"El Eco de una Verdad Rota"
La vida es como el clima, siempre cambiante, sin un motivo aparente. O tal vez sí lo tiene, pero es un chiste cruel que no logro entender. Mi corazón, ese órgano que creía conocer, ahora es solo un puñado de escombros destrozados dentro de mi pecho. He perdido toda noción del tiempo; ¿era de día o de noche? ¿Habían pasado horas o días desde que el mundo se volvió de cabeza?
Un dolor sordo y persistente latía en mi cuerpo, un recordatorio de que seguía aquí, atrapado. Moretones que eran mapas de un viaje que no recordaba, y heridas superficiales que picaban bajo el vendaje blanco e impersonal. Pero era un dolor lejano, secundario comparado con el vacío glacial que se expandía en mi centro.
Al abrir los ojos, la escena se materializó lentamente, como una fotografía revelándose en un líquido turbio. Mis amigos. Estaban todos ahí, apiñados en la habitación. Un mosaico de rostros pálidos y miradas bajas. Changbin se mordía el labio, mirando fijamente el suelo. Han tenía los puños cerrados, temblando. Seungmin e I.N. se apoyaban el uno en el otro, como si sin esa contención fueran a desmoronarse. Felix intentaba una sonrisa torpe que no llegaba a sus ojos, usually llenos de estrellas, ahora opacos.
Y entonces vi a Lee Know. Sentado en una silla, con la espalda rígida. Sus ojos, usually sharp y llenos de chispa, estaban rojos, terriblemente hinchados y vacíos. Junto a él, sus padres. Su madre… la señora Lee estaba destrozada, su cuerpo se sacudía con sollozos silenciosos que parecían desgarrarla por dentro, mientras su marido la sostenía, con el rostro una máscara de impotencia y dolor.
Sentí mi corazón, o lo que quedaba de él, detenerse por completo en mi pecho. Un silencio aterrador precedió al huracán.
"¿Qué sucede?...", logré escupir, mi voz era un susurro ronco, rasgado por el tubo de oxígeno que sentía frío en mi nariz. Mis ojos recorrieron el catéter clavado en el dorso de mi mano derecha, una pequeña aguja que conectaba mi fragilidad a un suero frío. "¿Por qué todos están así? ¿Qué pasó?..."
Levanté la mirada y me encontré con la de Bangchan. Él era mi roca, mi hermano mayor. Pero en sus ojos no había consuelo, solo una tristeza tan profunda que parecía un abismo. "Hyunjin…", comenzó, su voz quebró. "Yo… no sé cómo decírtelo." Las palabras flotaron en el aire, pesadas y venenosas.
No. Por favor, no.
Felix se acercó entonces y me rodeó con sus brazos. "Lo siento, Hyunjin," susurró, y su voz sonó a despedida.
Un nudo de hielo se formó en mi garganta, apretando, ahogándome. "¿Por qué lo sienten? ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué no me responden?" La desesperación le dio un tono agudo, casi infantil, a mis palabras. Estaba suplicando, rogando que alguien deshiciera este malentendido terrible.
Fue entonces cuando Lee Know se levantó de golpe. La silla chirrió contra el suelo de linóleo, un sonido que cortó el aire como un cuchillo. Su mirada, antes vacía, ahora era un mar de rabia pura y dolor sin filtrar.
“¡CÁLLATE! ¡ES TU CULPA!”
Su grito reverberó en los huesos desnudos de la habitación. Antes de que pudiera reaccionar, estaba sobre mí, sus dedos blanquecinos se cerraron alrededor del cuello de mi bata de hospital, sacudiéndome. Cada palabra era una bofetada, un latigazo.
“¡MI HERMANA MURIÓ POR TU MALDITA CULPA! ¡POR QUÉ NO LA CUIDASTE! ¡POR QUÉ ESTÁS TÚ AQUÍ Y ELLA NO!”
Cada sílaba sonó como un eco ensordecedor dentro de mi cráneo. Culpa. Murió. Ella no. Las palabras se incrustaron, punzantes, como esquirlas de cristal girando en mi mente. Un dolor de cabeza cegador estalló detrás de mis ojos, nublando mi visión. Era como si el bus estuviera dando vueltas de nuevo dentro de mi cabeza.
Bangchan actuó al instante, empujando a Lee Know con fuerza, separándolo de mí. "¡Cálmate, Lee Know! ¡Hyunjin no tiene la culpa! ¿Por qué le estás diciendo eso?", le gritó, poniéndose entre nosotros como un escudo humano.
Pero ya era demasiado tarde.
Yo solo podía mirar un punto fijo en la pared blanca, mis pupilas dilatadas. Las lágrimas no ardían, simplemente caían, frías e impersonales, surcando mis mejillas como un río ajeno. Un nudo tan grande y tan sólido se formó en mi garganta que sentía que me iba a asfixiar. Mi estómago se retorció, una náusea violenta que subía como una marea negra.
Y entonces, el recuerdo me golpeó.
No fue un pensamiento, fue una sensación física. Un disparo.
El estruendo del metal. Los gritos. La sensación de giro incontrolable. Y sobre todo, el peso de su cuerpo sobre el mío en el último segundo. El olor a su champú mezclándose con el hierro de la sangre. Un instinto. Ella me protegió.
“Contigo, hasta el fin del mundo.”
Mi promesa en el parque de diversiones sonó en mi memoria, ahora envenenada, convertida en una maldición.
Un temblor comenzó en lo más profundo de mi ser, una vibración incontrolable que empezó en mi núcleo y se expandió hacia afuera. No era solo llanto. Era un terremoto. Mi cuerpo entero comenzó a sacudirse de manera violenta e involuntaria, los músculos tensándose y liberándose en espasmos caóticos. Los dientes me castañeteaban, mis manos se agarrotaron, y un sonido gutural, animal, escapó de mis labios. Era el sonido de un alma siendo desgarrada, la reacción física de un trauma que no solo había quebrado mi mente, sino que había tomado control de mi cuerpo, expulsando a través de él un dolor demasiado grande para ser contenido.
La última imagen que recuerdo antes de que la oscuridad me reclamara de nuevo fue la de Bangchan sujetando mis espasmos, sus ojos llenos de pánico, y el fantasma de una sonrisa de cabello castaño desvaneciéndose en la nada, dejándome solo en el frío más absoluto que he sentido en mi vida.
Los espasmos recorrían mi cuerpo como descargas eléctricas, haciéndome temblar de manera violenta e incontrolable contra las frías sábanas de la cama. El mundo se reducía a un torbellino de sensaciones brutales: el pitido agudo y frenético de la máquina que monitoreaba mi corazón, un sonido que se clavaba en mis oídos como un taladro; y un dolor desgarrador en el pecho, tan agudo que cada latido, en lugar de dar vida, sentía que destrozaba lo poco que quedaba de mí. Era un dolor físico que palidecía ante la tortura emocional, una culpa que me estrangulaba con más fuerza que cualquier mano.