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La Incursión del Depredador
La frágil burbuja de alegría se reventó de la manera más violenta posible. La puerta de la habitación se abrió de golpe, no con la suavidad de una enfermera, sino con la fuerza bruta de quien exige entrada. Y allí, en el marco, con la misma frialdad con la que habría inspeccionado una junta directiva, estaba el Sr. Hwang.
El aire se heló al instante. Hyunjin, que acababa de relajarse con Kkami en sus brazos, se puso rígido. Un terror primitivo, el mismo que sentía de niño cuando escuchaba sus pasos acercarse a su habitación, lo paralizó. Como un acto reflejo, apretó a Kkami contra su pecho, como si el pequeño perro pudiera protegerlo.
Los chicos, en un instante, cambiaron de modo. Las sonrisas se borraron, reemplazadas por máscaras de determinación feroz. Se movieron como un solo organismo, formando un muro viviente alrededor de la cama de Hyunjin. Bangchan se puso al frente, con la espalda recta.
"Señor Hwang, le ruego que se retire", dijo Bangchan, su voz temblaba ligeramente, pero no cedía. "No es bienvenido aquí."
El Sr. Hwang ni siquiera lo miró. Su mirada, cargada de desprecio, estaba fija en su hijo. Con un gesto casi imperceptible de su mano, dos guardaespaldas corpulentos entraron y, con una eficiencia brutal, apartaron a los chicos. No fue una pelea justa; fue un barrido. Felix y Han cayeron contra la pared, Seungmin y Changbin fueron sujetados con fuerza. Lee Know forcejeó con rabia animal, pero fue inútil.
El Secuestro y la Suplica Desesperada
Uno de los guardias se acercó a la cama y, con despiadada indiferencia, intentó arrancar a Hyunjin de las sábanas. Hyunjin, aún débil y aturdido, se aferró al colchón, pero sus fuerzas no eran rival. Lo levantaron como si fuera un fardo, haciendo que Kkami saltara de sus brazos con un chillido de susto.
El miedo se apoderó de Hyunjin por completo. Su cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente, como una hoja en una tormenta. El monitor cardíaco a su lado empezó a pitar con frenesí, su ritmo cardíaco se disparó. El mundo comenzó a dar vueltas a su alrededor, las náuseas subieron por su garganta como una marea ácida. El dolor físico, agudizado por el pánico, era insoportable.
"Papá...", la voz de Hyunjin era un hilo de sonido, un susurro aterrorizado. "Papá, por favor... por lo que más quieras... no me lleves. Déjame aquí... soy feliz. Si de verdad me amas, aunque sea un poco... por favor."
El Sr. Hwang caminó hacia él, su rostro era una máscara de impaciencia. "Siempre exageras, Hyunjin. ¿Realmente eres mi hijo? Yo no recuerdo haberte enseñado que llorar y suplicar cambiará el mundo. Vamos a casa. Allí te cuidarán adecuadamente. Y claro...", añadió, con una crueldad calculada que cortaba como cristal, "...cuando te cures, no volverás a ver a ninguno de ellos. Se acabaron estos juegos."
Esas palabras fueron la estocada final. La última esperanza de Hyunjin se desvaneció.
"No, papá... no me hagas esto...", suplicó, las lágrimas cayendo en ríos por sus mejillas pálidas. Le costaba respirar, cada inhalación era un jadeo corto y doloroso. "¿Acaso... acaso mi felicidad es menos importante que tu control? Si me llevas de aquí, padre... te juro... te juro que esta será la última vez que me veas con vida."
Su voz era tan baja, tan cargada de una certeza aterradora, que incluso los guardaespaldas dudaron por un segundo.
"Si no me matas tú... lo haré yo."
La amenaza, susurrada con la serenidad de quien no tiene nada más que perder, resonó en la habitación. Por un instante, el único sonido fue el pitido frenético de la máquina y los sollozos ahogados de Felix.
El Sr. Hwang lo miró, y por primera vez, algo parecido a una emoción cruzó su rostro. No era preocupación. Era fastidio. Fastidio por la complicación, por el drama, por la resistencia de este hijo que se negaba a doblegarse.
"Eres patético", escupió el Sr. Hwang. "Y las amenazas vacías no impresionan a nadie. Nos vamos."
Mientras el guardaespaldas cargaba a un Hyunjin que ahora luchaba débilmente, con la mirada perdida y el aliento entrecortado, la rabia de sus amigos alcanzó un punto de ebullición.
"¡SUÉLTENLO!", rugió Lee Know, con una voz que no parecía humana.
"¡LLAMEN A SEGURIDAD!¡ALGUEN! ¡POR FAVOR!", gritó Bangchan, forcejando contra el guardia que lo sujetaba.
"¡ES UN ASESINO!¡ESTÁ MATANDO A SU PROPIO HIJO!", chilló Han, con lágrimas de rabia corriendo por su rostro.
