Musa cautiva

25

Terminamos de comer, y el desorden de la cocina era la prueba de la vida sencilla y real que habíamos compartido. León limpió rápidamente, y sin más preámbulos, nos dirigimos a la puerta.
—El Jardín de las Flores está a las afueras —me explicó mientras se ponía una chaqueta—. No está lejos. Pero tenemos tiempo.
Salimos del estudio y subimos a su auto. El motor rugió, sacándonos del centro de la ciudad y dirigiéndonos hacia la periferia. Me sentía tranquila, el vestido negro se sentía como una segunda piel, y por primera vez en años, el aire acondicionado en mi rostro se sentía como brisa de libertad, no como aire viciado de encierro.
—Dime una cosa, Atenea —me preguntó León, su mano reposando en el cambio de marchas—. ¿Hay algo, algo tonto, que siempre quisiste hacer y nunca hiciste?
Sonreí, el recuerdo me provocó una risa inesperada.
—En la universidad, Valeria y yo siempre quisimos ir a un rave.
—¿Un rave? ¿La estratega de los números, en un festival de música electrónica y luces? —Me miró con una ceja alzada, divertido.
—Sí. Unos amigos de Andrés, el novio de Valeria, nos habían invitado a uno. Andrés no pudo ir, tenía guardia en el hospital, así que fuimos nosotras dos. Pero... nos perdimos. Nunca supimos dónde era. Al final, terminamos en un bar con karaoke y cantamos horriblemente toda la noche.
Me encogí de hombros, la vergüenza pasada se había convertido en comedia.
—¿Y es verdad que quieres ir a uno? —preguntó León, serio de repente.
—Sí —admití—. Pero en la universidad no tuve muchas oportunidades. Yo era una introvertida de lo peor. Sentía que si iba, todos se darían cuenta de que era mi primera vez en ese tipo de eventos y me mirarían raro.
—¿Y tú, León? ¿Fuiste a muchos?
—¿Raves? Claro. Aquí y en Alemania. Son mucho mejor de lo que se ve en los videos, Atenea. Es una catarsis colectiva. Es arte en movimiento.
Sonreí con genuino entusiasmo.
—Mañana —dijo, tomando mi mano y besando mis nudillos—. ¿Qué tienes planeado?
—Visitar a mis padres.
—Perfecto. Visita a tu familia, descansa y escoge algo cómodo y libre. Yo me encargaré de averiguar dónde habrá un rave la noche después de mañana, e iremos juntos.
El auto se detuvo. Habíamos llegado.

El Jardín de las Flores no era solo un parque; era un laberinto de colores y aromas perfectamente diseñados. Nos recibieron y nos entregaron un folleto doblado que explicaba el significado de cada tipo de flor, el color que predominaba en cada región del mundo y la ocasión para regalarla.
Empezamos a caminar. El lugar era extenso, con extensas líneas florales que se curvaban hacia el horizonte.
—Mira esto —dijo León, leyendo el folleto—. La rosa roja significa pasión, pero el tulipán rojo significa "Declaración de Amor". La flor es más directa.
Caminamos por una extensión de girasoles, cuyos tallos eran más altos que yo.
—Los girasoles representan la adoración y la longevidad —leí en mi folleto.
León me tomó la mano y me miró. —Justo como el tipo de amor que tengo por ti, Atenea. Longevidad.
Llegamos a la sección de tulipanes rosas. Eran miles, un mar suave y vibrante que se movía con el viento.
—Aquí está tu flor de la victoria —dijo León, señalando el mar de pétalos.
Abrí el folleto y encontré la entrada para el tulipán rosa.
—Significa... —leí en voz alta—: "Afecto, ternura, y felicidad duradera."
León no dijo nada, pero sus ojos lo decían todo. Me atrajo hacia él y me dio un beso suave en la frente, justo en medio de los tulipanes. Estar rodeada de esa belleza, con León a mi lado, se sentía como la realidad que siempre debió haber sido.

El sol comenzaba a descender, tiñendo las flores de un tono dorado y rosado. Caminamos por el sendero principal, ya casi vacío, el silencio solo roto por el suave sonido del viento entre los tallos.
La quietud me dio el valor para preguntar lo que siempre había estado en el aire entre nosotros.
—León —dije, mirándolo mientras caminábamos—. ¿Cómo te imaginas que hubiéramos sido si en la universidad... hubiéramos sido novios?
León sonrió. No era una sonrisa de broma, sino de melancolía.
—Ahora mismo, no lo sé —confesó, deteniendo la marcha. Se apoyó contra un enrejado cubierto de jazmines—. Pero en su momento, cuando me fui a Berlín, lo pensé mucho más de lo que debería. Me llegué a arrepentir de haberme ido.
Sus ojos, oscuros y sinceros, me taladraron el alma.
—La conexión que sentí contigo... no la había sentido antes. Era como si mi alma supiera que debía quedarse.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Saliste con muchas chicas antes de conocerme? —pregunté, sintiendo un cosquilleo de celos y curiosidad.
León se rascó la nuca, un gesto que delataba su incomodidad.
—En primer año de universidad salí con una chica, o al menos lo intenté. Pero mis habilidades románticas no eran buenas. Yo era... un desastre social, la verdad.
Sonrió con autodesprecio.
—La mayoría de las chicas me veían atractivo de lejos, supongo, pero ya cuando me conocían un poco mejor, se daban cuenta de que era un idiota. Hablaba de cosas que a nadie le interesaban: cuánto tiempo tardaba en secar el óleo en la segunda capa, qué pigmentos daban el azul más profundo, o me ponía a explicar sobre lo increíble que era el delorean, por transformar un auto real , el DeloreanDCM-12 en una máquina del tiempo iconica, Me miraban como si fuera un bicho raro.
Hizo una pausa, y su expresión se suavizó al mirarme.
—Tú fuiste la única, Atenea. La única que no me vio como un imbécil por hablar de mis obsesiones. Te reías. Me preguntabas más. Y esa es la razón por la que arrepentí de tomar ese vuelo a Berlín.
Mi pecho se llenó de ternura. Era tan vulnerable y tan real. Me acerqué a él, y él me envolvió en sus brazos. El aroma de los jazmines y su propia fragancia masculina me rodearon.
—No pienses en el pasado, Estrella —me susurró, su voz grave y cargada de promesa, mientras sus brazos me rodeaban con una fuerza posesiva que ahora se sentía como protección—. Lo que importa es que estamos aquí. De nuevo. Y esta vez... no me iré. No sin ti.




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