Murió una estrella

15. Alas me avergüenza. (Sí, otra vez)

Me miré al espejo mientras me arreglaba, analizando mi reflejo con detenimiento. No solía usar maquillaje; normalmente, no teníamos tiempo para esas cosas. Cada minuto era crucial, cada segundo contaba. Pero esta vez, la ocasión lo merecía. La gran noche. Sabía que esta ceremonia iba a ser diferente, y no quería que nada me tomara por sorpresa. Tenía que dar una buena imagen.

Pasé un par de horas frente al tocador, más de lo que había planeado originalmente. Mi primer intento de maquillaje fue torpe y apresurado, sin mucho énfasis en detalles, solo lo necesario para cubrir lo que no quería que se viera. Pero no estaba contenta con el resultado. Mi mirada seguía siendo la misma, algo apagada.

Decidí que necesitaba un cambio. Tomé un pincel y comencé a retocar los ojos. Los delineé más de lo que solía, un toque dramático que nunca había probado antes. Los labios, también, decidí resaltarlos con un color rojo más fuerte del que normalmente usaría. Por un momento, me sentí un poco ridícula, como si no fuera yo misma. Pero algo dentro de mí me decía que esta noche tenía que ser diferente, que tenía que hacer frente a la ceremonia con una nueva actitud, aunque solo fuera por fuera.

Me tomé un respiro. Ya no quedaba mucho tiempo. Sabía que la ceremonia era solo una excusa, un escaparate de lo que éramos, de lo que querían que fuéramos. Pero, por dentro, algo me decía que quizás esta noche podría ser una oportunidad para encontrar un nuevo propósito, o al menos un respiro entre tantas sombras.

Puse el último toque de perfume, dejando que la fragancia me envolviera por completo. Cuando terminé, me observé por última vez en el espejo. No era la Ren que todos conocían, la de las misiones rápidas y la actitud dura. Pero quizá esa noche no necesitaba ser esa Ren.

Me sonreí a mí misma, aunque sabía que no iba a ser fácil. Mi reflejo me devolvía una versión de mí misma que, por primera vez en mucho tiempo, no reconocía del todo, pero también me sentía un poco más segura, un poco más preparada.

Alas volvió de la lavandería con nuestros trajes, colgándolos cuidadosamente en sus brazos como si fueran reliquias sagradas. Entró al cuarto con una expresión de orgullo, sosteniendo los trajes recién planchados y libres de cualquier arruga, como si él mismo hubiera logrado esa hazaña.

– ¡Listos para brillar! – anunció con una sonrisa traviesa mientras dejaba los trajes sobre la cama. – Admito que nunca pensé que un traje pudiera intimidarme, pero esto... esto es otra cosa.

Le lancé una mirada divertida mientras me levantaba del tocador para inspeccionar el mío. El tejido negro brillante y los detalles plateados daban un aire sofisticado, pero al mismo tiempo conservaban ese toque funcional que reflejaba quiénes éramos realmente. Era más que una simple prenda; era una declaración.

– Es más intimidante la idea de usarlos que los trajes en sí – respondí, alisando el dobladillo con las manos. – ¿Cómo demonios se supone que me sienta cómoda con esto puesto?

– Con confianza, querida – dijo Alas con una exagerada inclinación teatral. – Recuerda, es una gala de premios para villanos. Si no puedes deslumbrar, al menos intimida.

Me reí por lo bajo, agradeciendo el alivio que traía su humor. Pero por dentro, sabía que tenía razón. Esta noche no se trataba solo de los premios o de la actuación; era una muestra de poder, una forma de establecer quiénes dominaban el tablero. Y aunque no era del todo fan de estas reuniones, sabía que nuestra presencia allí importaba.

Alas empezó a probarse su propio traje frente al espejo, moviendo los brazos de manera exagerada para asegurarse de que no estuviera demasiado ajustado.

– ¿Qué opinas? ¿Digno de un ganador del "Mayor número de carteles de búsqueda"? – preguntó, girándose para mostrarse desde todos los ángulos.

– Digno de alguien que se toma el papel demasiado en serio – le respondí, lanzándole una almohada desde la cama. – Pero sí, admito que te queda bien.

– Por supuesto que sí. – Su sonrisa era de pura satisfacción. Luego se sentó en el borde de la cama, inclinándose hacia adelante con expresión expectante. – Venga, ponte el tuyo. Seguro que te queda de maravilla.

Puse los ojos en blanco y me levanté, agarrando mi traje con cuidado. Lo sostuve un momento, admirando el trabajo de diseño antes de dirigirme hacia el baño.

– ¿A dónde te vas? – preguntó Alas con una mezcla de curiosidad y burla.

– Al baño, idiota. – Respondí sin detenerme, girando ligeramente la cabeza para mirarlo por encima del hombro. – ¿O creías que me iba a cambiar delante de ti?

Alas hizo un gesto exagerado de disgusto, llevándose una mano al pecho como si hubiera recibido una puñalada.

– Aguafiestas. Te juro que me vengaré por esto.

Solté una carcajada y cerré la puerta del baño detrás de mí, aún escuchando sus murmullos teatrales al otro lado. Mientras me desvestía y comenzaba a ponerme el traje, no pude evitar esbozar una sonrisa. Alas tenía esa habilidad para aliviar la tensión con sus bromas, incluso en las situaciones más serias.

Me miré en el espejo mientras me ajustaba el traje. Era sorprendentemente cómodo, considerando lo ajustado que parecía a primera vista. Los detalles plateados captaban la luz de una manera elegante, y el diseño entallado acentuaba mi figura sin resultar exagerado. Era... distinto a lo que estaba acostumbrada, pero no podía negar que me gustaba cómo me veía.

Cuando terminé de arreglarme, abrí la puerta del baño con una mezcla de inseguridad y expectación.

– Bueno, ¿qué tal? – pregunté mientras daba un paso hacia la habitación.

Alas levantó la mirada de inmediato y soltó un silbido bajo, poniéndose de pie de un salto.

– ¡Madre mía, Ren! Pareces lista para conquistar el mundo... o al menos para hacerlo arrodillarse ante ti.

Negué con la cabeza, pero una pequeña risa escapó de mis labios.

– Ya, ya. No te emociones. Es solo un traje.




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