Musa cautiva

38

​Mis dedos tiemblan mientras desbloqueo el teléfono. La rabia me nubla la vista, pero tengo un objetivo claro: denunciar el asesinato. Necesito que patrullas, helicópteros y buzos llenen ese río hasta que la encuentren. Necesito que el mundo sepa que Demian Zarájef es un maldito feminicida.

​—¡Voy a llamar a la policía! —ruji, con el pulgar sobre el teclado—. ¡Voy a hundirlo!

​Sasha se lanzo sobre mí, arrebatándome el teléfono con una fuerza que no esperaba de alguien que parece vivir entre nubes de alcohol y lujo.

​—¡No lo hagas! —me grito Sasha, sujetándome por las muñecas—. ¡No seas idiota, León! ¡Piensa!

​—¿Que no sea idiota? ¡La tiró al río! —intento recuperar el móvil, pero él me empuja hacia atrás—. ¡Suéltame, cobarde!

​—¡Escúchame bien! —Sasha me clava la mirada, y por primera vez veo al hombre que sobrevive en la familia Zarájef—. Si llamas a la policía, ellos irán directo a la oficina de Demian. Él tiene a la mitad de la fiscalía en su nómina. ¿Qué crees que pasará cuando se entere de que hay una investigación? Se dará cuenta de que las criadas hablaron o que yo sospecho algo. Y si por un milagro divino Atenea está viva en algún rincón de la orilla... Demian llegará antes que los buzos para terminar lo que empezó.

​Sus palabras me detienen en seco. El frío de la lógica me golpea la cara.

​—¿Entonces qué vamos a hacer? —pregunto, con la voz quebrada por la impotencia—. ¿Sentarnos aquí a esperar que el agua nos devuelva su cuerpo? ¿No hacer nada más?

​—No, claro que no —Sasha baja la voz, devolviéndome el teléfono—. No soy un puto insensible, León. Pero no podemos involucrar a las autoridades porque estaríamos alertando al monstruo. Involucrar a la policía es ponerle una diana en la frente a Atenea si es que aún respira.

​Me paso las manos por el pelo, destrozado. El silencio de mi estudio se siente como una tumba.

​—Él tiene cámaras, rastreadores, poder... —continúa Sasha, caminando de un lado a otro—. Tenemos que buscarla nosotros. Por debajo del radar. Si Claudia y María pudieron mentir, nosotros podemos actuar en las sombras. Necesitamos encontrarla antes de que él se dé cuenta de que el río no se la tragó para siempre.

​Miro el cuadro de mi "Azul Prusia". Sasha tiene razón. Si ella se sacrificó para que yo viviera, no puedo ser el que firme su sentencia de muerte definitiva por un impulso de justicia legal.

​—Está bien —digo, mi voz volviéndose una lámina de acero—. Busquemos. Pero si la encontramos... si ella ya no está... juro por Dios, Sasha, que la policía será el menor de los problemas de tu primo. Yo mismo me encargaré de que su final sea mucho más lento que una caída al río.

​Sasha asiente, una alianza de sombras sellada en medio del dolor. La búsqueda ha comenzado, y la ciudad se siente más oscura que nunca.

​Sasha me mira con los ojos desorbitados cuando vuelvo a tomar el teléfono. Se interpone en mi camino, pensando que voy a marcar emergencias otra vez.

​—¿A quién vas a llamar ahora? —me espeta, con la paranoia marcándole el rostro—. Te dije que nada de policía, León.

​—¿Crees que solo tú y tu estúpido primo tienen contactos? —Le respondo, apartándolo con el hombro. Mi voz ha perdido todo rastro de calidez. Si quieren jugar sucio, yo conozco a los mejores en el barro—. Si no puedo llamar a la policía porque tu familia es dueña de las leyes, voy a traer mi propia artillería.

​No espero su respuesta. Marco un número internacional que tengo grabado en la memoria desde mis años en Alemania. Mientras el tono de llamada suena, recuerdo a Hans. Un ex militar de élite que conocí en un submundo de Berlín, un hombre que vive en las grietas del sistema y que me debe la vida desde que lo ayudé a ocultarse tras una operación fallida en el Este.

​—Hans —digo en cuanto escuchan el "ja" seco al otro lado—. Soy León. Necesito un fantasma. Alguien que pueda rastrear un cuerpo o una persona viva sin dejar una sola huella digital. No me importa el costo. La han tirado al río. Quiero una extracción limpia y seguridad privada nivel máximo.

​Sasha me observa en silencio, con una mezcla de respeto y miedo. Se da cuenta de que el pintor bohemio que él creía conocer tiene capas que la alta sociedad nunca sospechó.

​—Viene para acá —le digo a Sasha al colgar—. Él no hace preguntas. Él encuentra. Y si ella está viva, Hans la pondrá en un lugar donde ni siquiera el dinero de los Zarájef podrá alcanzarla.

​Miro por la ventana hacia la ciudad. Demian cree que se deshizo de un objeto, pero no sabe que acaba de despertar a una bestia. Ya no estoy pintando flores ni retratos; estoy trazando un plan de guerra.

​Sasha me mira fijamente tras escuchar mi conversación con Hans. No se intimida por la mención de un militar de élite; al contrario, veo en sus ojos rojos una chispa de resolución. Él sabe que la fuerza bruta de Demian solo puede combatirse con una red de poder igual de implacable.

​—Si vas a traer a un profesional de Berlín, yo también traeré a mi elemento más fuerte —dice Sasha, sacando su propio teléfono. Sus dedos vuelan sobre la pantalla—. Hay alguien en esta familia que tiene más ojos que él en todas las fronteras.

​Lo observo mientras marca. Su voz suena tensa pero respetuosa.

​—Tía Sara... necesito ayuda. Es grave. Demian cruzó la línea. Te daré la dirección, ven al estudio de un amigo.

​Cuelga y me mira.

​—Sara es alguien puede mover hilos sin que mi primo se entere.

​Me desplomo en mi silla frente al cuadro de la "Musa Guerrera". El estudio huele a café frío, trementina y miedo. Estoy aterrado. No tengo idea de dónde está mi Azul Prusia. Rezo, a pesar de que no he pisado una iglesia en años, para que el río no haya sido su final. Si Claudia dijo que respiraba, tengo que aferrarme a ese hilo invisible.

​—Ella me protegió —susurro, más para mí que para Sasha—. Se lanzó a sus pies para que él no me buscara. Ahora es mi turno.




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