Ade maldijo en voz baja mientras desconectaba el dispositivo de la cerradura. La puerta no se había abierto, y ya no teníamos el lujo de seguir intentando. Nos levantamos y comenzamos a retroceder por el pasillo, intentando movernos tan rápido como podíamos sin hacer ruido.
Los pasos de los hombres trajeados se acercaban más, acompañados de murmullos sospechosos. Estábamos a segundos de ser descubiertos.
—Por aquí —dijo Alastor, señalando una abertura lateral en el muro. Sin dudar, nos colamos por el estrecho pasillo, con las sombras de los hombres trajeados proyectándose en la pared detrás de nosotros.
Me di la vuelta justo a tiempo para ver a uno de los hombres trajeados asomándose al pasillo principal. Su mirada se dirigió hacia la puerta del almacén, y por un momento contuve la respiración, esperando lo peor.
—Nada aquí —dijo uno de ellos después de un tenso silencio.
Cuando el eco de sus botas comenzó a alejarse, me permití respirar de nuevo. Alastor nos hizo un gesto para continuar avanzando, pero la frustración en su rostro era evidente. Habíamos perdido la oportunidad, y ahora tendríamos que encontrar otro modo de cumplir la misión.
—Esto no ha terminado —dijo Ade en un susurro, aunque su voz estaba cargada de tensión.
—No, aún no —respondí, con el corazón latiendo con fuerza mientras nos deslizábamos hacia la siguiente fase del plan, fuera del alcance de los hombres trajeados.
Nos movíamos rápido, pero en silencio, o al menos lo intentábamos. Las suelas de nuestras botas apenas tocaban el suelo, y aun así, cada crujido del viejo pasillo parecía resonar como una alarma. Ade lideraba, como siempre. Su figura alta y delgada se recortaba contra la penumbra mientras lanzaba miradas furtivas hacia atrás. No necesitaba hablar; el ceño fruncido en su rostro era suficiente para dejar claro lo mal que había salido todo.
Yo seguía justo detrás de él, intentando no tropezar con el borde del pasillo que se estrechaba a cada paso. Mi respiración era un nudo en mi garganta, y me dolía el pecho de tanto contenerla. No podía permitirme hacer ruido. No ahora, cuando los pasos de los hombres trajeados eran cada vez más cercanos. Podía oír sus botas resonando contra el suelo y las voces bajas, apenas un murmullo, pero llenas de intención. Nos estaban buscando, y yo no tenía ninguna duda de que nos encontrarían si cometíamos el más mínimo error.
Alastor caminaba junto a Averí, y, a pesar de la tensión, él no podía evitar su eterna sonrisa burlona.
—Bueno, no todo está perdido —susurró, con ese tono que conseguía que quisiera golpearle y reírme a la vez—. Al menos ahora sabemos que los dispositivos de Ade no funcionan tan bien como él pensaba.
Ade giró la cabeza lo justo para lanzarle una mirada fulminante, pero no dijo nada. Su silencio lo decía todo.
—De verdad, Alastor —murmuró Averí con suavidad, aunque también se le escapó una sonrisa fugaz—. Podrías tomarte esto en serio por una vez.
—Me lo tomo en serio —contestó él, encogiéndose de hombros—. Pero si nos atrapan, al menos quiero que me recuerden como alguien con buen sentido del humor.
Apenas logré contener un bufido. Estaba tan nerviosa que me molestaba todo, desde los comentarios de Alastor hasta el crujido de mi propia ropa al moverme. Xav, como siempre, no decía nada. Caminaba al final del grupo, con los ojos fijos en el suelo y los puños cerrados. No necesitaba hablar para transmitir lo que sentía; el ambiente a su alrededor era pesado, como si absorbiera toda la energía de la habitación. Era su maldición, literalmente.
—Por aquí —dijo Ade de repente, señalando una abertura en el muro. Era un pasadizo angosto, apenas iluminado por una luz parpadeante al fondo. Sin dudar, nos metimos en fila, uno tras otro, intentando no empujar ni tropezar en el proceso. Las paredes estaban tan cerca que apenas podía mover los brazos sin rozarlas.
Cuando nos detuvimos por fin, todos estábamos jadeando en silencio. Ade se giró hacia nosotros, con las manos en las caderas.
—Esto no estaba en el plan —murmuró, como si necesitáramos que lo dijera.
—¿Ah, no? ¿En serio? —dije antes de poder contenerme. No era el mejor momento para el sarcasmo, pero la tensión me estaba superando. Ade me lanzó una mirada de advertencia, pero yo ya estaba encendida—. Porque juraría que separarse y esconderse de tipos con armas era exactamente lo que querías.
—Ya basta, Ren —intervino Averí, con su tono siempre conciliador—. Todos estamos nerviosos. No ayudaremos a nadie discutiendo aquí.
—Tiene razón —dijo Xav, hablando por primera vez. Su voz era baja, apenas un murmullo, pero suficiente para llamar nuestra atención—. Deberíamos centrarnos en encontrar una salida.
—Lo que deberíamos hacer es dejar de escuchar a Ade —murmuró Alastor, aunque en su rostro había algo más que burla. Parecía preocupado, lo cual no era una buena señal.
—Al menos yo intento hacer algo —replicó Ade, con los dientes apretados—. Si quieres liderar tú, adelante. Pero no pienso quedarme aquí a discutir mientras esos tipos nos pisan los talones.
El silencio que siguió fue interrumpido por el sonido que todos temíamos: pasos. Esta vez, estaban muy cerca, y no eran pasos normales. Eran decididos, acompasados, como si marcharan directamente hacia nosotros. El clic metálico de un arma cargándose confirmó mis peores sospechas.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Miré a Ade, esperando una orden, un plan, algo. Pero antes de que pudiera decir nada, Alastor ya estaba moviéndose.
—¡Separémonos! — Soltó Ade, sin esperar aprobación. Se giró hacia Averí y la empujó suavemente hacia un pasillo lateral—. Tú conmigo.
—¿Qué? ¡Espera! —intenté decir, pero ya era tarde. Alas también reaccionó rápido, agarrándome del brazo y tirando de mí hacia otro lado.
—¡Más vale que nos encontremos después! —gritó Alastor antes de desaparecer con migo en la penumbra.