Pero era demasiado tarde. El Sr. Hwang salió de la habitación seguido por su séquito, llevándose consigo no solo a Hyunjin, sino también la última chispa de luz que quedaba en sus ojos. La batalla parecía perdida.
--- Un Latido al Borde del Abismo El guardaespaldas cargaba a Hyunjin como un saco, su cuerpo delgado y tembloroso colgando sin fuerza. Los gritos de sus amigos se convertían en ecos lejanos, ahogados por el zumbido ensordecedor en sus propios oídos. El mundo era un remolino de luces del techo y el rostro impasible de su padre caminando adelante. "Papá... por favor...", fue lo último que logró susurrar Hyunjin, antes de que una opresión brutal le apretara el pecho. No era solo el miedo. Era algo físico, tangible. Un elefante sentado sobre su esternón, aplastándolo. Dejó de forcejear. Sus brazos cayeron inertes. Su cabeza se ladeó, y su mirada, ya de por sí vidriosa, perdió todo el enfoque. El guardaespaldas que lo cargaba lo sintió flácido. "Señor...", dijo, con un tono de alarma inusual en su voz profesional. El Sr. Hwang se giró, impaciente. "¿Qué pasa ahora?" Fue entonces cuando Hyunjin dejó de respirar. No fue dramático. No fue un jadeo final. Fue un simple cese. Su pecho dejó de moverse. El pito frenético del monitor cardíaco, que aún resonaba desde la habitación, se cortó de golpe, reemplazado por un tono largo, plano y lúgubre que heló la sangre de todos los presentes en el pasillo. El Caos y la Realización Desde la habitación, el sonido del tono plano fue un cuchillo en el corazón de cada uno de los chicos. "¡NO!", el grito de Bangchan fue desgarrador, un sonido puro de terror. "¡HYUNJIN!", Lee Know se liberó de un golpe del guardia que lo sujetaba, su rostro una máscara de horror absoluto. Los guardaespaldas del Sr. Hwang, confundidos, soltaron a los demás chicos. Todos corrieron hacia la puerta, solo para ver la escena dantesca en el pasillo: Hyunjin, colgando inerte en brazos del guardia, y el Sr. Hwang, mirando el cuerpo de su hijo con una expresión que no era de pánico, sino de... incredulidad fastidiada. "¿Qué... qué es esta nueva farsa?", murmuró el Sr. Hwang, pero su voz carecía de su firmeza habitual. No fue una farsa. De la habitación vecina y de la estación de enfermeras, el personal médico salió corriendo. El tono plano de un monitor cardíaco es la alarma más crítica en un hospital. "¡CÓDIGO AZUL! ¡PASILLO, FRENTE A LA HABITACIÓN 304!", gritó una enfermera. En segundos, el pasillo se llenó de gente de blanco. Arrebataron a Hyunjin del guardaespaldas y lo colocaron en el suelo. Una enfermera comenzó compresiones torácicas con una fuerza brutal, cada empuje un recordatorio siniestro de la fragilidad del cuerpo bajo sus manos. El Rostro de la Culpa El Sr. Hwang observaba, paralizado. Vio cómo el cuerpo de su hijo se sacudía con cada compresión. Vio la desesperación en los rostros de los médicos. Vio el dolor crudo, la rabia y las lágrimas en los rostros de esos "amigos" que él despreciaba. Por primera vez en su vida, la realidad, fría, dura e innegable, se estrelló contra su armadura de indiferencia. Esto no era un berrinche. No era un drama. Era un paro cardíaco. Su hijo estaba sufriendo un paro cardíaco por el terror que él mismo le había infundido. "Lo... lo empujé...", murmuró Lee Know, cayendo de rodillas en el pasillo, su mirada fija en la escena. "Yo le dije que su padre lo mataría... era una metáfora... no... no esto..." Bangchan, con el rostro empapado en lágrimas, se acercó al Sr. Hwang. Ya no había gritos, solo una pregunta cargada de todo el dolor del mundo. "¿Está satisfecho, señor?", susurró Bangchan, su voz quebrada. "¿Ve? Finalmente logró callarlo. ¿Es esto lo que quería?" El Sr. Hwang no respondió. Solo podía mirar. El sonido de las compresiones torácicas, el tono plano, los sollozos... era un eco ensordecedor de su propio fracaso. Su hijo, su heredero, su posesión, se le escapaba entre los dedos, no por rebeldía, sino porque su corazón, literalmente, no podía soportar más el peso de ser su hijo. En ese momento, mientras los médicos luchaban por traer de vuelta a la vida al joven que yacía en el suelo, el imperio de arrogancia y control del Sr. Hwang se hacía añicos alrededor suyo, exponiando el vacío y la ruina que siempre había estado allí. La batalla por Hyunjin había llegado a su punto más oscuro, y el precio de la victoria, si es que la había, sería una cicatriz que jamás sanaría.