Muthaes Ii. La nueva tierra

Epílogo. La bienvenida

Habían pasado alrededor de seis meses desde que Gates fue derrotado. Los habitantes de Heiwa decidieron mudarse al falso Mayab, en primera, porque estaban cerca de la tecnología que ellos mismos o sus antecesores habían creado, pero principalmente porque el clima en ese lugar era más estable y por ende la producción agropecuaria era más fructífera.

En un principio decidieron dejar a Gates libre en los alrededores, en donde hizo un nido entre el bosque y a diario se acercaba para alimentarse de los desperdicios que dejaban los habitantes. Sin embargo, aún en su estado de idiotez, era evidente que él solía recordar quién fue y que esa condición la tenía, en cierto modo, por culpa de los ciudadanos, pues de repente hacía rabietas en las que terminaba agrediendo a la gente, principalmente a Fernanda, Romanoff y Gabriela, casualmente las personas que propusieron y ejecutaron su castigo. Cuando en sus agresiones incluyó arrojarles sus propias heces fecales, decidieron que lo mejor era encerrarlo en una jaula, encargando al avejentado Jerónimo la tarea de alimentarlo y mantenerlo limpio.

Romanoff leía un libro en el pórtico de su nueva casa, esperando a que su mujer le llamara para la comida cuando Nayelli y Joe llegaron con amplias sonrisas. Nayelli se paró frente a su abuelo y con un gesto radiante, le alargó su tableta, en donde mostró un video, en él sólo había un fondo rojizo y en el centro, un pequeño ser parecido a un renacuajo, respingando.

―¿Qué es esto? ―preguntó Romanoff.

―Tu bisnieto ―dijo Nayelli con entusiasmo. Dalia llegó de inmediato con ellos, boquiabiertos, ambos observaron al pequeño embrión flotando en líquido amniótico.

―¡Oh, hija! ―Romanoff abrazó a su nieta―, ¡es una gran noticia! ―Romanoff dejó de abraza a su nieta y se dirigió a Joe―. ¿Cómo te sientes, papá?

―Emocionado ―dijo Joe con una risa nerviosa.

―¿Qué hiciste cuando Naye te dio la noticia? ―preguntó Dalia.

―Lloré como una niñita ―Joe volvió a reír―. ¡Voy a ser papá!

―¡Felicidades, amor! ―Dalia abrazó a Joe―. Merecen una bendición como esta.

La noticia de que Nayelli y Joe esperaban un bebé corrió como la pólvora en la nueva Heiwa y todo mundo hablaba al respecto.

―Asusta un poco, ¿no creen? ―Luca, quien había iniciado una relación sentimental con Nina, comía con ella y sus amigos―. Ellos son muy poderosos, pero también muy instintivos y eso los hace peligrosos. ¿Cómo creen que será su bebé?

―Cuidado con hablar mal de ellos delante de Fernanda ―dijo Nina a Luca―, te puedes ganar una congelada de boca.

―Ellos serán peligrosos sólo para quienes amenacen la paz en nuestra sociedad ―refunfuñó Fernanda―. No son instintivos, sólo son personas que reaccionan diferente. Justamente porque ellos son más evolucionados, no buscan lujos, banalidades ni ambicionan nada que no sea vivir en paz. La prueba está en que, de nuevo, rechazaron tener una casa llena de lujos y, en cambio, construyeron otra caja enorme en donde pueden sentirse parte de la naturaleza.

―Tú viste como asesinaron a Héctor sin piedad ―dijo Karsten―, ¿En verdad estás segura de que ellos no son peligrosos?

La casa estaba en la ladera de una de las montañas, lo que les daba una vista de la ciudad entera. En un claro entre el bosque, se veía claramente la casa de Joe y Nayelli, al igual que en el valle de Heiwa, parecida a una bodega industrial, cubierta completamente de enredadera y con una gran cantidad de tragaluces en el techo. Fernanda veía que afuera estaba Joe levantando a Nayelli en brazos, completamente sonriente. Con delicadeza la colocó en el suelo y poniéndose en cuclillas, pegó su oído al vientre de ella y después acercando su boca para hablar con su bebé.

―Sí ―dijo Fernanda observándolos con cariño―, estoy segura.

―¡Vengan todos, rápido! ―en ese momento, Gabriela entró en la casa―, ¡La nave ya está en el radar! Pronto entrará en la atmósfera terrestre.

Era una noticia que esperaban desde días atrás. Ni siquiera terminaron de comer, salieron todos de inmediato hacia el puerto espacial que estaba a un par de kilómetros de la ciudad. Con gestos de ansias y aprensión, todos miraban hacia el cielo y todo tipo de exclamaciones se dejaron escuchar cuando la nave al fin apareció en el firmamento.

La nave aterrizó y abrió sus compuertas, de donde iban saliendo decenas de personas. Los muthaes corrieron de inmediato a recibir a amigos y familiares que no habían visto en largo tiempo. Fernanda se mantuvo a lo lejos, estirando el cuello mientras frotaba sus sudorosas manos con nerviosismo. En cuanto vio a sus padres salir de la nave, se acercó lentamente, con un nudo en la garganta.

―¡Hija! ―la madre de Fernanda la reconoció a lo lejos y fue suficiente para que ella echara a correr, abrazándolos.

―¡Lo siento! ―decía sollozando―, ¡lo siento tanto! Papá, ¿por qué no me dijiste que te convertiste en juguetero para protegerme?

―¡Fernanda! Vamos, nena, ¿por qué tanto llanto?

―Veo a todos muy alterados aquí ―la madre de Karsten estaba cerca de ellos―, ¿acaso ha pasado algo en estos días que estuvimos de viaje?

―Será mejor ir a casa ―dijo Karsten con un gesto descompuesto―, tenemos mucho que contarles.




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