los ricos suelen ser paranoicos con sus secretos.
Miré a mi alrededor, intentando pensar como ellos, como alguien que querría proteger algo tan importante. El despacho tenía una decoración anticuada, con pesados muebles de madera y una chimenea apagada en la pared opuesta. Busqué con la mirada algún lugar donde una persona especialmente precavida podría esconder algo importante. Mi vista se posó en la estantería, justo al lado de la chimenea, y de repente algo hizo clic en mi mente.
—Podría estar escondida en otro compartimiento. ¿Y si…? —murmuré, yendo hacia la estantería nuevamente, esta vez examinándola con más atención.
Pasé las manos por la superficie de la estantería, buscando alguna hendidura o mecanismo oculto. Mi corazón latía a toda velocidad, y el miedo a fracasar amenazaba con colarse en mis pensamientos. Tras un segundo de búsqueda, mis dedos rozaron una pequeña protuberancia en uno de los laterales de la estantería. La presioné, y escuché un suave “clic”.