Musa

Musa

🔸 Descubrimiento.

Apagó el cigarrillo en el cenicero que descansaba en el alféizar de la ventana y exhaló el humo lentamente. Era una maravillosa tarde de primavera, quería aprovechar el viento fresco y el cielo despejado para admirar desde su habitación las vistas a la concurrida calle repleta de bulliciosas cafeterías. Apoyó los codos en el marco de la ventana y se quedó ensimismado, viendo a los transeúntes deambular ajetreados y a los clientes disfrutando de sus bebidas en las mesas de las terrazas. Inmediatamente, su instinto registró un potencial objetivo y estrechó los ojos para enfocar su atención en un cliente.

“Mmmmmm…”

Empezó a paladear en sus fantasías esa expresión inocente y tímida que mostraba el chico al hablar con sus amigos mientras se tomaba una bebida caliente. Theo sentía debilidad por los muchachitos de maneras suaves, miradas limpias y expresiones avergonzadas, y ese joven cumplía a la perfección con el perfil de su máxima debilidad. Se relamió con expectación los labios y observó tras los prismáticos cada gesto de su objetivo, notando los brincos de su corazón con cada risa espontánea o al pretender fútilmente ocultar su dentadura irregular tras su mano. Su respiración fue acelerando con cada sonrisa amplia y mirada candorosa, hasta que finalmente se quedó resollando por la anticipación de lo que anhelaba que sucediera a continuación.

A él poco le importaba si eran altos o bajos, delgados o gordos, rubios o morenos… Lo que realmente le ponía era sentirse depredador en las sombras, y que su presa temblara rendido al descubrirlo y saberse cazado.

🔸 Analizando; semanas después.

Expulsó el humo al aire y cerró los ojos ante el placer de sentir el viento meciendo su cabello. En poco menos de media hora, ese chico aparecería con su grupo de amigos para tomarse algo en el lugar, el día y la hora de siempre. Esperó paciente para disfrutar durante dos deliciosas horas su dosis semanal de fantasía efervescente. Extrajo la cámara de la funda y la colocó en el trípode, seguidamente llevó el ojo a la mirilla y empezó a regular el enfoque y demás parámetros de reajuste del Zoom. En cuanto apareciera su conejito, volvería a cuadrar para poder hacerle unas fotos dignas, ¡de diez!, a la altura de su máxima representación de chico ideal. Se entretuvo entre caladas y vistazos nerviosos a la calle concurrida, anticipándose con recuerdos vívidos de su objetivo hablando en voz alta, riendo nervioso o metiendo las manos entre sus generosos muslos mientras se relamía los labios y se acaloraban esas mejillas rellenas…

Conversación de chat.

«Draco» ¿Vienes a tomarte algo?

«Theo» Paso

«Draco» ¿Tienes un plan mejor? Dime que no es quedarte encerrado en la habitación y vigilar a ese pobre chaval como un enfermo.

«Theo» Soy fotógrafo y debo practicar. He encontrado a mi musa y voy a explotarla hasta que me sangre la yema del dedo y se me haga un cerco en el ojo.

«Draco» Por una vez, olvida a tu maldita musa y vente con nosotros a tomarnos algo. Si lo prefieres, ¡vamos a la puta cafetería de tu musa!

Theo sintió un tropiezo en el corazón y contestó rápidamente un «Sí.» La quemazón de la emoción lo tenía alterado, dando vueltas por su habitación y pensando en su siguiente movimiento. Él no era de los guasones o extrovertidos que con cualquier tontería hacían amigos o ligaban; más bien lo contrario. Su expresión reservada y sus inexistentes ganas de hablar, lo habían catalogado como el enigmático chico mudo con cara de malas pulgas.

Lo de tomarse algo con los suyos y tener a su musa al lado, resultó un angustioso fiasco. Debía prestar atención a su mesa y no le permitía contemplar al chico, que había descubierto que se llamaba Neville.

“Cada vez más perfecto…”

Las miradas se cruzaban curiosas y tensas entre ambos grupos de veinteañeros escandalosos. Los únicos más apocados; su conejito y él.

🔸 Conociendo; dos meses después.

“Neville, veinticinco años, escultor, trabaja en Hula-Hop, huérfano de padres, sin hermanos y vive con su abuela. Su círculo de amigos es reducido y muy cercano, le gustan los animales y las plantas, el café con leche cremada y… tiene pareja.”

Lo bueno de aceptar tomar algo con sus amigos es que le permitían la licencia de hacerlo el día, la hora y el lugar que quisiera. Pero una gruesa, pesada y putrefacta mancha había perturbado el aura prístina e impoluta de su musa; la pareja.

Desde que descubrió ese dato, hará dos semanas, no conseguía conciliar el sueño por las noches. Se desvivía a la espera de la quedada para descubrir si por alguna de aquellas se lo traía, y así poder ponerle cara a ese malnacido de los mil demonios. Se preguntaba a todas horas quién sería y qué aspecto tendría, si honraría como es debido el gran honor de tener como pareja a su preciado conejito. Evidentemente no, nadie estaba a la altura de ese chico, que era todo bondad cuando de vez en cuando sus miradas se cruzaban fugaces y se detenían una fracción de segundo para admirarse titilantes.

🔸 Planeando; semanas después.

—Lo siento, colega, tiene a otro.

Draco se dejó caer en el sofá y abrió una lata de Ginger. Theo le dedicó una mirada entornada de refilón y protestó con un gruñido al sentarse a su lado y abrir su lata de cerveza.

—Tiene, no es lo mismo que tendrá —corrigió la apreciación de su amigo—. El primero es presente, y el segundo futuro.

Draco giró lentamente la cara a su amigo y observó con cierto recelo a este darle un trago a la cerveza con expresión maquiavélica.

—Es verdad que nunca se sabe lo que puede pasar, pero no te recomiendo que le esperes, estás persiguiendo una quimera y eso no es bueno.

—Las quimeras son para los cobardes o las metas imposibles. Mi conejito es tan real que duele, y yo no soy un cobarde, solo prudente.

—Theo... —Vaciló un momento, asimilando la declaración de su amigo y sopesando si seguir insistiendo—, no quiero que te lleves una desilusión.



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Editado: 06.07.2024

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