Murió una estrella

22. Más nos vale darnos prisa.

La sala de reuniones estaba vacía cuando llegué. Las luces, todavía apagadas, dibujaban sombras largas sobre las paredes cubiertas de trofeos, placas y viejas fotografías enmarcadas. El aire estaba impregnado de un ligero olor a madera vieja y acero, una mezcla que, con el tiempo, había llegado a resultarme reconfortante. Me detuve frente a una de las vitrinas más grandes, aquella que contenía los logros más destacados de la unidad.

Casi me parecía mentira. Cuatro años desde que crucé esa puerta por primera vez, sin saber si iba a durar siquiera una semana. Recuerdo con claridad el temblor en mis manos aquel día, el miedo de no estar a la altura, de ser solo un nombre en una lista más larga de lo que jamás habría imaginado. Y ahora… ahora mi nombre estaba grabado en una de esas placas, junto al de los mejores. Villando del Año, cuatro veces consecutivas. Si alguien me lo hubiera dicho entonces, me habría echado a reír.

Mis dedos rozaron el cristal que protegía las placas, y mi mirada se detuvo en una foto al fondo de la vitrina. Éramos nosotros, mi equipo, durante nuestra primera victoria importante. Todavía no teníamos ni idea de lo que nos esperaba, ni de lo mucho que íbamos a perder por el camino. Alastor estaba en el centro de la imagen, con esa sonrisa confiada que siempre parecía decir “no hay nada que no pueda manejar”. Era mentira, claro. Pero a veces, esa mentira era todo lo que necesitábamos para seguir adelante.

El sonido de pasos acercándose rompió mi trance. Giré la cabeza justo cuando Alastor apareció en la puerta, con su habitual aire despreocupado.

—¿Otra vez admirando tus propios trofeos? —bromeó, apoyándose en el marco de la puerta con una sonrisa burlona.

—¿Qué quieres que te diga? Algunos necesitamos recordatorios de lo lejos que hemos llegado. Otros simplemente tienen el ego hinchado de serie —respondí, cruzándome de brazos.

Él soltó una carcajada y se acercó, echando un vistazo a la vitrina conmigo.

—¿Lista para la misión? —preguntó, pero su tono no era tan casual como de costumbre. Había una seriedad en su voz que no se molestó en disimular.

—No, pero ¿cuándo lo estamos? —respondí con un suspiro. Mi respuesta no le sorprendió, y tampoco lo tranquilizó.

Antes de que pudiera añadir algo más, la puerta se abrió de golpe, y los demás comenzaron a entrar. El ambiente cambió al instante: las bromas, los comentarios rápidos, las risas nerviosas. Todos intentaban ocultar lo que realmente sentían, pero no hacía falta ser un genio para saber que todos estábamos igual: tensos, inseguros.

Tomamos asiento alrededor de la mesa central, y Alastor empezó a repartir los detalles de la misión. Nadie decía nada mientras él hablaba. Cada palabra parecía pesar en el aire. Yo intentaba mantenerme centrada, pero no podía evitar que mi mente divagara de vez en cuando hacia lo que nos esperaba fuera de esas paredes.

Me reí entre dientes, pero no dije nada. Él me dio un golpecito en el hombro y señaló hacia la puerta.

—Venga, los demás ya están listos.

Cuando salimos de la sala de reuniones, el equipo ya estaba en el pasillo. Ade revisaba su mochila con esa precisión casi obsesiva que la caracterizaba, ajustando cada hebilla y asegurándose de que nada estuviera fuera de lugar. Un poco más adelante, Averi y Xav discutían algo en voz baja, probablemente algún detalle técnico de la misión. Ambos hablaban con esa intensidad que hacía parecer que todo lo demás alrededor desaparecía, incluso el eco de nuestras botas al avanzar por el pasillo.

Alas caminaba a mi lado, en silencio, pero su cercanía me ofrecía una tranquilidad que, aunque nunca admitiría en voz alta, necesitaba en ese momento.

El ambiente era tenso. Todos sabíamos lo que estaba en juego, y aunque ninguno lo decía, la presión se sentía en el aire, como un peso que cargábamos juntos. A pesar de eso, había algo reconfortante en la familiaridad de esos momentos previos a una misión. Habíamos pasado por esto antes: el silencio, las miradas cómplices, el entendimiento mutuo. Pero esta vez… esta vez era diferente.

Al cruzar una esquina cerca de la salida del hangar, me detuve de golpe, mis ojos enfocándose en una figura familiar que no tenía nada que hacer allí.

—¿Qué demonios haces aquí? —pregunté, mirando incrédula al hombre que estaba inclinándose sobre un par de cajas junto a la salida.

Él se giró al escuchar mi voz, y la sonrisa despreocupada que apareció en su rostro era inconfundible. La misma sonrisa que usaba cuando sabía que estaba a punto de sacar de mis casillas.

—Oh, ¿no te lo dijeron? —respondió, apoyándose en una de las cajas con una pose exageradamente casual—. Me he unido.

—¿Te has unido? —repetí, sintiendo cómo la incredulidad subía por mi garganta. Mis pasos fueron automáticos mientras me acercaba a él, mis brazos cruzándose sin pensar.

—Sí. Pensé que ya era hora de hacer algo útil con mi vida. —Se encogió de hombros, como si no acabara de soltar una bomba en medio del pasillo—. Además… alguien tiene que asegurarse de que no te metes en demasiados problemas.

Lo miré fijamente, con los labios apretados, intentando procesar lo que acababa de decir.

—Esto no es un juego, sabes eso, ¿verdad? —Mi tono salió más severo de lo que pretendía, pero no podía evitarlo. La idea de tenerlo aquí, en medio de todo esto, me ponía los pelos de punta. No quería ni pensar en lo que podría pasarle.

—No te preocupes por mí. —Su voz era suave, pero firme mientras me revolvía el pelo—. Puedo cuidar de mí mismo.

Entonces se inclinó ligeramente hacia mí, bajando el tono como si estuviera compartiendo un secreto:

—Además, estoy aquí por ti.

Sus palabras me dejaron sin aliento, pero antes de que pudiera responder, sentí un toque suave en mi brazo. Era Alas.

Me giré hacia él, y su mirada fue lo primero que noté. Había algo cálido en sus ojos, algo que decía más de lo que las palabras podían expresar. Con cuidado, movió su mano hacia la mía y la tomó entre las suyas, entrelazando nuestros dedos con un gesto tan natural que parecía que lo había hecho mil veces antes.




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