Murió una estrella

21. Cuando pensaba que las cosas no podían ir peor. (Spoiler: Sí podían).

Me desperté a su lado, y cuando intenté moverme, su brazo se apretó un poco más alrededor de mi cintura.

—No te vayas aún… queda tiempo… —murmuró, con la voz todavía arrastrada por el sueño.

Giré ligeramente la cabeza para mirarlo. Sus ojos seguían cerrados, y su respiración era pausada, tranquila, como si estuviera atrapado entre el sueño y la vigilia. Sujete su brazo con cuidado, esto era algo que parecía natural de que había pasado, tantas veces a intentando liberarme sin despertarlo, pero su agarre solo se hizo más firme.

—Alas —susurré, apenas audible—, déjame levantarme.

Él no respondió de inmediato, pero su cuerpo se movió un poco, lo suficiente para que sus labios rozaran la coronilla de mi cabeza.

—Cinco minutos más —dijo con una media sonrisa que apenas se asomó en su rostro.

Puse los ojos en blanco, aunque no pude evitar sonreír ante su insistencia. Su abrazo, cálido y protector, me tenía atrapada en una mezcla de comodidad y desconcierto. No estaba acostumbrada a ese tipo de cercanía, a esa forma tan sencilla en la que él lograba colarse bajo mis defensas.

—¿Siempre eres así de insistente? —pregunté, manteniendo el tono ligero.

—Solo cuando importa. —Sus palabras fueron simples, pero había algo en su tono que las hizo pesar más de lo que esperaba.

Por un instante, dudé. Parte de mí quería apartarme, levantarme y fingir que esa pequeña burbuja de calma no significaba nada. Pero la otra parte, la que siempre trataba de ignorar, sabía que no quería irme.

—Está bien, cinco minutos —murmuré al final, recostando la cabeza de nuevo contra su pecho.

Pude sentir cómo su sonrisa se ensanchaba, incluso sin verlo.

—Sabía que aceptarías, enana.

—Calla.

El silencio volvió a instalarse, interrumpido solo por el sonido de su respiración y el latido constante de su corazón. Cerré los ojos y permití que el momento se alargara, dejando que el mundo exterior desapareciera por un rato más.

Después de un rato, me removí entre las sábanas cuando la claridad del amanecer empezó a colarse por la ventana. Alas seguía dormido, su respiración pausada era un recordatorio de la calma que solo encontraba en momentos como este. Pero ya era hora de levantarse.

Con cuidado, levanté su brazo de mi cintura e intenté escabullirme de la cama. Apenas había puesto un pie en el suelo cuando su voz sonó detrás de mí, aún rasposa por el sueño.

—¿Ya te vas?

—Hay que bajar al comedor. Si llegamos tarde otra vez, nos tocará fregar los platos de todo el mundo. —Le lancé una mirada mientras me ajustaba el borde de la camiseta.

Alas suspiró, exagerando como siempre, y se incorporó lentamente, pasándose una mano por el pelo despeinado.

—Eres demasiado responsable para alguien que ha estado abrazándome toda la noche.

—Cállate.

Él dejó escapar una risa divertida, esa sonrisa medio burlona que le salía sin esfuerzo, y juntos salimos de la habitación. El pasillo estaba tranquilo, pero según nos acercábamos al comedor, el bullicio matutino empezaba a llenar el ambiente.

Nada más entrar, el olor a café recién hecho y tostadas invadió mis sentidos. Me dirigí hacia las bandejas, mientras Alas, como siempre, se quedaba unos pasos atrás, charlando con cualquiera que se cruzara en su camino. Cogí un vaso de zumo y me senté en nuestra mesa habitual.

—Eso es nuevo —comentó él al sentarse enfrente de mí, señalando el vaso.

—Sí, creo que lo trajeron hoy.

Tomé un sorbo, y el sabor dulce y refrescante me arrancó una sonrisa sin darme cuenta.

—¿A qué sabe? —preguntó Alas, inclinándose ligeramente hacia adelante.

Lo miré de reojo y, con un deje juguetón en la voz, respondí:

—Te gustaría. Sabe… a rayos de sol.

Él parpadeó, como si intentara procesar lo que acababa de decir, y su expresión se tornó curiosa. Entonces, con esa chispa que siempre tenía cuando estaba tramando algo, se inclinó más hacia mí, llevando una mano a mi cara para girarla suavemente hacia él.

—¿A rayos de sol, eh?

Antes de que pudiera apartarme, sus labios rozaron los míos en un gesto rápido, seguro. Fue apenas un segundo, pero sentí cómo el calor subía de golpe a mis mejillas. Cuando se separó, tenía una sonrisa tan satisfecha que casi le habría lanzado el vaso a la cabeza.

—Tienes razón. Me gusta.

No supe qué responder. Llevé el vaso hacia mi cara, intentando esconder el rubor que ahora me ardía en las mejillas.

—Eres idiota. —Mi voz salió ahogada detrás del cristal, mientras él se echaba a reír con descaro, claramente disfrutando de mi incomodidad.

El comedor seguía lleno de ruido, pero para mí, todo lo demás parecía haberse desvanecido por un instante.

El calor en mis mejillas aún no se había disipado del todo mientras intentaba centrarme en mi desayuno. Alas, como siempre, seguía mirándome con esa sonrisita arrogante que, para mi desgracia, jamás parecía borrarse.

—¿No vas a decir nada? —preguntó al final, inclinándose un poco más sobre la mesa con un gesto que parecía decir "admítelo, me lo he ganado".

—¿Decir qué? —respondí, llevándome un trozo de tostada a la boca con absoluta indiferencia fingida.

—Algo como… "Gracias, Alas, por iluminar mi mañana".

Le lancé una mirada que habría hecho temblar a cualquiera, pero él no hizo más que soltar una carcajada.

—Eres imposible —gruñí, volviendo la vista al plato.

Estaba a punto de replicarle algo más cuando un chico pasó corriendo junto a nuestra mesa, casi chocando conmigo.

—¡Eh, cuidado! —protesté, girándome para mirarle, pero él ya se había detenido a unos pasos.

—Oye, [nombre del personaje] —dijo, girándose hacia mí mientras intentaba recuperar el aliento—. M te está buscando. Dice que vayas a su despacho.

—¿Qué? —Mi corazón dio un pequeño salto—. ¿Ahora?

—Pues sí, ¿cuándo si no? —respondió, encogiéndose de hombros—. Estaba en el pasillo y me ha dicho que si te veía, te avisara. Así que, ya sabes, te toca.




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