Murió una estrella

13. De la resaca a la arena.

Abrimos las puertas de par en par, dejando que el estruendo del altavoz de Alas inundara el espacio con una melodía tan estridente como pegadiza. Fue como una declaración de victoria hecha sonido, y todos los ojos en la unidad se giraron hacia nosotros. Por supuesto, esa era la idea. Alas se paseaba con una confianza desmedida, el altavoz descansando sobre su hombro mientras movía la cabeza al ritmo de la música.

– ¡Por favor, deténganse! – gritó en broma, levantando una mano para fingir ser un guardia en plena acción. – No se acerquen a los héroes del día. ¡Es demasiado oro para sus pobres ojos!

Los demás miembros de la unidad nos miraban entre la admiración y la incredulidad. Algunos empezaron a aplaudir, y Averi, siempre lista para un espectáculo, dejó caer su bolsa en el suelo, extendiendo los brazos como si fuera una estrella de cine en una alfombra roja.

– ¡Gracias, gracias! Sí, somos geniales, y no, no damos autógrafos. – Su sonrisa deslumbrante solo aumentó las carcajadas del público.

Yo intentaba mantener la compostura, pero el ambiente de euforia era contagioso. Caminaba justo detrás de ellos, con mi bolsa de botín a cuestas, mientras Xav, que siempre intentaba mantener algo de seriedad, suspiraba detrás de mí.

– Por el amor de… ¿Es necesario montar este espectáculo cada vez? – murmuró, pero incluso él tenía una sonrisa oculta.

Alas giró el altavoz para que la música sonara aún más fuerte y se detuvo frente a uno de los equipos que estaba descansando en la sala común.

– Tomad nota, amigos. Así es como se hace. Técnica, precisión y un toque de estilo. – Guiñó un ojo antes de dar un paso exagerado hacia adelante.

Uno de los miembros del otro equipo levantó una ceja.

– ¿Estilo? ¿Es esa tu forma de decir “exceso de confianza”? Porque te aseguro que no es lo mismo.

– Ah, los celos, mi buen amigo. – Alas se llevó una mano al pecho, fingiendo estar herido. – Lo entiendo, no todos pueden manejar ser tan buenos como nosotros.

Entre risas y comentarios, seguimos pavoneándonos por la unidad, asegurándonos de que cada rincón supiera de nuestra pequeña hazaña. Al llegar a nuestra área de descanso, Averi sacó una botella de licor que había conseguido “por si acaso”.

– ¡A nuestro éxito! – dijo levantando la botella.

– ¿Y el plan de mantener un perfil bajo? – preguntó Xav con un suspiro mientras servían los vasos.

– Perfil bajo es para quienes no hacen historia – respondí, chocando mi vaso contra el de Averi.

Uno tras otro, los vasos fueron vaciándose, y las risas se volvían más fuertes con cada ronda. La música seguía sonando, y pronto estábamos cantando a pleno pulmón, aunque apenas recordábamos la letra de las canciones.

Fue en medio de este caos que un pensamiento cruzó mi mente como un rayo.

– Un momento… – murmuré, mirando el reloj en la pared con ojos entrecerrados. – ¿Qué hora es?

Alas, que intentaba equilibrar una bolsa en la cabeza, levantó la vista.

– Ni idea, pero aún no es medianoche. ¿Por qué?

Mis ojos se abrieron de golpe cuando recordé.

– ¡El combate! ¡Tenía un combate esta noche!

El silencio duró solo un segundo antes de que Averi rompiera en carcajadas.

– ¿Vas a ir así? – señaló el vaso en mi mano.

– ¿Qué opción tengo? – respondí, ya recogiendo mis cosas como podía. – Si no voy, me descalifican.

– Esto va a ser divertido. – murmuró Xav, sacudiendo la cabeza mientras los demás coreaban mi nombre al unísono.

Con un tambaleo, me dirigí hacia la arena. No tenía idea de cómo iba a salir aquello, pero una cosa era segura: esta noche iba a ser inolvidable… para bien o para mal.

La arena estaba más ruidosa de lo habitual. Los vítores de la multitud eran ensordecedores, las apuestas volaban de un lado a otro, y yo apenas podía pensar. El mareo no ayudaba, y las luces del techo parecían moverse más de lo normal.

¿Qué demonios estaba pensando al venir así?

– ¡Y ahora, damas y caballeros! – rugió el anunciador, su voz resonando en todo el estadio. – ¡La luchadora más joven y prometedora de la unidad, Ren millers, contra nuestro imparable campeón, Seas Estelar, el Implacable!

La multitud estalló en gritos. Seas, mi oponente, era un hombre enorme, con brazos como troncos y una sonrisa que dejaba entrever que no planeaba contenerse. Genial. Yo apenas podía recordar dónde había dejado mi arma.

Cuando me miró, soltó una carcajada.

– ¿Vienes de fiesta, niña? – gruñó. – Esto será rápido.

Fruncí el ceño, ignorando el calor que me subía a las mejillas.

No iba a dejar que me humillara, al menos no fácilmente.

El gong sonó, marcando el inicio del combate, y Seas no perdió el tiempo. Se lanzó hacia mí como un toro, pero, para mi sorpresa, conseguí esquivarlo en el último segundo.

Gracias reflejos, no me abandonéis ahora.

Con una maniobra rápida, lancé un golpe directo a su costado. Impacté con fuerza, arrancándole un gruñido. La multitud jadeó, sorprendida.

¿Será posible que pueda ganar esto?

Él se giró, claramente enfadado, y comenzó a lanzar golpes en ráfaga. Por suerte, mi pequeño tamaño me daba ventaja en velocidad, y pude esquivar la mayoría... al principio. Sin embargo, el efecto de las copas empezaba a pasar factura, y mi coordinación se volvía más torpe. Un golpe de su puño derecho impactó en mi hombro, lanzándome al suelo.

La arena se tambaleaba bajo mis pies cuando intenté incorporarme.

– Vamos, Ren. – murmuré entre dientes. – Un poco más.

La multitud seguía vitoreando mientras me levantaba de nuevo, y vi una oportunidad. Cuando cargó hacia mí otra vez, lo esquivé de nuevo y conecté una patada directa a su rodilla. Esta vez, su enorme cuerpo tambaleó. La multitud estalló en gritos.

Sí, definitivamente iba a ganar eso.

Pero no había terminado conmigo.

Cuando intenté otro ataque, él se movió más rápido de lo que esperaba, atrapando mi brazo y lanzándome al suelo con una fuerza brutal. Todo el aire salió de mis pulmones, y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Intenté levantarme de nuevo, pero esta vez, mis piernas no respondieron como debían. No, no aquí. No ahora.




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