Muthaes Ii. La nueva tierra

El barquero de la muerte

Joe despertó en un bosque lleno de neblina, un lugar aterrador. No podía ver más que algunos árboles difusos a su alrededor. Comenzó a caminar, teniendo un muy mal presentimiento, llamando a Nayelli con desesperación. Para su alivio, escuchó su voz respondiendo entre la neblina. Siguió el sonido de su voz hasta encontrarla a orillas de un río de aguas verde oscuro, ella corrió a sus brazos en cuanto lo vio entre la neblina.

―¿Dónde estamos, Joe? ―preguntó ella, asustada. Joe observó el río, había un pequeño muelle de madera desvencijado y, a un lado, una barca. Ambos respingaron al ver a un encapuchado que estiraba una mano descompuesta hacia ellos.

―Vamos ―como un eco se escuchaba una voz profunda―, es hora.

―¿Quién es usted? ―preguntó Nayelli, desconfiada.

―Es hora de cruzar el río ―fue lo que obtuvo por respuesta.

―Este río… ―Joe sintió un vuelco en el corazón―. He leído de él en leyendas de la antigua tierra. Es el umbral hacia el mundo de la muerte.

―Joe… ¿hemos muerto?

―La paz que buscan está al otro lado ―la voz hablaba tranquila e hipnotizante―, por el mundo ya no pueden hacer más.

―¿Cómo pasó, Joe? ―Nayelli comenzó a jadear.

―Déjenos regresar ―dijo Joe al barquero―, tenemos que volver con los nuestros.

―Deben cruzar o la neblina los atrapará para siempre.

Y al decirlo, la neblina se hizo más y más espesa. Asustados, ambos se hicieron hacia atrás, sintiendo como la neblina congelaba sus cuerpos.

―No hay tiempo, deben cruzar ahora.

Ellos intercambiaron miradas. Joe asintió, subió primero a la barca y extendió su mano para ayudar a su novia a subir. El barquero entonces tomó su remo y la barca se deslizó por el agua, sin tocarla.

―¿Quién es usted? ―preguntó Nayelli, pero el barquero no respondió en absoluto, continuaba inmóvil, con su rostro oculto tras la capucha.

―¿Qué lugar es este? ―preguntó Joe, abrazando a su novia de forma instintiva, como queriendo protegerla. Del agua salían manos humanas con la piel grisácea y dedos nudosos que se retorcían como alguien que sufría de un terrible tormento. Nayelli respingó cuando el lomo de un enorme pez salió, parecía haber devorado a las personas que intentaban desesperadamente salir del agua.

―Será mejor que no hagan ruido ―dijo el barquero―, o ellos sabrán que están aquí.

―¿Quiénes? ―preguntó Joe. El barquero volteó hacia él, y un par de ojos rojos brillantes resaltaron en la oscuridad de su capucha.

―Aquellos que perdieron la vida por culpa de ustedes.

Joe abrazó a Nayelli aún con más fuerza. En silencio continuaron el viaje, y conforme avanzaban, todo se hacía más extraño, en el agua se formó un remolino que amenazaba con tragar la barca, pero en cuanto llegaron a él, se había transformado en la entrada de una cueva, cruzaron una membrana jabonosa en su umbral y el agua se fue levantando, formando una cascada en vertical que subía en lugar de caer, y la barca se ladeó y Joe tuvo que sostener con fuerza a Nayelli para que no cayera. Era todo como estar en una figura imposible, la barca iba ahora en vertical hacia arriba, Joe continuaba con los pies pegados a ella, pero Nayelli en cambio, se tuvo que aferrar a él, pues la gravedad la jalaba hacia abajo. La cascada desaparecía en una nube a lo alto, y ahora Nayelli comenzaba a flotar como un globo mientras que Joe se sentía cada vez más pesado sobre la barca que iba desapareciendo, dejándolos solamente en el agua. Ambos se abrazaban con fuerza, Joe para evitar hundirse y Nayelli para no salir flotando por el aire.

―¿Por qué está pasando esto? ―más que asustado, Joe se estaba enfadando.

―Todos los errores de su pasado les persiguen ―escuchaban la voz del barquero, pero no podían verlo más―, y lo único que pueden hacer, es luchar en contra de ellos.

―¿Dónde estás? ―gritó Nayelli, furibunda―, ¡muéstrate!

Y entonces todo desapareció, el agua, las nubes... y hasta ellos mismos. Joe cayó en picada hasta un valle oscuro. Sentía la grama bajo sus pies, podía escuchar el viento silbando entre los árboles, pero no podía ver nada.

―¡Nayelli! ―gritó con desesperación.

―Ella no puede escucharte ―decía esa voz profunda―, ella ha cruzado a un plano al que tú jamás podrás cruzar. Lo que más has temido ahora es real, Joe. ¿Realmente creíste que eras el hijo de Donald y Rikka? Lo siento, pero no, tú eres un monstruo creado por una mente perversa, y los monstruos no tienen alma

―¡No es cierto! ―Joe gritó con rabia―, ¡yo soy el hijo de Rikka Almond!

―No lo eres. Cuando ellos te dijeron que eras Jason, tú tuviste tus dudas, ¿no es así? Temiste que se equivocaran, o que lo estuvieran diciendo como una mentira piadosa.

―El general lo confirmó, ¡yo no soy un clon!

―¿El general? ―la voz dejó salir una risa macabra―. ¿Entonces por qué no le llamas padre?, ¿por qué lo sigues llamando general?

―¡Porque un padre jamás haría algo tan ruin a su propio hijo!

―Efectivamente, Donald jamás le habría hecho a Jason, pero tú no eres él.




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