Avancé lo más rápido que podía, raspándome los brazos contra las paredes metálicas del conducto. Vala, solo me quedaban unos metros y llegaría a la cámara. Cada movimiento me dejaba los músculos en tensión; reptar en aquel espacio tan estrecho era agotador, pero no tenía otra opción. Debía hacerlo.
– Vale, Ren, estás justo en el punto. – La voz de Xav resonó en mi audífono, dándome algo de calma.
Inspiré profundamente, esperé unos segundos y abrí la trampilla. Esta vez estaba segura de que no me había equivocado, o eso quería creer. Deslicé el cuerpo hacia abajo y bajé cuidadosamente hasta la cámara. En cuanto mis pies tocaron el suelo, mis ojos recorrieron el lugar, y por un segundo casi olvidé lo que debía hacer.
Estaba rodeada de montones de joyas, montañas de oro, piedras preciosas y objetos que parecían demasiado antiguos y valiosos como para estar ahí, apilados sin más. Sabía que la codicia de mi padre era… bueno, peculiar, pero nunca pensé que llegaría a acumular todo esto.
Sacudí la cabeza y corrí hacia la puerta, tirando con fuerza del manillar hasta que logré abrirla de golpe, dejando paso al resto de mi equipo.
– ¡Ya era hora! ¿Se puede saber dónde te habías metido, pequeñaja? – Averi, en cuanto entró, me revolvió el pelo con una sonrisa burlona.
– Me equivoqué de sala… Una vez. Y me costó un poquito salir, nada más.
– ¿Estás segura de que no te detuviste a hacerte un collar o algo? – bromeó Ade, mirándome de reojo.
– ¡Ja, ja! Muy gracioso, chicos. Pero ¿vamos a ponernos en marcha o no? – añadió Alas de pronto, claramente ansioso, con una energía que ni la cámara blindada podía contener.
No pude evitar reírme. Alas siempre parecía ir con prisas, incluso en los momentos que requerían más calma. A veces daba la impresión de que quería terminar el trabajo solo para correr al siguiente. Me acomodé junto a la puerta para vigilar mientras ellos se ocupaban de recoger lo que habíamos venido a buscar. En mi mente, repasaba las instrucciones: debía estar atenta a cualquier movimiento. Que yo recordara, mi padre no destacaba precisamente por tener la mejor seguridad, pero algo en mí seguía sintiendo el peso de la misión.
Los demás se esparcieron rápidamente, cada uno con su tarea bien clara. Alas llenaba una bolsa con joyas a una velocidad casi absurda, mientras Averi escaneaba con la mirada, como siempre, en busca de lo realmente importante.
Mientras me mantenía junto a la puerta, con el oído atento a cualquier sonido extraño, no podía evitar observar cómo mi equipo se movía con precisión. Averi y Alas trabajaban como si fueran parte de un mecanismo perfectamente engranado; cada uno sabía lo que hacía y se mantenía concentrado, sin dejar que el brillo de los tesoros los distrajera.
De repente, escuché un ligero sonido de pasos. Mi corazón se detuvo por un segundo, y alcé la mano para hacerle una señal al equipo. Xav, que estaba organizando los objetos, levantó la vista de inmediato, alerta. En un abrir y cerrar de ojos, todo el mundo dejó lo que estaba haciendo y se puso en posición.
– ¿Crees que nos han descubierto? – susurró Averi, con su expresión tranquila pero los ojos llenos de inquietud.
Escuché con atención, intentando distinguir si esos pasos se acercaban o se alejaban. Todo volvió a sumirse en un silencio absoluto, el tipo de silencio que solo ocurre antes de algo grande… o después de algo peligroso.
– No estoy segura, – respondí en voz baja, – pero no podemos arriesgarnos a quedarnos más tiempo del necesario. Si alguien está merodeando, más vale que estemos fuera de aquí cuando aparezcan.
– ¡Perfecto! – dijo Alas con una sonrisa, tirando la bolsa sobre su hombro. – Entonces, ¿qué estamos esperando?
Los demás rápidamente hicieron lo mismo, asegurándose de que llevaban todo lo importante y dejaban el menor rastro posible de nuestra presencia.
– Vosotros quedáis aquí y seguid. En cuanto acabéis salir por donde habéis entrado. Yo iré a mirar.
Todos asintieron y volvieron a lo que estaban. Mientras tanto, caminé por el pasillo lentamente, tratando de averiguar de dónde venían las voces. Seguí el pasillo, hasta llegar a una sala de reuniones.
Uf, solo era mi padre en una de sus habituales reuniones. Suspiré aliviada, relajando los hombros al liberar la tensión entre ellos. Cuando iba a volver para la cámara, oí unos pasos acercarse.
Miré a mi alrededor, y visualicé una puerta y me metí en la habitación. Al adentrarme en la habitación y cerrar la puerta detrás de mí, mis ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la penumbra. Reconocí el lugar casi de inmediato: era la habitación de mi hermano. No había cambiado mucho desde la última vez que había estado allí, con sus estantes llenos de libros y su escritorio ordenado, siempre cubierto de papeles con notas y esquemas. Había incluso una pequeña lámpara apagada, igual a la que teníamos en casa de niños.
El suelo crujió bajo mis pies, y me quedé inmóvil, escuchando si alguien había oído el ruido. Los pasos de afuera continuaban acercándose; no había tiempo de salir sin que me descubrieran. Mi corazón latía con fuerza mientras pensaba en lo irónico que sería ser atrapada aquí, en la habitación de mi propio hermano.
Con un suspiro silencioso, me deslicé detrás de la puerta, esperando que el visitante simplemente pasara de largo. Pero, por supuesto, la suerte no estaba completamente de mi lado. Escuché el inconfundible chirrido de la puerta al abrirse y contuve la respiración, pegada a la pared para no ser vista de inmediato. Una sombra se deslizó por la habitación, y, en ese momento, vi la figura de mi hermano entrando lentamente. Iba mirando alrededor como si buscara algo… o a alguien.
– Sé que estás aquí, – dijo con voz calmada, pero clara. Sabía que me había pillado, así que decidí que lo mejor era no intentar esconderme más.
– Vaya, me atrapaste – murmuré, asomándome desde detrás de la puerta y levantando las manos en un gesto teatral de rendición. Él levantó una ceja y cruzó los brazos, mirándome con una mezcla de sorpresa y diversión.