Muthaes Ii. La nueva tierra

El verdadero Mayab

Era de noche y se habían refugiado en esa ciudad para poder dormir un poco antes de partir. Sarik observaba en uno de tantos almanaques imágenes de la gente en la antigua tierra cuando su teléfono móvil timbró indicando la recepción de un mensaje. El remitente no era de ninguno de sus contactos, y en él leyó una serie de números y, al final, el pequeño dibujo de un cordero de lana rizada. Sarik se levantó de un salto y lo mostró a los demás.

―¡Es Fernanda! ―dijo inmediatamente.

―¿Cómo sabes que es de ella? ―preguntó Nina.

―Ve este cordero ―dijo señalando el dibujo―¸cuando estábamos en el falso Mayab y vimos corderos, ella mencionó en broma que eran nuestros ancestros.

―Son sólo números ―dijo Karsten frunciendo el entrecejo.

Tardaron algunos minutos para encontrar que los primeros números correspondían a la posición de la tierra con respecto al sol, y, con ello, corroboraban su teoría de que se encontraban en la tierra, la segunda y tercera fila de números eran coordenadas, así que buscaron en un GPS con mapas de la antigua tierra, el primero marcaba un lugar entre una zona montañosa y el segundo, la punta de una península que se encontraba a un aproximado de mil kilómetros del primero.

―Logré captar la señal de un satélite ―dijo Karsten―, y, por las fotografías que muestra, las primeras coordenadas corresponden a la ciudad científica.

Karsten les mostró las imágenes y, sin lugar a duda, era ese lugar, rodeado de sus montañas con nieve falsa. En las imágenes del segundo sitio era muy notorio que, en una península, cerca de la costa, había una ciudad pequeña.

―¿El verdadero Mayab? ―preguntó Nina.

―¿Fernanda habrá sido capaz de sacrificarse a sí misma con Jerónimo para que tuviéramos esta información? ―preguntó Sarik, apesadumbrado.

―Si es así ―dijo Antoine―, no debemos perder tiempo. Gates debe estar aún en la ciudad científica y, si hay un momento de irrumpir en cualquier computadora que tenga allá, es hoy, además de que, si es realmente Fernanda, debemos rescatarla.

Subieron al vehículo que construyó Sarik y con ayuda de los portales de Karsten, llegaron en un par de minutos. Aterrizaron cerca de la costa y no tuvieron duda de que se trataba del verdadero Mayab, una ciudad con casas y edificios extremadamente ostentosos, plazas con pisos de mármol, fuentes, jardines exquisitamente adornados, en fin, un lugar que era un derroche de lujo. Era de noche y sólo unos pocos noctámbulos vagaban por las calles, así que se adentraron en la ciudad sigilosamente. Entonces Nina vio un letrero en una esquina que marcaba un número.

―Las calles están numeradas ―dijo señalando el letrero―, las siguientes filas de números deben ser direcciones.

En efecto, eran dos direcciones y la primera estaba muy cerca de donde se encontraban. Era una casa estilo minimalista con grandes ventanales que daban una preciosa vista al mar. Estaba herméticamente cerrada, pero Karsten no tuvo que hacer otra cosa más que abrir otro portal para dejarlos entrar. Era evidente que se trataba de la casa de Gates, pues en las paredes había una gran cantidad de fotografías suyas, además de un retrato de él con su exesposa y su difunto hijo. Rápidamente buscaron hasta hallar una habitación llena de aparatos computarizados. Sarik halló el servidor central, se apresuró a ingresar las llaves digitales y tal como lo predijo, tuvo acceso a toda la información que Gates almacenaba, sin embargo, no pudo abrir uno solo, pues estaban encriptados.

―Si guarda todo tan celosamente, es porque realmente no quiere que nadie conozca sus secretos ―dijo Karsten.

―No importa, copiaré todo y lo llevaré en alguna memoria digital, ya tendré tiempo de desencriptarlos y ver qué es lo que esconde.

Mientras copiaba los archivos, Nina se acercó a la terraza. Aún entre la oscuridad de la noche, podía verse el mar iluminado por la luna creciente.

―Había visto cientos de videos de la antigua tierra, del mar… Siempre pensé que era algo hermoso, pero jamás pensé que sería tan impresionante.

―No puedo creer que ellos no quieran compartir la tierra con el resto de la humanidad. ―Era de esas raras ocasiones las que Karsten se veía realmente molesto. Para él, pensar en su familia viviendo en la deprimente y peligrosa luna de Ío mientras esa gente acaparaba la tierra era simplemente indignante―. Voy a continuar mi proyecto a mi modo y, de alguna forma, encontraré cómo crear un portal que permita a la gente de Ío cruzar a la tierra.

―Primero lo primero ―comentó Antoine―, tenemos que sacar la mayor cantidad de información que sea posible para saber a qué nos enfrentamos con este ejército que quiere formar Gates.

En menos de una hora, Sarik ya tenía respaldo de toda la información de Gates, así que se aventuraron a buscar en la segunda dirección. Esta los llevó al edificio más grande y lujoso de todos, un lugar en el centro de la ciudad, rodeado de hermosos y floridos jardines y con pilares chapados en oro. Recordaron escuchar a Jerónimo jactarse de ser hijo del primer ministro, y esa casa correspondía sin duda a alguien que lideraba esa ciudad. Convencidos de que ahí podrían encontrar a Fernanda, se arriesgaron a entrar.

Dentro era aún más lujoso que en el exterior, estaban en un pasillo con piso de madera de maple perfectamente pulido, paredes con la parte baja de mármol gris y la parte superior con un tapiz de terciopelo y grecas de oro puro.




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