Joe estaba en un remolino de emociones. Por un lado, saber que no era un clon sino el verdadero hijo de Rikka Almond fue un verdadero alivio, pero, por otro lado, estar en conciencia de que su propio padre experimentó con él de forma tan brutal lo llenaba de un odio que jamás había sentido en su vida. Por unos días no se le vio mucho en la ciudad, ayudaba a Karsten un par de horas y regresaba a casa, donde se mantenía encerrado.
Fernanda, por su parte, había mejorado a pasos agigantados, en lugar del laboratorio, iba al campo en donde detonaba cajas enteras de dinamita para contener y controlar su energía. Una mañana estaba por ir a experimentar con una pequeña bomba cuando Joe la llamó.
―Fernanda, ¿has visto a Nayelli?
―No, ¿por qué no la llamas a su teléfono?
―Lo dejó en casa. ―Joe estaba evidentemente de muy mal humor―Se suponía que iría por pescado fresco para el almuerzo… pero ya tardó demasiado.
Fernanda dejó salir una sonrisa. En verdad Joe se alteraba mucho cuando estaba hambriento, y era notorio por la desesperación con la cual buscaba a Nayelli.
―Ten ―Fernanda sacó su caja de almuerzo―, me sobró un emparedado de queso.
―¡Gracias, Fernanda! ―Joe ni siquiera lo pensó, simplemente tomó el emparedado con ambas manos y lo metió completo en su boca―. “Ahoda budcadé a Nayedi” ―dijo con la boca llena de comida.
―Te acompaño.
―¿Sabes si el maestro Romanoff está en el laboratorio de cómputo? ―preguntó Joe después de tragar el bocado.
―Sí, allá está. ¿Puedo saber por qué lo llamas maestro?
―Yo… no recuerdo casi nada de mi vida como Jason. Tengo algunas memorias aisladas ―Joe bufó con una sonrisa―. Siempre pensé que esos recuerdos habían sido sembrados en mí siendo un clon. Como sea, son recuerdos vagos, para mí, todo lo que hay en mi infancia fue dolor, miedo… y odio, mucho odio. Después de lo que pasó con mi ejército en Ío, yo estaba dispuesto a quitarme la vida, pero decidí que antes debía buscar a algún aliado rebelde para hacerle saber lo que mi padre pretendía. A quien encontré fue a Albert Romanoff y entonces comencé a saber lo que es vivir sin dolor. Él me enseñó a ver el mundo de otra forma, desde encontrar la belleza de un trigal hasta soñar con las estrellas que se veían difusas desde el cristal del invernadero.
―El fungió como tu padre en todo ese tiempo, ¿no es así?
―Podríamos decir que sí ―Joe se tornó nostálgico―, pero entonces yo me creía un clon, y los clones no tienen padres… ―de repente Joe se tornó iracundo―… hubiera preferido no tenerlo. Saber que mi padre fue capaz de darme todo ese sufrimiento…
―Cálmate ―dijo Fernanda, tomando su mano―. Quizá tu padre era un engendro del demonio, pero tuviste a Albert Romanoff, un padre sustituto que te ve como si fueras su propio hijo y, además, tienes a tu madre. La consejera Almond te amaba aun cuando pensaba que eras un clon.
―Sí, tienes razón ―Joe se calmó un poco.
―Hay algo que quiero preguntarte… Ahora ya sabemos quién eres en realidad. ¿Quieres que te siga llamando Joe?, ¿o prefieres que te llame…?
―¡Mi nombre no es Jason! ―la reacción de Joe fue tan violenta que Fernanda dio un paso hacia atrás―, yo dejé de ser Jason Gates en el momento en que mi padre decidió darme por muerto para poder experimentar conmigo. El maestro Romanoff fue el que me bautizó con el nombre de Joe, soy Joe Almond, jamás intentes decirme Jason, ¿entendiste?
―Perdona, Joe, era sólo una pregunta.
―¡Demonios! ―rugió Joe―, necesito encontrar a Nayelli.
En ese momento se escucharon algunas voces. A lo lejos podían ver a Nayelli rodeada de algunos hombres de edad avanzada, quienes hablaban con ella entre sonrisas de sorna mientras ella les reclamaba a gritos.
―Mira, allá está ―Fernanda la señaló y Joe corrió hacia ella.
―Calma, Naye ―uno de los hombres le ofrecía un bocadillo de maíz―, come un poco antes de que te vayas.
―¡No puedo comer nada! ―reclamó Nayelli―, ¡Joe no ha almorzado!
―El pescado ya está guisado, Naye ―dijo otro―, sólo queremos que comas algo antes de irte. No queremos que mates a nadie en el camino.
―¡No he matado a nadie por tener hambre! ―gruñó Nayelli lanzando un manotazo que apenas logró esquivar uno de ellos―, ¡sólo denme el maldito pescado y déjenme ir!
―¿Qué es lo que pasó? ―preguntó Joe, acercándose a ellos.
―¡Joe! ―Nayelli caminó hacia él a grandes trancos―. ¡Lo siento mucho!, estaba por pescar un par de truchas para el almuerzo cuando el señor Gamez ―Nayelli señaló a un anciano moreno con el cabello a rape―tuvo una revelación. ¡Pero tardó eternidades en concentrarse en ella!
―Vamos, Naye ―dijo otro de los ancianos―, en lo que tú estabas con Gamez, nosotros pescamos las truchas y las cocinamos para ti.
―¡Yo me hubiera tardado menos que ustedes en pescar ese par de charales que llaman truchas! ―gritó Nayelli.
Joe esbozó una sonrisa tranquila. Tomó el bocadillo de maíz y fue hacia Nayelli.
―No te preocupes, Fernanda me convidó un trozo de emparedado. Anda ―Joe le acercó el bocadillo a su boca―, come.
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Editado: 29.08.2023