Musa cautiva

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El problema de estudiar Finanzas es que te acostumbras a analizar riesgos y medir rendimientos. Y justo ahora, de pie frente al buzón de Elías—a diez metros de la entrada de mi propia casa—me doy cuenta de que mi corazón es el único activo que invierto sin una estrategia clara. Siempre he estado enamorada de él, y él lo sabe. Le he confesado mis sentimientos más veces de las que he balanceado mi cuenta bancaria, pero él nunca da una respuesta definitiva. Su silencio no es de rechazo, sino un silencio de control. Es una deliciosa ambigüedad que le permite saborear mi devoción sin tener que comprometerse. Y yo, una experta en balances, caigo una y otra vez en su juego. Él espera que yo lo adore, que esté atenta a cada uno de sus movimientos, y si siente que mi enfoque está disminuyendo, lanza una pequeña, sutil, e intencionalmente confusa señal de interés. Justo el otro día, después de que pasé un fin de semana estudiando y sin enviarle un solo mensaje, me preguntó, con esa mirada suya tan calculada, si le había "extrañado mucho". Es una trampa obvia, pero, ¿quién puede resistirse a invertir cuando la potencial ganancia es él?
​Me obligué a sonreír y a mentir, por supuesto. Es la única forma de que la inversión que mantenga viva. Él asintió, ese gesto suyo tan... seguro. Es Alto y de complexión ancha, incluso con su rostro redondo , irradia esa presenciade chico de gimnasio. Sus ojos negros y su cabello rizado, que se marca lo suficiente para darle un aire despreocupado, están enmarcados por unos lentes de Armazón gruesa que le dan un toque de seriedad.
​Es un genio. Un verdadero cerebro, especialmente con los números. En Finanzas, él no solo aprueba; él diseña los modelos. Y ese es otro nivel de su juego: es tan brillante que siempre atrae la admiración. La atención de las personas, y especialmente la mía, es solo otra métrica que él sabe calcular y optimizar.

Mi teléfono vibró, interrumpiendo mi bucle mental de análisis no solicitado. Era un mensaje de Valeria, mi mejor amiga. Valeria, con su melena larga y esos ojos que brillan, con una vitalidad que yo aveces envidio está en un mundo completamente diferente al mío. Mientras yo calculo riesgos de mercado, ella está sumergida en la belleza del caos y el color.

«¡Al fin, contestas! Oye, te cuento que el proyecto final de Arte se perfila para ser un monstruo. En serio, necesito café y tu sabiduría financiera (irónico, ¿verdad?) para saber cómo sobrevivir a esto. ¿Nos vemos mañana?»

​La mención de un "monstruo" ajeno a mis propias finanzas del corazón me dio un respiro. Gracias a Dios por Valeria y por su mundo de pigmentos y lienzos. Ella es mi salida de emergencia de la tiranía de la atención de Elías. Mañana me enfocaré en sus problemas artísticos. Eso me daba un día de gracia.

Al día siguiente, nos encontramos en la biblioteca estudiando Modelos de Optimización, un campo donde Elías brilla con una intensidad que me ciega. Después de una hora de silencio productivo y de que él resolviera un problema de cálculo complejo en mi cuaderno con una caligrafía perfecta, no pude contenerme. La vulnerabilidad que me provoca su cercanía, ese sentimiento de que él es el único ancla en mi vida caótica de veintipico, se desbordó.
​Me incliné sobre la mesa, con la voz apenas un susurro para no molestar a los demás.
​—Elías... Te quiero mucho. En serio. A veces pienso en lo que haría si no estuvieras en mi vida y... no sabría qué hacer.

​Él levantó la vista de la pantalla, quitándose las gafas para frotarse los ojos. En ese gesto, en esa pausa, yo contuve la respiración, esperando un "yo también" o, al menos, una declaración de afecto recíproco.
​En su lugar, me dedicó una sonrisa lenta y perfectamente calibrada que se le dibujó en el rostro redondo. No fue una sonrisa de amor, sino de absoluta satisfacción.
​—Atenea —dijo, su voz profunda y suave—. Eres una parte irremplazable de mi vida. Me encanta que te preocupes por mí de esta manera. Eres increíble.
​Y eso fue todo. No dijo "Me gustas", ni "Te quiero". Dijo que era "irremplazable" y que le "encantaba" mi atención. Me dio la dosis exacta de esperanza que necesitaba para seguir invirtiendo en él, sin tener que gastar ni una sola promesa. Mi corazón dio un brinco tonto, sintiéndome especial, aunque mi cerebro de Finanzas gritaba "¡Riesgo no mitigado!".

​Al día siguiente, me reuní con Valeria. Estábamos en una cafetería a la salida de su facultad de Artes, rodeadas de bocetos a medio terminar y olor a pintura. Le conté el momento con Elías, esperando que ella compartiera mi euforia controlada.
​Ella me escuchó en silencio, su melena cayendo sobre la mesa mientras removía su café, y sus ojos brillantes clavados en mí con una seriedad inusual.
​—Atenea, escúchame bien —dijo, poniendo su taza sobre la mesa con un golpe seco—. No hay nada "increíble" en eso.
​Me encogí. —¿Por qué dices eso? Me dijo que soy irremplazable.
​Valeria se cruzó de brazos. —Él no te quiere de verdad, Atenea. Él quiere tu adoración. Te dijo que eres "irremplazable" porque eres la única que está ahí para inflarle el ego. Él no merece tu amor. Sabe exactamente lo que sientes por él y se aprovecha de eso. Te da migajas emocionales para que sigas invirtiendo en su atención, pero sin darte nada tangible a cambio. Es emocionalmente estúpido.
​—Él no es estúpido, es brillante —protesté, sintiendo un nudo en el estómago.
​—¡Con los números, sí! Con las personas es un manipulador. Míralo, Atenea: ¿cuánto hace que te confiesas y él sigue sin mover ficha? Sabe que si te dice que le gustas, el juego termina. Y él quiere seguir jugando.

​Su crudeza era dolorosa, pero innegablemente cierta. Valeria siempre había sido mi ancla a la realidad, especialmente a la que yo me negaba a ver.
​En ese momento, la puerta de la cafetería se abrió y entró Andres , el novio de Valeria. Futuro médico esta en último año de la carrera, Es un chico serio, de hombros anchos y poco conversador, casi un contraste cómico con la efusiva Valeria. Se saludaron con un beso rápido, y él se sentó a nuestro lado, sacando un libro de texto grueso.
​—¿Problemas de arte? —preguntó Andrés, su voz era grave y monótona.
​—Peores. Problemas de chicos —respondió Valeria, con una mirada significativa hacia mí.
​Andrés no dijo nada. Se limitó a asentir, volviendo a su libro, demostrando su seriedad y compromiso con la medicina. Después de un año de salir con él, Valeria y yo finalmente habíamos logrado entendernos con él. Incluso, me sigue pareciendo extraño cuando, ocasionalmente, logro verlo reír de algún comentario que hace Valeria; es una fisura breve en su fachada de médico en prácticas.
​Me apoyé en el respaldo de la silla, sintiendo el peso de las palabras de mi amiga y el contraste entre la certeza de Andrés y la ambigüedad perpetua de Elías




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