León y yo salimos del parque por el mismo hueco en la valla. Ninguno de los dos habló hasta que estuvimos de vuelta en el coche. El silencio ya no era tenso, sino cómodo y lleno de las palabras no dichas que ahora sabíamos eran innecesarias.
Nos tomamos de la mano durante todo el camino de regreso. Él conducía con una sola mano en el volante, la otra entrelazada con la mía, mi mano pequeña perdida en la suya. Sentir el pulso de su vida era mi única realidad.
Llegamos a la entrada de mi edificio. Él no detuvo el coche completamente.
—Nos vemos mañana, etérea —dijo, usando el apodo que ahora era un tesoro.
—Hasta mañana, León —respondí, mi voz llena de la promesa del reencuentro.
Me soltó la mano a regañadientes. Salí del coche y lo vi desaparecer en la noche, el rugido suave de su motor disolviéndose en el silencio del distrito.
Entré al departamento y cerré la puerta con suavidad, pero la euforia era tan grande que mis pies se sentían inútiles.
Claudia y María me esperaban en la sala. Me miraron con ansiedad, buscando una señal en mi rostro. No fue necesaria.
Simplemente me quité los tacones en la entrada y caminé descalza hacia el sofá. Me dejé caer sobre los cojines, sintiendo el subidón de adrenalina y el cansancio de la noche. Mi sonrisa era tan ancha que me dolían los músculos faciales.
—¡Atenea! ¿Cómo te fue? ¿Estás bien? ¿Demian llamó? —preguntó Claudia, bombardeándome con preguntas.
María solo me observaba, esperando la señal.
Me llevé las manos a las mejillas, sintiéndolas calientes y sonrojadas por el viento frío del parque y la aventura.
—Me besó —dije, riendo sin parar—. Me llevó a bailar, me hizo reír a carcajadas, me llevó a un parque prohibido por la noche... ¡y me besó!
Me incorporé, abrazando mis rodillas contra el pecho, sintiendo la ligereza en mi alma.
—Chicas, me gusta mucho. Pero no es ese tipo de gustar que se da de pronto —confesé, la voz un susurro—. Es diferente. Me siento como una adolescente. Como si tuviera dieciocho años y la vida fuera una promesa abierta. Por primera vez en tres años, no pensé en Demian. Solo en él. En mi Estrella Fija.
Claudia y María se miraron. Ya no había preocupación en sus rostros, sino una profunda satisfacción. Habían visto el Azul Prusia regresar.
Después de la euforia de la confesión, el cansancio me golpeó. Necesitaba lavar el olor a bar, a sudor de baile y, sobre todo, lavar la tensión acumulada.
Me di un baño largo. El agua caliente era un bálsamo para los músculos doloridos por la posesión de Demian y la adrenalina de la noche. Mientras me sumergía, no pude evitar tocarme el cabello, recordando el suave susurro de León sobre el "otro 70%". El agua no disolvía su aroma a menta y óleo.
Salí del baño, me puse una camiseta de seda de Demian (la ironía no se me escapó, usando su ropa para soñar con otro) y me metí en la cama.
Me acomodé bajo las sábanas, pero el sueño se negaba a llegar. Me giré, y mi mano fue instintivamente a mis labios, reviviendo el último beso en el parque prohibido. Era un beso tierno, pero que había abierto las compuertas de algo mucho más profundo.
Cerré los ojos, y la imagen de León, con la camisa manchada de pintura y la risa ronca por mi torpeza, se apoderó de mi mente. Empecé a imaginar. ¿Cómo se sentirían sus labios no solo sobre los míos, sino sobre la piel magullada de mi hombro? ¿Qué sentiría su mano firme al deslizarse más allá de la cintura, liberando el cuerpo que Demian había aprendido a dominar? ¿Podría el fuego de León quemar las cenizas que Demian había dejado en mi alma?
Mi respiración se hizo errática. Sentí un calor que no era el del baño ni el de la habitación. Era un calor puro, prohibido y electrizante.
Me di cuenta de que mi mente había empezado a divagar hacia terrenos que no había pisado desde la universidad. Me sentí completamente abochornada y expuesta, incluso estando sola en la cama.
Con un gruñido ahogado, tomé la almohada y me la puse sobre la cara. No para ahogar un grito, sino para silenciar el deseo.
"No pienses en eso, Atenea. No. El arte primero. La liberación primero," me regañé, intentando que la frialdad del lino me devolviera la cordura y el sueño.
A la mañana siguiente, me desperté con una sensación de paz que no había sentido en años. El recuerdo del beso en el parque era un escudo contra el miedo.
A media mañana, el teléfono sonó. Demian.
—Estás en casa, espero —dijo sin preámbulos, su voz más impaciente que de costumbre.
—Sí, Demian. Buenos días.
—No pude llamar ayer, he estado demasiado ocupado en negocios importantes. ¿Qué hiciste tú? ¿Alguna de tus excursiones estúpidas?
Mantuve mi tono plano, sin dar pie a que detectara la euforia de la noche anterior.
—Estuve viendo decoraciones nuevas —mentí con facilidad, sintiendo una punzada de satisfacción por mi doble vida—. Y fue todo. No hice mucho, dormí temprano.
Hubo una pausa, y pude sentir su desprecio a través del teléfono.
—Bien. Haz algo útil por una vez. Aunque dudo que puedas.
El comentario era hiriente, pero por primera vez, no me importó. El "Azul Prusia" dentro de mí estaba tan ocupado sonriendo por el recuerdo de León que el veneno de Demian rebotó.
—Me alegra que tus negocios vayan bien —respondí.
—No te muevas del departamento. Voy a tener una llamada importante esta noche, y puede que te contacte. Más te vale contestes a la primera. No me hagas perder el tiempo buscándote.
—De acuerdo.
Colgó sin un "adiós". El sonido del clic fue la única liberación que me dio en tres años.
Me levanté de la cama, y por primera vez en mucho tiempo, no fui directo al café. Fui a la cocina, tomé ingredientes y me preparé mi propio desayuno: huevos y tostadas, una pequeña declaración de independencia.
Mientras comía, Claudia y María entraron.
—¿Problemas? —preguntó María, viendo mi teléfono.
—No. Rutina. Cree que he estado durmiendo —dije, dándole un bocado a la tostada.
Claudia se sentó frente a mí, con una mirada de conspiración.
—¿Y qué haremos hoy para la sesión de arte? Tu Estrella Fija te espera.
—Vamos a vernos más tarde, sí —respondí, sonriendo—. Pero quiero verme bonita, pero casual. Quiero que piense que me arreglé para mí. Nada de extravagancias. Algo que diga: "Soy una musa libre y brillante, aunque use ropa sencilla".
María y Claudia se miraron con entusiasmo. El desafío no era vestirme como la esposa de Demian, sino vestirme como la Atenea que León recordaba y que yo quería recuperar.
—De acuerdo —dijo Claudia, chasqueando los dedos—. Hoy trabajaremos en el cabello. No podemos tener una Estrella Fija luciendo opaca. Y María, asegúrate de que esa piel no tenga rastros de cansancio, solo del despertar.
Editado: 27.12.2025