Murió una estrella

19. Cómo desarmar a un idiota de manera fácil y rápida.

El eco de mis golpes contra el saco de boxeo resonaba en todo el gimnasio, un sonido constante, rítmico, casi hipnótico. Cada impacto parecía sincronizarse con los latidos de mi corazón, como si ambos siguieran una misma partitura. El gimnasio estaba completamente desierto, como me gustaba. No había ojos curiosos observándome, ni susurros que interrumpieran mi concentración. Solo estábamos el saco, yo y la quietud de la madrugada. Mi respiración era controlada, medida con precisión, mientras el sudor empapaba mi camiseta, pegándola a mi piel. El ardor en mis músculos, lejos de molestarme, era un recordatorio de mi esfuerzo. Ese dolor era bienvenido; al menos, ese podía controlar.

Un gancho más, potente y directo, hizo que el saco se tambaleara peligrosamente, oscilando como si estuviera a punto de desprenderse de su soporte. Pero antes de que pudiera recuperar el ritmo, el chirrido estridente de la puerta metálica rompiendo el silencio me sacó de mi aislamiento. El sonido reverberó como un recordatorio de que nunca estaba completamente sola, por mucho que lo deseara. No hacía falta mirar para saber quién era.

—¿Entrenando sola otra vez? —La voz de Alas llenó el espacio, suave, con ese tono travieso que siempre lograba desarmarme un poco, aunque jamás lo admitiría en voz alta.

Suspiré, dejando caer los hombros un instante antes de volver a mi postura. —¿Qué quieres, Alas? —pregunté, sin dignarme a girar la cabeza, lanzando un golpe más contra el saco.

—Hacerte compañía, por supuesto. —Sus pasos resonaron sobre el suelo del gimnasio, cada vez más cercanos, hasta que sentí su calor a mis espaldas. Su cercanía era inconfundible, como si su presencia tuviera un peso propio que llenara todo el espacio—. No es justo que te diviertas sola.

Puse los ojos en blanco, aunque sabía que él no podía verlo, y decidí no responder. Ignorarlo siempre parecía la mejor estrategia, pero con Alas, rara vez funcionaba. Su persistencia era tan molesta como... intrigante.

—Ese gancho está mal. —Su tono cambió, adoptando una seriedad fingida que me hizo apretar los dientes—. Si sigues así, tu hombro sufrirá más que el saco.

—¿Y tú qué sabes? —repliqué con desgana, lanzando otro golpe, más fuerte esta vez, como si el impacto pudiera silenciarlo.

—Sé que necesitas a alguien que te corrija. —Puso una mano sobre el saco, deteniéndolo en seco. El movimiento fue tan inesperado que me vi obligada a girarme para enfrentarlo. Su mirada, cargada de desafío, chocó contra la mía, y esa maldita sonrisa ladeada volvió a aparecer. Esa sonrisa que siempre lograba inquietarme más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—No necesito tu ayuda, Alas. Estoy bien sola —dije, apartando su mano del saco con un movimiento brusco, aunque mi corazón ya comenzaba a latir más rápido.

—Claro que sí. —La seguridad en su voz era irritante, pero innegable. Su sonrisa se ensanchó, esa misma confianza arrolladora brillando en sus ojos—. Pero sería más divertido conmigo.

—¿Siempre tienes que meterte donde no te llaman? —pregunté, cruzándome de brazos. El movimiento era defensivo, pero también me ayudaba a mantener una distancia segura.

—No puedo evitarlo. —Su voz bajó de tono, transformándose en un susurro cargado de intenciones que no lograba descifrar del todo—. Tú eres mi lugar favorito para estar.

Sus palabras me hicieron fruncir el ceño, pero no podía ignorar el calor repentino que subió a mis mejillas. Me forcé a mantener mi postura firme, esperando que no notara la ligera aceleración de mi respiración.

—Vamos, Ren. Lucha conmigo. —Se enderezó, dando un paso atrás y levantando las manos en un gesto de invitación—. Será un buen entrenamiento. Solo tú y yo. Sin trucos, lo prometo.

Lo miré con escepticismo. Aunque las promesas de Alas solían ser tan resbaladizas como él mismo, la idea de descargar mi frustración contra él era, de repente, muy tentadora.

—Está bien. —Adopté una postura defensiva, lista para el combate—. Pero si pierdes, te lo recordaré cada día.

—¿Y si gano? —preguntó, mientras se quitaba la camiseta con una deliberación que me pareció innecesariamente teatral. Su torso, marcado por cicatrices y músculos definidos, parecía contar historias que nunca compartía.

—Eso no va a pasar —respondí con firmeza, aunque mi mirada se desvió por un breve instante hacia las cicatrices en su piel.

Nos movimos al centro del gimnasio, donde había suficiente espacio para pelear. Alas adoptó una postura relajada, casi despreocupada, pero algo en la forma en que me observaba me dejó claro que no me subestimaría. Él conocía mi fuerza y mi habilidad. Sin embargo, lo que realmente me desconcertaba era esa intensidad en su mirada, como si estuviera más interesado en estudiar cada uno de mis movimientos que en ganar el enfrentamiento.

El primer movimiento fue mío, un golpe rápido dirigido a su costado. Él lo esquivó con una facilidad que me molestó más de lo que debería, y antes de que pudiera recuperarme, contraatacó con un movimiento igual de veloz. Logré bloquearlo, pero el breve contacto de nuestras manos me distrajo más de lo que quería admitir.

—Buen intento —comentó, inclinando ligeramente la cabeza. Su tono era burlón, pero no podía ignorar la chispa de admiración en su voz—. Pero tendrás que hacerlo mejor.

Le lancé una patada, obligándolo a retroceder. Él rio suavemente, ese sonido bajo y lleno de diversión que siempre lograba desarmar mi concentración.

—Me encanta cuando te pones seria —dijo, ajustando su postura como si esperara un verdadero desafío.

—Deja de hablar y pelea —espeté, lanzando un golpe directo que él bloqueó con facilidad, atrapando mi muñeca en el proceso.

Tiró suavemente de ella, lo suficiente para hacerme tambalear. Antes de que pudiera recuperar mi equilibrio, estaba contra él, nuestras caras peligrosamente cerca. Su aliento cálido acariciaba mi piel, y su sonrisa triunfante me enfureció aún más.




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