Muthaes Ii. La nueva tierra

Probabilidades de muerte

Fernanda no estaba del todo convencida de que Nayelli fuera realmente una buena pareja para Joe. Después de esa confesión, él se volvió más introvertido, buscaba a Nayelli en todo momento, pero, al igual que en aquella ocasión, ella no hablaba con él en absoluto. Fernanda fruncía el entrecejo cuando los veía. Joe tenía siempre una mirada ensoñadora, fija en los ojos de Nayelli, pero a ella no parecía importarle, solía estar leyendo o dibujando mientras Joe la contemplaba.

Una tarde, Fernanda los vio de nuevo junto al lago. Nayelli estaba sentada en la grama, leyendo un libro. Joe estaba recostado sobre su regazo, observándola como siempre. Fernanda frunció los labios.

―¿Y esa cara de “no me parece”? ―Nina se acercó a ella.

―Es esa muchachita ―Fernanda señaló a Nayelli―. Joe parecerá frío y distante, pero es un alma muy cálida. Ve el amor que hay en sus ojos mientras la observa, y a ella no le importa un ápice.

―Olvidémonos de ellos ―dijo Nina―, ¿qué hay de ti?, ¿ya estás más tranquila?

―Lo siento, sé que Nayelli es muy acertada, pero… no me imagino a mí misma traicionando a la gente de Heiwa. Como sea, Joe me prometió que buscará aislar los eventos que me puedan llevar a una traición.

―Según me han dicho ―comentó Nina―, les es muy difícil, tu futuro es muy cambiante, por eso no pueden determinar qué podría hacerte cometer traición.

―Nina, creo que quiero olvidarme de eso por ahora. ¿Sabes qué hay de Nadia y de Mount? ¿Han obtenido algo de ellos?

―Nadia aún está un poco confundida, una parte de ella continúa escéptica, pero Romanoff está trabajando en ganarse su confianza. En cuanto a Mount, Nayelli pasó toda la mañana de ayer buscando en su futuro, pero sigue sin ver nada más que incoherencias.

Karsten llegó en ese momento, disculpándose con Fernanda por haberle ocultado lo de la visión de Nayelli. Con una sonrisa, alborotó su cabellera.

―Joe me contó que lograste controlar el estallido de una bomba de 10 kilotones. ¡Felicidades! Estás a nada de lograrlo con una bomba nuclear.

―Al contrario, aún estoy lejos ―dijo ella―, los rumores son de que los misiles que guarda Trump son tan potentes que se miden en megatones. Si no puedo…

Pero Fernanda se vio interrumpida cuando escuchó a Joe completamente alterado, discutiendo con Nayelli. La discusión no duró mucho, ellos simplemente se quedaron callados, observándose uno al otro por unos segundos.

  ―Debemos hacérselo saber a mis abuelos ―dijo Nayelli, y ambos echaron a correr por uno de los senderos. Nina y Fernanda intercambiaron miradas y en seguida fueron detrás de ellos. Ambas se quedaron en la puerta de la casa de los Romanoff, escuchándolo todo.

―Las condiciones cambiaron ―decía Joe―, quizá por mi enfrentamiento con el general Gates, o quizá por lo que hicimos en la ciudad científica, el caso es que vi en Nayelli una predicción terrible. Ella está en peligro de muerte.

―¿Cómo que en peligro de muerte? ―exclamó Dalia, alarmada.

―Creo que he aislado algunos eventos ―dijo Nayelli―. Me voy a ver tentada a enfrentar sola a Trump. Si lo hago, lograré obtener todo, su arsenal nuclear, la ubicación de la máquina de sismos en Ío y podríamos vencer a la ciudad de Mayab sin necesidad de una guerra. Pero mis probabilidades de sobrevivir en mi hazaña son casi nulas.

―Si se queda, habrá algo que pondrá su vida en peligro ―ahora habló Joe―, y en ese caso, sus probabilidades de sobrevivir son del 50%. Pero, en este segundo caso, no pudimos aislar los factores que la pondrán en peligro.

―Es definitivo ―dijo Romanoff―, no importa qué sea lo que te tiente a irte a enfrentar a Trump, no irás. Pero deben aislar los factores que te pongan en peligro aquí.

―Vayan a casa de inmediato ―ordenó Dalia―, y concéntrense en encontrar qué puede poner en riesgo la vida de Nayelli.

―Adelántate, Naye ―dijo Joe―, tengo que hablar un par de cosas con tus abuelos.

Nina y Fernanda se ocultaron entre los arbustos cuando Nayelli salió, volvieron a acercarse para escuchar qué más decían.

―Maestro, conozco a Nayelli lo suficiente como para saber que no enfrentaría sola a Trump únicamente porque las probabilidades de evitar una guerra son mayores ―explicó Joe―, si ella se verá tentada a ir, será porque verá algo mucho muy grave. Necesito que me ayuden a vigilarla, si por algo no puedo estar con ella, asegúrense de que no deje la ciudad.

―No te preocupes, Joe. Pediré a Sarik que construya un dispositivo con el cual podamos detectar si intenta irse.

―Manténganla a salvo ―la voz de Joe se tornó grave―, moriría si algo le pasa.

―Nosotros también, hijo ―expresó Dalia―, nosotros también.

Ni Fernanda ni Nina se atrevieron a preguntar nada sobre el asunto. Se alejaron de la casa de los Romanoff y atendieron sus propios asuntos.

Eran las seis de la tarde y Fernanda había ido hacia el sótano del laboratorio de cómputo, en donde habían instalado una prisión para el presidente Mount. Ella acercó su comida a los barrotes que había en su celda.

―Nunca imaginé que de todas las personas que hay en esta ciudad, tú te ofrecieras a traerme la comida ―expresó Mount.




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