Musa cautiva

35

​En cuanto entramos al departamento, el silencio sepulcral fue roto por el sonido de los pesados zapatos de Demian. Él y Sasha se dirigieron directamente al despacho; Demian quería mostrarle unos documentos legales y, supongo, celebrar la adquisición del cuadro con un último trago. No me miró. No me despidió. Para él, yo ya había cumplido mi función de la noche.

​Caminé hacia nuestra habitación con el cuerpo pesando como si estuviera hecho de plomo. Me encerré en el baño y me despojé del vestido rojo con una mezcla de asco y alivio. Bajo la luz blanca de los focos, las marcas en mis hombros y costillas se veían más vívidas, un mapa de dolor que el maquillaje de Elena había ocultado con maestría. Me di un baño largo, dejando que el agua caliente intentara arrancar el rastro de la gala, del perfume de Demian y del sabor amargo de los celos. Me dormí con el sonido lejano de las risas de Sasha y la voz autoritaria de Demian, deseando no despertar.

​La mañana siguiente llegó con una luz hiriente que se filtraba por las cortinas. Desperté con cada fibra de mi ser adolorida; el esfuerzo de fingir normalidad durante horas me había pasado factura física.

​Me puse una bata de seda y salí a la cocina, esperando encontrar a Sasha hojeando alguna de sus revistas de postres en la isla de granito. María y Claudia estaban allí, moviéndose con una agilidad silenciosa, preparando el desayuno.

​—¿Dónde están? —pregunté, mi voz sonando ronca por el llanto de la noche anterior.

​María me miró con una expresión de profunda preocupación, deteniendo su tarea de exprimir naranjas.

​—Se fueron temprano, señorita —murmuró, evitando mi mirada—. El señor Demian y el joven Sasha salieron hacia la oficina hace más de una hora.

​—¿Sasha también? —sentí una punzada de decepción. Él era mi único escudo.

​—Sí, señorita. Pero hay algo más... —Claudia se acercó, bajando el volumen de la voz—. El señor Demian dio instrucciones muy específicas antes de irse. Cerró la puerta principal por fuera con el sistema de seguridad de alta prioridad.

​Mi corazón dio un vuelco. No podía ser.

​Corrí hacia el lobby del penthouse, mis pies descalzos golpeando el suelo frío. Llegué a la imponente puerta de madera reforzada y tiré de la manija. No cedió. El panel digital al lado de la puerta mostraba un candado rojo brillante y un mensaje que me heló la sangre: "ACCESO RESTRINGIDO - CONTROL REMOTO ACTIVADO".

​Golpeé la madera con desesperación, pero era como golpear una montaña. Estaba encerrada. Demian no solo me había comprado en un lienzo; me había encarcelado físicamente.

​—¡María! ¡Claudia! —grité, volviendo a la cocina con los ojos desorbitados—. ¿Él dijo por qué? ¿Dijo cuándo volvería?

​—Dijo que era por su seguridad, señorita —respondió Claudia con amargura—. Que después de lo del otro dia , no quería "riesgos innecesarios".

​Me desplomé en una de las sillas. La casa, que ya era una prisión mental, ahora era una celda real. Sin teléfono, sin Sasha, y con León habiéndose despedido de mí, me di cuenta de que Demian estaba cerrando el cerco. El "manto de protección" del que hablaba Sasha no había durado ni doce horas. Estaba sola, atrapada con el cuadro de mi propio rostro sufriente como único testigo de mi naufragio.

​Pasé el resto del día como un espectro, vagando por los pasillos del penthouse. Intenté leer, pero las palabras se emborronaban ante mis ojos. Cada vez que pasaba frente al vestíbulo y veía el panel táctil con la luz roja de la puerta bloqueada, sentía una oleada de claustrofobia que me dificultaba la respiración. Me dolía el cuerpo, pero el dolor del corazón era una presión sorda, un peso que me hundía el pecho cada vez que recordaba la mirada de León y a esa mujer pelirroja llevándoselo.

​Al caer la noche, el sonido del ascensor privado rompió el silencio. Me puse de pie de un salto, con el pulso acelerado. La puerta se abrió y Sasha entró solo, arrojando su chaqueta sobre el sofá con un gesto de agotamiento absoluto.

​—¡Por fin! —exclamó, frotándose las sienes—. Juro que si escucho una palabra más sobre márgenes de beneficio o fondos de inversión, voy a tener una embolia.

​—¿Dónde está Demian? —pregunté, tratando de que mi voz no delatara el alivio de no verlo a él.

​—Se quedó en el club con unos inversionistas coreanos. Dice que hay detalles que solo su "toque personal" puede cerrar —Sasha hizo una mueca de disgusto y se desplomó en el sillón frente a mí—. Me duele la cabeza de tantos números, Atenea. Tu esposo tiene una capacidad inhumana para hablar de dinero durante catorce horas seguidas sin parpadear.

​Me acerqué a él y me senté en el borde del sofá contiguo. Sasha me miró y su expresión se suavizó, perdiendo parte de su cinismo habitual.

​—Me enteré de lo de la puerta —dijo en voz baja—. Intenté decirle que era una locura, que parecías una prisionera de guerra, pero ya sabes cómo se pone. Se puso a hablar de "protocolos de seguridad familiar" y de que el mundo exterior es peligroso para una mujer de tu posición. Es un paranoico de mierda.

​—Me siento morir aquí encerrada, Sasha —confesé, sintiendo que las lágrimas amenazaban con volver— Siento que todo el mundo está decidiendo por mí, menos yo.

​Sasha suspiró y buscó en su maletín. Sacó una de las revistas de repostería que me había prometido, una con una portada llena de pasteles de chocolate y frambuesas bañadas en oro.

​—Olvídate de las puertas por un momento —dijo, extendiéndome la revista con una media sonrisa—. Viniste a la cocina por comida, pero terminaremos devorando estas fotos. Cuéntame, ¿qué postre elegirías para huir de aquí? Yo elijo el mousse de chocolate amargo, porque combina con mi humor actual después de aguantar a mi primo todo el día.

​Acepté la revista, sintiendo que su presencia, aunque fuera solo por unas horas, era lo único que me impedía romperme por completo. Sasha hablaba para distraerme, contándome chismes absurdos de la oficina, pero yo sabía que él también sentía la tensión en el aire. Éramos dos sobrevivientes en una balsa de lujo, tratando de ignorar que el dueño de la balsa nos tenía encadenados al mástil.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.