—¡En diez minutos llegamos! —exclamó mi padre. Mi hermano pequeño, Mike, dio saltos de alegría en su asiento para niños.
A mi padre le ofrecieron una oferta de trabajo al extranjero, así aquí estamos.
Me miré en el espejo retrovisor, mi largo pelo castaño se había salido del moño que había hecho. Hacía calor, a pesar de que estaba encendido el aire acondicionado en el coche.
De repente mi móvil vibró en mi mano. Lo saqué y vi que era mensaje de Sarah, mi mejor amiga.
Sarah: «¿Ya has llegado? No te olvides de las fotos. ¡Quiero ver tu habitación! Ya te extraño...😢♡»
Yo: «No, falta poco. Y ya te pasaré las fotos😙»
De pronto, llegó otro mensaje de... ¿mi madre? ¡Si está sentada delante de mí!
Mamá: «Deja el móvil y mira hacia fuera».
Guardé el móvil en el bolsillo y miré por la ventanilla del coche. Habíamos llegado a nuestra casa nueva. Era grande y bonita. Mi padre conducía el Jeep negro hacia la entrada de la casa.
Abrí la puerta y salí del coche. Mis pies descalzos tocaron el suelo que estaba a mil grados, se me había olvidado ponerme los zapatos, los había quitados debido al largo viaje.
Grité de dolor, volví al coche, me puse mis sandalias y salí de nuevo.
—¡Quiero elegir mi habitación primero! —gritó Mike, mientras corría por delante.
—¡De ninguna manera, Mike! —grité con rabia, antes de coger a mi hermano y cargarlo en mi hombro. Entré en la casa.
Fui mirando las habitaciones, con mi hermano golpeándome la espalda y gritando. Después de haber visto todas, decidí quedarme con la habitación que tenía un balcón y era grande, perfecta para mí.
Solté a mi hermano, al mismo tiempo que decía: —¡Me quedo con esta! —mi hermano bufó antes de salir por la puerta dando un portazo. Abrí la puerta que daba al balcón y salí al exterior.
Mis ojos se dirigieron a la ventana del balcón opuesto. La luz estaba encendida en la habitación. Entrecerré los ojos para ver mejor y casi me da un paro cardíaco. Un chico se estaba quitando la camiseta, y dios, se veía muy bien. Cuando empezó a quitarse los pantalones, me sonrojé.
De repente, volvió la cabeza en mi dirección y me alejé del balcón lo más rápido que pude. Espero que no me haya visto, pero dudaba de eso, ya que corrió las cortinas.
Me dejé caer en la cama, que estaba en el centro de la habitación. Genial, mi primer día aquí y ya ha pasado algo embarazoso.
Hacía un calor insoportable, así que decidí darme una ducha.
Después de ducharme, envolví una toalla alrededor de mi cuerpo. Me sequé el pelo y lo recogí en una trenza. Salí del baño, abrí la puerta de mi habitación, mi maleta ya estaba ahí, mi padre debió de haberlo dejado aquí. Cogí la maleta y cerré la puerta. La dejé encima de la cama, abrí el cierre y saqué una blusa y unos pantalones. Corrí las cortinas antes de cambiarme.
Una vez cambiada, me acosté en la cama y busqué mi móvil del bolsillo de los pantalones que llevaba antes.
¡Las fotos! Tomé algunas fotos de mi habitación y las pasé a Sarah por WhatsApp.
Sarah: «¿En serio?».
Yo: «Bonito ¿verdad?».
Sarah: «Te odio... ¡El próximo fin de semana voy a venir, no me importa el tiempo dure el viaje!».
Justo cuando estaba a punto de contestar, escuché la voz de mi madre.
—¡Sid, prepárate para la cena! ¡He invitado a nuestros vecinos! —gritó des de la planta baja.
Hice una mueca. Estaba nerviosa. ¿Qué vecinos? No me habrá visto, ¿verdad? ¿Y si lo ha hecho? No, no creo que me reconozca... ¿Verdad?
El timbre de la puerta interrumpió mis pensamientos. Oí a mi madre saludar a los invitados. Escuché una voz femenina, una vieja y temblorosa, y otra profunda masculina...
—¡Sid, Mike, venid a saludar! —mi madre llamó desde abajo. De mala gana, me levanté y salí de mi nueva habitación.
Le saludé con un apretón de mano a la chica, que era unos cinco o seis años más mayor que yo, se llama Olivia y me dio la bienvenida antes de que mi madre le arrastrara hacia la cocina.
El viejo me dio un abrazo y me dijo que estaba muy contento de tener a otra niña cerca... Al parecer no había muchos por aquí. El viejo se fue al comedor, dónde Mike estaba esperando a recibirlos. Y, bueno, ahora tocaba saludar al chico de la voz profunda, que parecía tener mi edad.
Si... era el chico de la ventana. Pero me resultaba muy familiar...
Le estreché la mano, vacilante. Sentí una extraña sensación al estrecharle la mano, y le miré a los ojos. Me sonrió. Su sonrisa era cálida, pero su mano era áspera.
De repente se acercó a mi oído.
—Bienvenida, pequeña acosadora —me susurró al oído.