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La Noche del Fantasma
Al ver a mi padre salir por la puerta sin un solo "te amo, hijo", sin una pizca de preocupación, sentí que algo dentro de mí se sellaba para siempre. Estaba destrozado, pero la vergüenza por mi propio dolor era más fuerte. No podía permitirme ser débil, no cuando Bangchan había hecho tanto por mí. Debía soportarlo. Era como morir por segunda vez, una muerte silenciosa y solitaria.
Me recosté en la camilla, dándole la espalda a Bangchan y al mundo entero. Cerré los ojos con fuerza, apretando los párpados para evitar que escaparan más lágrimas. Empujé la bandeja con la sopa a un lado; el leve hambre que sentía había sido reemplazado por un vacío nauseabundo. Apagué la luz de la mesita, sumiéndome en una penumbra que se ajustaba mejor al paisaje de mi alma.
No sé a qué hora me desperté. El reloj de la pared marcaba las 2:00 AM. Y entonces, la vi.
Ella estaba en la esquina más oscura de la habitación, apenas visible, como un espejismo tejido con nostalgia y dolor. Minji. Me miraba, y sus ojos, aquellos ojos ámbar que solían brillar con alegría, ahora estaban velados por una tristeza tan profunda que me quitó el aliento. Su imagen era triste, etérea, y por primera vez, no me hablaba. Solo me observaba, y en su silencio había un reproche que me atravesaba el pecho.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza desbocada contra mis costillas. Quiero escuchar tu voz, supliqué en mi mente. Dime algo. Cualquier cosa.
Pero ella solo permanecía allí, inmóvil, y entonces vi cómo unas lágrimas silenciosas comenzaban a trazar caminos plateados por sus mejillas translúcidas. Ese llanto fantasma fue más desgarrador que cualquier grito.
Sin pensarlo, me levanté. Un error. Mis piernas, aún débiles y entumecidas después de semanas inactivas, cedieron bajo mi peso como si fueran de gelatina. Intenté avanzar, estirando mi mano hacia ella, anhelando sentir aunque fuera el frío de su presencia.
Pero solo logré precipitarme al suelo con un golpe sordo. La caída me sacudió, y un dolor agudo en la rodilla me hizo jadear. Me mordí el labio con fuerza, tapándome la boca con la mano para ahogar el sollozo que quería escapar. Todo en este mundo parecía lastimarme, como si la vida misma me hubiera dado la espalda. Mi padre ni siquiera me había preguntado si estaba bien. ¿Por qué había sobrevivido? ¿Para esto? ¿Para este tormento de tener su fantasma frente a mí, inalcanzable y mudo?
Mis hombros temblaban incontrolablemente. Con una determinación born de la desesperación, me arrastré por el frío suelo del hospital, ignorando el dolor, mis ojos fijos en ella. Mis lágrimas caían y formaban pequeños charcos en el linóleo. Solo quería saber. ¿Por qué lloraba? ¿Por qué no me hablaba? ¿Cómo se supone que debía sobrevivir no solo a su pérdida, sino a la tortura constante de su fantasma?
En la Casa de Felix: El Debate de la Esperanza
Mientras tanto, en la acogedora casa de Felix, el ambiente era tenso pero lleno de una determinación ferviente. Los chicos estaban esparcidos por la sala, con caras serias.
"Ok, escuchen", dijo Changbin, golpeando suavemente la mesa de café para llamar la atención. "Tenemos que hacer algo concreto. Podemos ir al hospital y crear una excusa, cualquier cosa, para que Lee Know tenga que ir y luego dejarlo solo con Hyunjin. Forzar la conversación."
Seungmin dejó escapar un suspiro exasperado y rodó los ojos. "Por favor, Binnie, ¿crees que Lee Know es estúpido y nació ayer? Eso sería tan obvio que se daría cuenta al instante. Además, forzar las cosas ahora podría empeorarlo todo. Hyunjin está frágil y Lee Know está consumido por la culpa. Un enfrentamiento forzado sería un desastre."
Changbin se encogió, dolido. "Entonces dígame, señor genio, ¿cuál es su gran idea?", preguntó, cruzando los brazos.
"La idea no es forzar, es facilitar", intervino Felix, su voz calmada. "No se trata de dejarlos solos en una habitación, sino de crear un espacio donde quieran estar juntos, donde sentirse seguros para bajar la guardia, aunque sea un poco."
"¿Cómo?", preguntó Han, apoyando la barbilla en sus manos.
"Recordándoles lo que los unía antes de Minji", dijo Seungmin, tomando la posta. "Antes de que fueran el novio de Minji y el hermano de Minji, eran Hyunjin y Lee Know. Amigos. ¿Recuerdan cómo se burlaban el uno del otro? ¿Cómo Lee Know le enseñaba pasos de baile y Hyunjin lo ayudaba con sus tareas de arte? Tenemos que apelar a eso, a la amistad que existía bajo todo lo demás."
"¡Exacto!", dijo Felix, con una chispa de emoción. "En lugar de llevarlos al hospital, ¿por qué no traemos el hospital a un lugar seguro? Cuando Hyunjin salga, en lugar de que vuelva a esa mansión fría o se quede solo, ¿por qué no lo llevamos a todos a nuestro viejo estudio de baile? El lugar donde los dos siempre se relajaban. Llenémoslo de cosas que amen. Música suave, sus bocadillos favoritos, sus sketchbooks... sin presiones. Solo el ambiente."
"Y luego...", continuó Seungmin, "uno de nosotros puede empezar a contar una historia tonta, de esas que involucran a los tres: Lee Know, Hyunjin y Minji. Algo feliz. No para recordar la pérdida, sino para celebrar un momento en el que los tres estaban bien. El recuerdo los alcanzará a ambos, y tal vez, solo tal vez, en ese dolor compartido, encuentren un puente."
La idea flotó en la sala. No era un plan rápido, sino uno que requería paciencia y delicadeza. Era un rayo de esperanza en la oscuridad.
De vuelta a la oscuridad
Mientras ellos planeaban la redención, yo me arrastraba hacia la esquina vacía. Con cada centímetro que avanzaba, la figura de Minji se desvanecía lentamente, como humo, hasta desaparecer por completo.
"¡No!", un sollozo ronco escapó de mis labios. Temblé incontrolablemente, tirado en el suelo, incapaz de levantarme. Mi mirada se desvió hacia el gran ventanal. Allí estaban las luces de la ciudad, indiferentes y brillantes, y en el cristal, mi propio reflejo: un rostro pálido, marcado por las lágrimas y la desesperación, un fantasma más en la noche.
Las lágrimas siguieron cayendo, un río interminable de dolor. La fatía y la debilidad física finalmente me vencieron. Con la mejilla apoyada en el frío suelo, mirando mi triste reflejo en la ventana, el agotamiento me rindió. Me quedé dormido allí, en el suelo, solo, con el frío del linóleo penetrando mis huesos y el eco de un fantasma mudo grabado en mis ojos cerrados.