Murió una estrella

9. Manual de Instrucciones para No Romper a un Chaval

Habían pasado ya varios meses desde la primera misión, y no es por presumir, pero nos habíamos vuelto famosos. La noticia debió correr más rápido de lo que imaginábamos, porque de repente todo el mundo sabía de nosotros. Claro, lo que realmente había puesto nuestro nombre en boca de todos era el rumor de que teníamos a una manipuladora de materia en el equipo.

Al principio, nadie parecía creerlo. Los rumores circulaban en voz baja, y más de uno aseguraba que era solo una exageración o una estrategia para meternos miedo. Pero bastaron unos cuantos días y un par de trabajos en los que "accidentalmente" mostramos de lo que éramos capaces, para que las dudas se disiparan.

Una vez que se corrió la voz, empezamos a notar la diferencia. Nos mencionaban en los círculos más altos del bajo mundo, y aquellos que antes nos ignoraban o subestimaban, ahora mantenían sus distancias y, algunos, incluso intentaban comprarnos o sobornarnos para su propio beneficio. Se rumoraba que nuestro equipo tenía habilidades que rompían las reglas del juego, y, con la fama, vinieron tanto los admiradores como los enemigos.

Pero lo mejor de todo, si me permites un toque de modestia, era que el mundo conocía mi nombre. La "manipuladora de materia" o La Rosa Escarlata —una etiqueta que al principio no sabía si me gustaba, pero que con el tiempo se había vuelto casi un título de orgullo— se había convertido en una figura tan mítica como temida.

– ¡Alejaos de mí! ¡Podría haceros daño! – dijo el pequeño con tembleque de voz, las grietas de la pared se intensificaban por momentos.

– Ya sé que podrías, pequeño, y por eso necesito que te tranquilices. ¿Puedes hacer eso por mi?

– ¡No te acerques! ¡Es peligroso estar cerca de mi! ¡Soy peligroso!

– Verás… – ella miró el parche en su hombro donde está escrito su número. – 99821, – una amable sonrisa se dibujó en su rostro, mientras hablaba despacio y con calma. – No hay nada en este planeta más peligroso que yo. Así que por que no te calmas un poquito y hablamos de ello.

El chico seguía mirándome, con la mezcla de miedo y curiosidad que se ve en alguien que, aunque desconfía, quiere creer que no le haré daño. Bajé las manos despacio y le di un pequeño paso hacia él, para mostrarle que estaba en control.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunté con la misma suavidad, inclinándome ligeramente hacia él para hacerle entender que no estaba obligándolo a responder.

—Me llamo… Oliver —dijo, con un hilo de voz. Sus ojos se movían rápidamente de un lado a otro, como si aún estuviera evaluando la situación, pero las grietas en la pared parecían estabilizarse. Sin embargo, un ligero temblor en el suelo sugería que sus emociones seguían a punto de desbordarse.

—Oliber. Bien, Oliver, me alegra conocerte. Soy Ren, y estos son mis amigos —hice un gesto a los demás para que mantuvieran la distancia, lo que hicieron sin problema; ellos sabían cuándo era necesario un toque suave y cuándo apretar—. Y verás, también soy bastante peligrosa. Así que, si te parece, hablemos de eso.

El chico parecía al borde de derrumbarse, pero mi tono le dio algo a lo que aferrarse. Sus hombros se relajaron un poco y soltó un suspiro, como si le pesara el cuerpo.

—¿Tú… también? —preguntó en voz baja, mirando de nuevo a las grietas de la pared. No se atrevía a mirarme directamente, como si fuera una prueba de que lo que yo decía era cierto.

—Oh, sí. Y créeme que lo entiendo bien —le dije—. A veces sientes que no puedes confiar ni en tus propias manos, ¿verdad? O en lo que haces con ellas.

Se quedó en silencio, pero el leve asentimiento de su cabeza me confirmó lo que sospechaba. Su miedo era profundo; probablemente había pasado demasiado tiempo aislado o, peor aún, reprimido.

—Eso no tiene por qué ser así para siempre, Oliver —continué—. Puedes aprender a controlarlo, a usarlo. Y cuando lo hagas, te aseguro que lo que ahora parece una maldición, será tu mejor don.

El temblor en el suelo se detuvo lentamente, y Oliver me miró por fin a los ojos. Aún había miedo, pero ahora mezclado con una chispa de esperanza.

—¿Tú… me enseñarías? —preguntó, y la súplica en su voz era imposible de ignorar.

Miré a los demás, que asintieron casi imperceptiblemente. Todos sabíamos lo que implicaba, el riesgo de tener a un joven tan inestable en el equipo, pero también recordábamos nuestras propias historias. Cada uno de nosotros había necesitado un impulso, una oportunidad, alguien que le enseñara el camino. Así que, aunque sabía que sería complicado, asentí.

—Sí, Oliver. Vamos a ayudarte. Si quieres, claro.

El chico dudó por un momento, pero finalmente asintió, con los ojos brillando apenas por encima de toda la desconfianza. Alastor se acercó un poco y sacó algo de su bolsillo: un par de guantes de tela reforzada que parecía haber usado varias veces antes.

—Aquí tienes, chaval —dijo Alastor con ese tono desenfadado que a veces parecía demasiado relajado para la situación. Se inclinó hacia el chico y le tendió un par de guantes de tela gruesa—. Yo también pasé por eso, ¿sabes? Estos guantes son para cuando no quieres romper nada, solo por si acaso. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras resonaran mientras el chico los tomaba.

Caleb los miró como si fueran un tesoro único. Los guantes no eran nuevos, tenían marcas y rasgaduras en los dedos, pero se notaba que habían sido cuidados. Tal vez, pensó, también habían sido importantes para Alastor. Se los puso con torpeza, mirándose las manos, como si de repente tuviera en ellas el control que tanto temía perder. Cuando por fin levantó la vista, Alastor le dio una ligera palmada en el hombro, acompañado de una sonrisa tranquila, una que pocas veces dejaba ver.

Después de acompañar a Caleb hasta su habitación, Alastor y yo volvimos a la nuestra. No habíamos cruzado palabra desde que dejamos al chico, pero la atmósfera estaba cargada de todo lo que había pasado. Al llegar, Alastor abrió la ventana y se impulsó con agilidad hacia el tejado. En silencio, le seguí, como habíamos hecho tantas otras noches cuando necesitábamos despejar la cabeza. El viento era frío, y las luces de la ciudad brillaban bajo el cielo nocturno, cubriendo las calles de sombras y reflejos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.