Daba vueltas por la sala, ya era de noche y aquella batalla interna no lo dejaba en paz; se suponía que él no podía sentir ninguna emoción humana. Se suponía que no tiene empatía. Se suponía que no podía sentir aprecio. Se suponía que él era superior a todos. Porque de eso se trata ese trastorno mental, no tener sentimientos, ser manipulador, frío y calculador, de eso se trata ser un psicópata.
¿Y entonces por qué?
¿Por qué aquella vocecita decía que estaba mal lo que hacía? Al fin y al cabo no era la primera vez que hacía aquello.
¿Por qué le susurraba una y otra vez, taladrando su casi inexistente cordura? Murmuraba ruegos y súplicas, pidiendo compasión hacia aquella pobre e inocente víctima.
¿Por qué lo confundía? Había acordado a atrapar al monstruo que compartía techo junto a ella y ahora teniéndola junto a él había llamado la atención de ese monstruo.
Solo la usaba como carnada pero a la vez ella le pertenecía. Solo era suya, se lo había dejado en claro la noche que se entregó a él, y no quería compartirla con nadie.
La miraba, la miraba como nadie lo había hecho; paseó sus ojos por el bello rostro de su presa. Su frente estaba levemente arrugado cual carta no deseada en el fondo de un cajón, sus cejas bien perfiladas y finas, sus largas pestañas descansando sobre sus pómulos al igual que tenues rayos de sol sobre una bella margarita floreciendo en primavera; su nariz a penas se movía al respirar, eso le hizo acordar a un pequeño conejito que estaba a minutos de ser la inocente víctima de un gran lobo, porque eso era ella para él, una pobre e inocente víctima debajo de sus afiladas garras y que no tendría compasión alguna a la hora del ataque. Sus labios, oh aquellos montes color durazno que podían volverlo más loco de lo que estaba, y sus mejillas teñidas de un bello y provocador tono carmín que lo enloquecía cada vez más.
Después de todo él era un monstruo también, uno que cazaba a otros monstruos. Un loco que persigue a otro. Una persona sin emoción siguiendo a otra, sin importar quien estaba en medio total no podía sentir remordimiento ni miedo.
Pero ahora él sabía que algo cambiaba y se negaba a verlo; total siempre lo hicieron ver como lo que era, haciéndolo creer que era mejor, que era superior, haciéndolo creer que era un maldito psicópata y que siempre sería eso.