El comedor de la unidad era un caos, como siempre. Voces altas, risas ocasionales, el eco metálico de bandejas golpeando contra las mesas. Apenas puse un pie dentro, lo sentí. No necesitaba verlos para saberlo: esas miradas furtivas que me seguían desde cada rincón del salón, como si yo fuera una chispa de incendio en medio de un bosque seco. Los murmullos trataban de ser discretos, pero fallaban miserablemente.
Era como una corriente invisible que atravesaba la habitación y se detenía en mí. No hacía falta escuchar las palabras completas. Lo había vivido demasiadas veces.
Caminé al frente, con las manos hundidas en los bolsillos, el mentón alzado, como si no me importara. Había perfeccionado esa máscara hace mucho tiempo. Ade y Xav iban detrás de mí, enfrascados en una discusión sobre estrategias que, según Ade, serían revolucionarias y, según Xav, una pérdida de tiempo. Averi nos seguía en silencio, como siempre. Y, a mi lado, Alas.
Alas caminaba con esa naturalidad que siempre parecía contagiar calma, como si el peso del mundo resbalara por sus hombros. Tenía esa sonrisa suya, tranquila y confiada, que nunca se alteraba, incluso cuando los susurros se hacían más fuertes a medida que avanzábamos entre las mesas.
Al principio eran solo fragmentos, como destellos de luz en la niebla.
"Es una traidora…"
"No merece estar aquí…"
"Seguro que Alas la protege…"
Cada palabra parecía golpearme con la fuerza de un martillo, pero mantuve mi rostro impasible. Mi puño se cerró dentro del bolsillo, clavando las uñas en mi palma. La ira se arremolinaba en mi pecho, caliente y pesada, pero no podía permitirme estallar.
—No les hagas caso —susurró Alas, inclinándose ligeramente hacia mí, su voz un murmullo entre el ruido del comedor.
—No lo hago —mentí, sintiendo cómo mis uñas marcaban pequeñas lunas en mi piel.
Finalmente encontramos una mesa vacía al fondo. Me dejé caer en la silla, tirando mi bandeja sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. Bajé la mirada a mi comida y me concentré en lo que tenía delante. Era más fácil ignorar las voces si pretendía que no existían.
Pero los murmullos no cesaban. Las risas, los comentarios apenas contenidos, flotaban en el aire como moscas molestas.
Estaba dando el segundo bocado cuando una carcajada particularmente fuerte atravesó el ruido de fondo.
—¡Hey, Ren!
La voz llegó desde mi izquierda, clara, fuerte, diseñada para captar la atención.
Levanté la mirada lentamente, obligándome a mantener la calma. Frente a mí estaba un tipo corpulento, uniformado, con el cabello despeinado y la sonrisa arrogante de alguien que estaba acostumbrado a salirse con la suya. Detrás de él, un grupo de amigos lo miraba con atención, como si estuvieran esperando que soltase algo ingenioso.
—¿Cómo se siente ser la protegida de Alas? —dijo, asegurándose de que todos lo escucharan. Su voz resonó con fuerza en el comedor.
Podía sentir las miradas girándose hacia nosotros, como si el aire mismo se tensara.
—¿Te consigue todo por debajo de la mesa o hay algo más que le das a cambio?
La risa que siguió fue fuerte y amarga, cortando el espacio entre nosotros.
Mis músculos se tensaron. Sentí la sangre subir a mi rostro, caliente, hirviendo. Ade se inclinó hacia adelante, claramente a punto de intervenir. Xav masculló algo entre dientes, y Averi apartó la mirada, incómoda.
Alas, en cambio, permaneció inmóvil. Su sonrisa había desaparecido, y su mandíbula estaba apretada, pero no hizo nada para detenerme cuando me puse de pie.
—¿Quieres repetir eso? —pregunté, mi voz baja, cada palabra cargada de una amenaza que no necesitaba explicarse.
El tipo me miró, sus ojos brillando con burla y superioridad. Dio un paso al frente, dejando su bandeja sobre una mesa cercana. Era más alto y más ancho que yo, y su postura gritaba que se sentía en control.
—Claro que sí. —Sonrió, disfrutando de la atención que había generado—. Todos lo saben, Ren. No perteneces aquí. Eres una carga.
No lo dejé terminar.
Mi puño conectó con su mandíbula con un golpe seco, directo. El impacto lo hizo tambalearse hacia atrás, chocando contra una mesa cercana.
El comedor quedó en silencio, el eco de mi golpe flotando en el aire.
—¡Vas a arrepentirte de eso! —gruñó, llevándose una mano a la cara antes de lanzarse hacia mí.
Esquivé su ataque fácilmente, dejando que su impulso lo desestabilizara. Mi siguiente movimiento fue rápido, un golpe directo a su estómago que lo hizo doblarse.
Trató de contraatacar con un puñetazo, pero lo bloqueé con el antebrazo antes de girar y conectar una patada en su costado. El impacto lo derribó al suelo, pero no por mucho tiempo.
Se levantó tambaleante, los ojos llenos de furia.
—Ren, ya basta —escuché la voz de Ade, pero sonaba tan firme como una hoja en el viento.
El tipo volvió a lanzarse hacia mí, y esta vez lo dejé caer completamente. Usé su propio peso en su contra, llevándolo al suelo y bloqueándolo con mi rodilla presionando su pecho.
—Dilo otra vez —siseé, mi voz un susurro peligroso que apenas él podía escuchar.
Su respiración era rápida y pesada, pero no dijo nada.
—Ren.
La voz de Alas cortó el silencio como un cuchillo.
Lo miré de reojo. Estaba sentado, sus ojos clavados en los míos. No necesitó decir más. El mensaje era claro: ya había ganado.
Me puse de pie, soltándolo, y miré alrededor. Todo el comedor estaba inmóvil, cada par de ojos fijado en mí.
—¿Alguien más tiene algo que decir? —pregunté, mi voz proyectándose con fuerza.
Nadie respondió.
Regresé a mi lugar, tomé mi bandeja y me senté como si nada hubiera pasado. Sentía las miradas de mi equipo sobre mí, pero no dije nada.
Alas rompió el silencio.
—Siempre sabes cómo animar una comida, ¿verdad?
—Cállate, Alas.
Aunque no lo admitiría, una chispa de satisfacción se encendió en mi pecho. Había dejado claro que nadie iba a pisotearme.