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Hyunjin parpadeó, una y otra vez, como si sus párpadas fueran de plomo. Cada destello de la luz blanca del techo le atravesaba el cerebro como una aguja, punzante y real. Esa misma realidad era lo más aterrador. No había niebla protectora, no había la amortiguada paz del coma. Solo la cruda, fría e implacable claridad de que estaba vivo, y de que Minji no.
La noción del tiempo se había esfumado. ¿Horas? ¿Días? No tenía idea. Lo primero que logró enfocar, a través del velo de sus lágrimas, fue a Bangchan. No era la imagen fuerte y serena de su mejor amigo; era un rostro devastado. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, surcados por el rastro salado de un llanto que parecía no tener fin. Las lágrimas aún caían, silenciosas y persistentes, mientras él lo miraba como si estuviera viendo un milagro y una maldición al mismo tiempo.
Hyunjin frunció el ceño, un gesto mínimo que le provocó un dolor sordo en la frente. Todo su cuerpo pesaba, como si un camión lo hubiera aplastado y luego lo hubieran reensamblado de manera incorrecta. Cada músculo, cada hueso, gritaba en protesta. Su mirada, lenta y pesada, recorrió la habitación. Allí estaban todos. Felix, con su rostro angelical marcado por la angustia; Han, todavía temblando; Seungmin e I.N., pálidos y silenciosos. Y Lee Know, de pie en un rincón, su mirada era un abismo de culpa y dolor tan profundo que Hyunjin tuvo que desviar la vista.
Él también estaba llorando. Lo sintió entonces, la humedad fría en sus propias mejillas. Pero sus lágrimas eran por algo diferente. No eran por el miedo o el alivio. Eran por la desgarradora belleza del sueño, por la paz del adiós de Minji. Había querido quedarse con ella, en ese lugar tranquilo donde el dolor no existía. Había sentido la tentación de seguirla hacia esa luz eterna. Pero la voz de Bangchan, desgarrada y desesperada, había sido un ancla demasiado fuerte.
"Debía volver", pensó, y el pensamiento fue una puñalada. Volver significaba aceptar que ella se había ido. Significaba vivir en un mundo donde su risa era solo un eco. ¿Por qué el dolor tenía que ser tan físico, tan opresivo? Sentía que una losa de granito reposaba sobre su pecho, aplastándole los pulmones, haciéndole difícil respirar. ¿Por qué todo en esta vida tenía que ser tan insoportablemente difícil?
Fue entonces cuando Bangchan, al ver la conciencia plena en sus ojos, no pudo contenerse más. Se desplomó sobre él, enterrando su rostro en el delgado pecho de Hyunjin. Su cuerpo se estremeció con sollozos convulsivos y silenciosos, tan cargados de emoción que no podían encontrar sonido.
"Pensé... pensé que nos dejarías", logró articular entre jadeos, su voz era un susurro ronco y quebrado contra la bata de hospital. "Me has asustado tanto... Eres un idiota... un grandísimo idota."
Hyunjin no dijo nada. No podía. Su boca estaba tan seca que sentía la lengua pegada al paladar, y al intentar tragar, un dolor áspero y ardiente le recorrió la garganta. Suspiró, un sonido débil y fatigado que pareció requerir toda su energía. Con un esfuerzo titánico, como si levantara un peso enorme, alzó su mano, la que no tenía el catéter. Temblorosa, llena de moretones, se posó sobre la cabeza de Bangchan, hundiéndose en su cabello oscuro.
Su caricia era torpe, pesada, pero estaba llena de una ternura infinita. Era todo lo que podía dar.
"Lo siento", logró murmurar. Su voz era apenas un susurro, un hilo de sonido que se deshilachaba en los bordes. Pero era sincero. Una disculpa por haberlos asustado, por haber deseado quedarse en la paz, por la carga que sabía que ahora representaba, y por el dolor insoportable que, al elegir volver, había aceptado tener que vivir.
En ese simple contacto y en esas dos palabras, se sellaba una nueva realidad: la larga y dolorosa travesía de aprender a vivir con un corazón partido en dos.
El silencio en la habitación era frágil, roto solo por los sollozos ahogados de Bangchan y el débil sonido de la máquina que ahora marcaba un ritmo estable, pero que para Hyunjin sonaba como un metrónomo midiendo su nueva vida sin Minji. Su mano, aún acariciando el cabello de Chan, era el único punto de anclaje a una realidad que se sentía extraña y hostil.
