El pitido constante me despierta como un golpe seco en la cabeza. No sé si es real o un eco de un sueño que no puedo recordar. Abro los ojos con dificultad. La luz blanca me ciega un instante y el olor a desinfectante me revuelve el estómago.
Siento que cada parte de mi cuerpo duele, mis dedos tiemblan al moverlos y mis brazos pesan toneladas. Trago saliva, intento hablar, pero nada sale. Solo puedo escuchar el eco de mi respiración, rápido y entrecortado.
Intento incorporarme. Un dolor punzante atraviesa mi cabeza y un mareo me obliga a reclinarme de nuevo.
¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? Mi mente está en blanco,ni siquiera puedo recordar lo que hice ayer.
—¡Ivy!
Un escalofrío recorre mi espalda y doy un respingo, pensaba que estaba sola. Giro la cabeza con lentitud y lo veo.
Un hombre está sentado a mi lado. Sus ojos azules, abiertos de par en par, se llenan de alivio al verme. Se levanta de golpe y la silla chirría contra el suelo.
—¿Estás bien? —pregunta con urgencia, acercándose y sosteniendo mi rostro entre sus manos—. ¿Te duele algo?
No sé cómo responder. Antes de poder abrir la boca, sus brazos me rodean y me estrechan contra él. Su abrazo es delicado, cuidadoso y tembloroso. Puedo sentir su respiración agitada sobre mi hombro.
Me quedo rígida. El corazón me late con fuerza.
Ese rostro… esa voz… los conozco.
No puede ser real, no puede estar frente a mí abrazándome de esta manera.
Kyle Ravelle.
El Kyle que he admirado durante años desde la distancia. Mi ídolo. El que jamás imaginé ver tan cerca y mucho menos tocarme.
Y está aquí.
Mi cuerpo no reacciona. Quiero apartarme, pero no puedo. Solo puedo sentirlo, y es demasiado.
—¿Quién… eres? —la pregunta me sale ahogada.
¡Oh, sí tengo voz! ¡Puedo hablar!
Sus ojos se abren más de lo que parece posible. Todo en él se tensa. Su mirada busca desesperada en la mía algo que no encuentra.
—¿No… recuerdas? —murmura con incredulidad.
Lo observo, tratando de procesar. ¿Recordar qué? ¿Quién es él?
—Soy Kyle… tu esposo —dice finalmente, con un temblor en su voz.
¿Qué? ¿Estoy casada con Kyle? ¿Estoy soñando?
Río nerviosa.
—No… esto no puede ser cierto… debe ser un sueño.
Veo cómo su mirada se vuelve vidriosa, sus hombros se hunden, sus manos caen a los costados. Cada gesto suyo está cargado de una derrota que me parte el corazón. Estoy a punto de querer llorar.
—Por favor no llores, lloraré —susurro.
Siempre he sido débil al ver a Kyle llorar, cuando lloraba en conciertos yo no podía evitar hacerlo también.
Él evita mi mirada y fija los ojos en el techo.
Se aparta con cuidado, con pasos lentos y pesados, hacia la puerta.
—Está bien… voy a llamar al doctor —murmura con un hilo de voz quebrado.
Lo veo salir, arrastrando los pies, y el silencio vuelve a llenar la habitación.
Me quedo sola, con el corazón martillando. Mi mente repite: ¿Mi esposo? ¿Kyle?
No puedo creerlo. Es imposible.
Intento recolocarme en la cama, con las manos temblorosas sobre las sábanas. Trato de procesar la realidad, pero todo es confusión y vacío. ¿Cómo puede un hombre que ha sido mi ídolo ahora formar parte de mi vida de una manera tan… íntima?
—¿Qué me pasó? —miro las heridas en mis brazos y piernas—. ¿Tuve un accidente?
Me llevo las manos a la cabeza, hay una presión punzante, como si un montón de clavos apretara mi cráneo.
El pitido constante vuelve a llenar mis oídos. Trago saliva, cierro los ojos y respiro hondo.
Sí, esto es un sueño…
Despierta, despierta, despierta… ¡Despierta!
Abro los ojos con la esperanza de reconocer el techo de mi habitación. No es mi techo. Sigo aquí.
—Bien, no entremos en pánico, piensa —me digo en voz baja—. Respira.
Paso las imágenes como fotos: la puerta de mi casa al volver de la universidad, mis mascotas saludándome, la voz de mi madre desde la sala, mi rutina antes de dormir. Todo encaja y sin embargo, hay un tramo que falta. No lo comprendo.
Mis pensamientos se interrumpen cuando la puerta se abre y aparece una figura nueva. Su bata blanca, limpia y perfecta. Kyle entra después de él.
—Buenos días, Ivy —dice con voz calmada—. Soy el doctor Willian. He estado a cargo de tu cuidado.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, acercándose con pasos medidos—. ¿Tienes dolor en alguna parte?
—No… lo… sé —balbuceo—. No recuerdo nada.
El silencio que sigue es pesado. El doctor asiente lentamente, como si esperara esa respuesta.
—Eso es normal —explica, con un tono firme pero tranquilo—. Has estado en un accidente. El impacto fue considerable y sufriste una conmoción cerebral. Estuviste inconsciente varios días.
No digo nada y él continúa:
—La conmoción puede provocar pérdida de memoria temporal. Parte de tu vida reciente, incluso años, pueden estar inaccesibles por ahora. Pero no te preocupes, suele volver poco a poco. No intentes forzarlo, tu mente necesita tiempo para sanar.—Ivy… necesito que me respondas unas preguntas. ¿Qué es lo último que recuerdas con claridad?
—Recuerdo llegar a la casa, luego de la universidad.
Asiente lentamente, como si confirmara una sospecha.
—Bien —continúa con voz tranquila—. Y dime, ¿cuántos años tienes, Ivy?
—Veintidos —contesto sin dudar.
Kyle da un paso al frente de inmediato.
—Ivy… —su voz tiembla, pero intenta sonar firme—, no tienes veintidos. —Me mira directamente—Tienes veintinueve.
Miro al doctor esperando que lo niegue, pero él solo asiente, confirmando las palabras de Kyle.
Siete años.
¿Cómo puedo no recordar siete años de mi vida? Quiero gritar que es imposible, pero algo dentro de mí sabe que es verdad. ¿Qué pasó en ese tiempo?
Intento respirar, pero el nudo en mi garganta me lo impide.