Musa cautiva

36

Demian pasó el pulgar por la comisura de su labio, limpiando un rastro de sangre. Sus ojos no eran los de un hombre, sino los de un depredador que disfruta viendo a su presa revolverse antes del final.

​—¿Quieres pelear conmigo, Atenea? —preguntó con una calma gélida que me revolvió el estómago—. ¿De verdad crees que tienes una oportunidad?

​Afuera, el caos era absoluto. Los gritos de María y Claudia atravesaban la madera de la puerta, mezclados con el sonido de objetos pesados siendo golpeados contra el marco.

​—¡Joven Sasha, haga algo! ¡La va a matar! —gritaba María, su voz quebrada por el llanto.

—¡Demian, abre esta maldita puerta o la echaré abajo a tiros! —rugía Sasha, cuya voz ya no tenía rastro de sarcasmo, solo una urgencia desesperada.

​Pero Demian no escuchaba a nadie. Se lanzó sobre mí con una velocidad cegadora. Al chocar contra él, el tiempo pareció ralentizarse. Mientras sus manos buscaban de nuevo mi cuello y sus golpes impactaban en mi cuerpo, mi mente comenzó a proyectar ráfagas de una vida que parecía pertenecer a otra persona.

​Vi a mi madre sonriendo en el jardín cuando yo era niña; recordé la risa de mi padre antes de que el silencio nos separara. El rostro de Elías, mi primer amor, cruzó mi mente como una promesa rota. Vi a Valeria, mi mejor amiga, a quien Demian me obligó a abandonar mediante amenazas y chantajes, borrando de mi vida el último rastro de amistad verdadera. Y luego, León... León pintando en el túnel, León llamándome "Estrella Fija", el sabor del labial azul y la libertad del sudor bajo las luces de neón.

​Esos recuerdos no fueron una despedida, sino combustible.

​Cada golpe que recibía era una deuda que Demian acumulaba. Seguí luchando, arañando sus manos, pateando con las pocas fuerzas que me quedaban. Me resistía a ser una estadística, a ser la mujer que murió en silencio en un penthouse de lujo.

​—¡Muérete de una vez! —rugió Demian, inmovilizándome contra el suelo, sus manos apretando de nuevo mi garganta.

​Sentí que mi conciencia se desvanecía. El rostro de Demian comenzó a oscurecerse, reemplazado por la oscuridad del túnel donde conocí a León. Justo cuando mis brazos cayeron a los costados y el oxígeno se convirtió en un recuerdo lejano, un estruendo metálico retumbó en toda la habitación.

​La cerradura electrónica saltó en una lluvia de chispas. La puerta se abrió de golpe, golpeando la pared con la fuerza de un cañón.

​—¡SUÉLTALA! —la voz de Sasha no fue un grito, fue una orden cargada de una violencia que nunca le había conocido.

​Demian no se movió de inmediato, girando la cabeza con una sonrisa demente hacia la puerta, mientras yo, bajo su peso, luchaba por el último rastro de vida que me quedaba.

​Sasha entró como una exhalación, pero al ver a Demian sobre mí, descargando golpes con una furia ciega, se detuvo un segundo por el puro impacto de la imagen. Al notar que su primo no se detenía ni ante su presencia, Sasha salió corriendo de la habitación, gritando algo sobre buscar un objeto para detenerlo.

​Ese breve instante fue la última frontera. Sentí un golpe seco en la sien y el mundo se volvió negro. Mis manos dejaron de luchar, mi cuerpo se relajó sobre los restos del jarrón persa y el aire simplemente dejó de ser una necesidad.

​Cuando Sasha regresó con un atizador de la chimenea en la mano, Demian ya me había soltado. Él estaba de pie, jadeando, arreglándose los puños de la camisa como si acabara de terminar una rutina de ejercicio. Yo no me movía. Estaba tendida entre los cristales, con el camisón de seda desgarrado y la piel teñida de un color cenizo que no era humano.

​Sasha soltó el atizador, que resonó contra el mármol. Sus ojos se abrieron con una sorpresa que se transformó en puro terror.

​—¡Estúpido! —rugió Sasha, su voz quebrándose por primera vez—. ¡La mataste! ¡Maldita sea, Demian, la mataste!

​Claudia y María entraron corriendo tras él. Claudia se desplomó a mi lado y buscó desesperadamente mi pulso en el cuello. El silencio en la habitación era tan pesado que podía cortarse.

​—La señorita no respira... —susurró Claudia, mirando a Sasha con los ojos llenos de lágrimas—. No tiene pulso, joven Sasha. No respira.

​—¡Llamen a una ambulancia! —gritó Sasha, abalanzándose sobre Demian y tomándolo de las solapas de la chaqueta—. ¡Eres un animal! ¡Vas a ir a la cárcel por esto!

​Demian lo empujó con una fuerza gélida, su rostro sin rastro de arrepentimiento. Se limpió una gota de sangre de la mejilla y miró mi cuerpo inerte como quien mira un objeto roto que ya no sirve.

​—Cállate, Sasha —dijo Demian con una calma que helaba la sangre—. Yo me encargaré de esto. Nadie llama a nadie. Ella es mi esposa, y lo que sucede en esta habitación se queda en esta habitación. María, Claudia, salgan de aquí ahora mismo si quieren conservar sus empleos... y sus vidas.

​Pero lo que ninguno de ellos sabía, perdidos en su caos de gritos y amenazas, es que en algún lugar profundo de mi pecho, un hilo invisible de vida se negaba a cortarse. Mi corazón dio un latido errático, casi imperceptible. Estaba en el limbo, escuchando sus voces como si vinieran del fondo de un océano, aferrada a la última imagen de libertad que me quedaba: León pintando mi rostro bajo la luz del túnel.

​No estaba muerta, pero estaba lo suficientemente lejos como para que el mundo de Demian ya no pudiera alcanzarme. Por ahora.

​Escuché el sonido metálico de un encendedor. El olor a tabaco comenzó a filtrarse en la habitación, mezclándose con el aroma del hierro de mi propia sangre. Demian estaba en la sala, fumando con la frialdad de quien acaba de deshacerse de un mueble viejo.

​—Traigan unas sábanas —ordenó su voz, resonando desde el pasillo—. Envuélvanla. No quiero manchas en la alfombra del vestíbulo.

​Sentí el roce áspero de la tela sobre mi piel herida. María y Claudia lloraban en silencio mientras me movían con una delicadeza que contrastaba con la violencia de Demian. Sasha estaba fuera, persiguiendo a su primo, su voz rota por la incredulidad y el asco.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.