My only life

Capítulo 2: El Presente

—Pero, ¿no hay algo que se pueda hacer? —la voz de la madre temblaba.

Madre e hija se sostenían las manos, entrelazando sus dedos con una fuerza que buscaba el consuelo que las palabras no podían dar. Lo que para la madre de Marianna había sido solo estrés por la carga de la escuela, se había transformado en la peor de sus pesadillas. En sus más profundas dudas, nunca imaginó que la causa del cansancio y los extraños síntomas de su hija fuera una enfermedad. Mucho menos una tan desconocida como la miastenia gravis.

Una enfermedad autoinmune crónica que ataca los músculos, los que controlas para respirar, tragar, hablar, y hasta para moverte. Se manifiesta con debilidad y una fatiga extrema. Marianna no podía creerlo. No le sorprendía el diagnóstico, pues era lo que había sospechado todo este tiempo, pero la cruda realidad de una enfermedad que afectaría todos sus planes futuros era insoportable.

—Nos habían dicho que era por el estrés —insistió la madre, con la voz quebrada por la negación.

—Señora, la verdad es que su hija presenta todos los síntomas. Esta enfermedad se manifiesta muy poco en jóvenes y, en el caso de Marianna, es algo que simplemente se presentó.

La madre de Marianna no podía asimilarlo. Una de sus hijas, su pequeña, tenía que vivir con algo así.

—¿Hay alguna solución, verdad? —preguntó.

—La medicina para este tipo de enfermedad es común —dijo el médico, pero negó con la cabeza—. Sin embargo, requiere una cirugía. Aun con esta intervención, no podemos asegurar el éxito. Su hija tendrá que vivir con esta enfermedad el resto de su vida.

Cuando salieron del hospital, madre e hija caminaron en silencio. El diagnóstico entre sus manos pesaba como una losa. No podían consolarse porque cada una estaba perdida en su propio dolor. Subieron a un taxi y, mientras el coche avanzaba, Marianna miró por la ventana, con la mano de su madre aún entrelazada con la suya. En la ventana, solo veía reflejada la pregunta que no dejaba de atormentarla: ¿y ahora qué?

Al llegar a casa, su hermana mayor las recibió.

—¿Puedes decirme qué tiene? —preguntó con preocupación.

—Ella tiene... —la madre no pudo terminar la frase. Le entregó los papeles del diagnóstico a su hija mayor y se encerró en su habitación, en un intento de llamar al padre de Marianna.

La hermana de Marianna leyó el documento, mientras la chica se arrojaba a su cama.

—Vaya… —murmuró la hermana, conmovida por lo que leía.

—Sí. ¿No crees que es una estupidez? —preguntó Marianna, con la voz ahogada.

—Parece que sí. —contestó su hermana, sentándose a su lado—. ¿Ya te dijeron si se podía curar?

—Tengo que tener una cirugía para que me quiten un timo del pecho —murmuró, acostándose de lado, dándole la espalda.

La hermana mayor la dejó sola. Nadie podía saber el peso que Marianna cargaba. Nadie podía entender por qué la vida había sido tan injusta con ella. Todas esas preguntas sin respuesta se quedaron en su cabeza, atormentándola.




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