Murió una estrella

18. El juego de la mentira.

Camino por el pasillo, mis pasos resonando en las paredes metálicas, el eco rebota una y otra vez, como si el edificio mismo estuviera atento a mis movimientos. El sonido seco y constante de mis botas contra el suelo metálico es lo único que se escucha en este lugar. Podría moverme con sigilo, como una sombra, pero no quiero. Aquí, en este espacio sombrío, el silencio absoluto a veces se confunde con debilidad, y no puedo permitirme eso. No hoy, no mientras todo lo que he trabajado por tanto tiempo está al borde de su fin.

Las luces parpadean una vez, dos, antes de estabilizarse, el parpadeo intermitente es como un recordatorio de lo que somos aquí: piezas que deben seguir funcionando, aunque estén rotas por dentro. Nunca reparan nada de verdad, solo lo justo para que todo continúe, lo mínimo indispensable. Los mismos pasillos grises de siempre, con esas puertas reforzadas que parecen invocar una sensación de claustrofobia que no se puede ignorar, el mismo olor a metal oxidado y humedad pegajosa que nunca se va, como una pesadilla que nunca termina. Podrías pensar que con el tiempo te acostumbras, pero no. Siempre hay una incomodidad persistente, como si el edificio mismo supiera que todos aquí somos reemplazables, desechables, como piezas de una máquina que puede ser desmontada sin ningún remordimiento.

Me detengo frente a la puerta negra con el letrero grabado: "Oficina de M". No necesita más presentación. Todos en esta base saben quién es M y lo que significa ser llamado a su despacho. Nadie que haya cruzado ese umbral ha salido igual. Respiro hondo, levantando los hombros con lentitud y soltándolos al exhalar. Debo estar en control. No puedo dar la imagen equivocada.

Toco la puerta dos veces, fuerte y seco, el sonido resuena en el aire.

—Pasa —responde la voz de M desde el otro lado, profunda, autoritaria.

El sonido de su voz me provoca una ligera rigidez en la espalda, pero no me dejo llevar por ello. No puedo dar el lujo de mostrarme vulnerable. Entro.

El despacho de M está más desordenado de lo habitual. Papeles apilados en las esquinas, informes olvidados en el suelo, pantallas mostrando imágenes de seguridad en diferentes puntos de la base. El zumbido constante de las computadoras y el parpadeo de una lámpara defectuosa en el techo le dan al lugar una atmósfera caótica, casi inquietante. Él está sentado tras su escritorio, con la mirada fija en un informe que sostiene en una mano y una pluma en la otra, haciendo pequeñas correcciones con movimientos meticulosos, como si cada palabra en ese papel pudiera ser crucial. Como siempre, su presencia llena la habitación.

—Alas —dice sin levantar la mirada—. Cierra la puerta.

Lo hago, dejando que el sonido del cierre mecánico resuene en la habitación. Me quedo de pie, erguido, en posición de alerta, pero relajado. No le voy a dar el gusto de verme tenso, no voy a darle ese poder. No hoy.

M deja el informe sobre la mesa con una calma tan profunda que, irónicamente, me pone nervioso. Finalmente, levanta la cabeza y me mira con esos ojos oscuros y penetrantes. Su mirada es la clase que te atraviesa, que te hace sentir que cada mentira, cada excusa, cada pensamiento que intentes ocultar se vuelve transparente bajo su escrutinio.

—Dime, Alas —empieza, su voz suave, controlada, sin prisa, pero cargada de expectación—. ¿Cuánto tiempo llevamos con este asunto de Ren?

No respondo de inmediato. No porque no sepa la respuesta, sino porque soy consciente de que cualquier respuesta que le dé llevará a otra pregunta, y sé cuál será la siguiente. Un solo respiro y todo puede volverse más peligroso.

—Dos años y siete meses —respondo al fin, con tono firme, sin alterar la calma de mi voz.

—Dos años y siete meses —repite, como si estuviera saboreando cada sílaba, como si la frase misma tuviera algún tipo de poder. Se inclina hacia adelante, apoyando los codos en la mesa y juntando las manos frente a su boca, como si estuviera reflexionando sobre algo profundo—. Y, dime, Alas, ¿por qué sigue viva?

Directo al grano. No hay rodeos.

Respiro hondo, siento el peso de la pregunta sobre mis hombros. No puedo mostrarme inseguro. No puedo dudar. No con él.

—El proceso es delicado —digo, eligiendo mis palabras con el máximo cuidado—. No es solo matar a Ren. Si eso fuera todo, ya habría terminado hace mucho. Pero usted sabe mejor que nadie que no se trata solo de eso. Lo que hago va mucho más allá de un simple asesinato.

M me observa en silencio durante unos segundos que se sienten como horas. No le gusta que le expliquen lo obvio, pero tampoco le gusta que le respondan con evasivas. No hay margen para errores aquí, no cuando se trata de M.

—Ilúmíname —dice, con una sonrisa apenas perceptible, recostándose en su silla como si estuviera a punto de disfrutar de un espectáculo—. Dime qué hace a Ren tan especial que necesita tanta "delicadeza". ¿Qué la hace diferente?

—Confianza —respondo sin dudar, mi voz firme—. Confianza, M. Ella confía en mí. Eso no se consigue en un día. Ni en una semana. He tenido que construir cada parte de esa confianza, paso a paso. Hacer que me vea como su aliado, su amigo, su... “compañero de equipo”, si prefiere llamarlo así.

—¿Y? —pregunta M, ladeando la cabeza con una expresión casi desinteresada—. ¿Cuánto más necesitas? ¿Un mes? ¿Dos? Porque, y escúchame bien, Alas, mi paciencia no es infinita.

—Lo sé —admito, dando un paso hacia él, acercándome con calma—. Pero le aseguro que ya casi la tengo. No es solo confianza. Es dependencia. La estoy haciendo depender de mí. Para cuando me necesite más de lo que necesita a esta unidad, cuando esté sola, cuando se dé cuenta de que no tiene a nadie más en quien confiar, entonces será el momento. El momento justo.

M entorna los ojos, no es la primera vez que ve una jugada como la mía, pero sabe que cada acción tiene sus riesgos. Y yo estoy jugando con fuego. Puedo ver que está evaluando mis palabras, buscando alguna grieta, alguna debilidad en mi argumento. No puedo dársela.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.