De repente, un movimiento en la puerta. Felix, incapaz de contenerse más, se abalanzó hacia la cama, envolviendo a ambos en un abrazo torpe pero lleno de un alivio tan profundo que lo hacía temblar.
"Hyunjin...", fue todo lo que pudo decir Felix, su voz quebrada por las lágrimas que finalmente liberaba.
Uno a uno, como imantados por el frágil hilo de vida que regresaba, los demás se acercaron. Han, Seungmin, I.N., formaron un círculo silencioso alrededor de la cama, sus manos buscando un punto de contacto: un brazo, un hombro, un pie bajo las sábanas. Eran toques suaves, como si temieran que fuera a desintegrarse. Eran lágrimas de alivio, pero también de un dolor compartido que ahora se renovaba al verlo despierto, con los ojos vacíos y llenos de una pena que los sobrepasaba a todos.
Hyunjin los miraba a través de un velo acuoso. Sus amigos. Su familia. Pero entre ellos, había un vacío que gritaba. El vacío que dejaba Minji. Y el vacío que dejaba la ausencia de Lee Know, quien permanecía inmóvil en el rincón, como un espectro atormentado.
Fue entonces cuando Hyunjin, con un esfuerzo sobrehumano, apartó suavemente a Bangchan. Sus ojos, rojos e hinchados, se encontraron directamente con los de Lee Know. La habitación contuvo la respiración. Todos esperaban un reproche, un grito, la misma rabia que Lee Know le había lanzado.
Pero lo que salió de los labios de Hyunjin fue otra cosa.
"Lo... siento", susurró, su voz un hilillo de sonido dirigido específicamente a Lee Know. "Lo siento... por no... protegerla."
No era la disculpa de quien acepta una culpa impuesta. Era la disculpa desgarradora de quien, en el fondo de su alma, creía fervientemente que era cierto. Que había fallado. Que el amor de su vida había muerto por su causa.
Esas palabras fueron el golpe final para Lee Know. La rabia que lo había sostenido se desvaneció, dejando al descubierto la cruda y devastadora verdad. Se llevó una mano a la bota, ahogando un gemido, y salió corriendo de la habitación, incapaz de soportar el peso de su propia culpa reflejada en la mirada rota de Hyunjin.
Un Nuevo Amanecer, una Nueva Sombra
La conmoción pasó. Los doctores entraron, hicieron chequeos, hablaron de recuperación física, de terapia. Las palabras sonaban huecas. Hyunjin asentía mecánicamente, pero su mente estaba en otra parte. En un lugar de oscuridad donde una luz con forma de Minji se desvanecía.
Cuando por fin se quedaron solos otra vez, solo Bangchan y él, el silencio era diferente. Menos cargado de pánico, pero más pesado por la tristeza.
"Los... mis padres?", preguntó Hyunjin, con voz ronca.
Bangchan apretó los labios. "Vinieron. Estuvieron unas horas. Dijeron que tenían que volver. Una... emergencia de trabajo."
Hyunjin simplemente asintió. No esperaba otra cosa. Ese abandono, aunque esperado, era otra pequeña muerte en su interior. Bangchan lo vio, y le apretó la mano con más fuerza.
"No importa", dijo Chan, con una firmeza que no admitía discusión. "Yo me quedo. Yo siempre me quedo. No estás solo en esto, ¿entendiste? Jamás."
Hyunjin cerró los ojos. Las lágrimas volvieron a escapar, silenciosas e implacables. No estaba solo. Tenía a Chan. Tenía a sus amigos. Pero una parte fundamental de su ser, la parte que amaba y era amada de una manera única y pura, se había ido para siempre.
Al anochecer, cuando Bangchan por fin se durmió, agotado, en la incómoda silla junto a su cama, Hyunjin miró por la ventana hacia la luna. Y por un segundo, en el reflejo del cristal, juró ver de nuevo una silueta esbelta, un destello de cabello castaño. No era un sueño, no era un recuerdo. Era una presencia.
Minji no se había ido del todo.
Y mientras su corazón latía con un dolor recién estrenado, Hyunjin supo que su viaje apenas comenzaba. Un viaje entre dos mundos: el de los vivos, que lo amaban y lo necesitaban, y el de un fantasma, el de un amor que se negaba a morir.