Toda una caravana llegó hasta Tesalia en ese momento. La reina Andrómaca los recibió con todo el dolor en su corazón, sabía muy bien lo que había pasado por el mensajero que había llegado unos días antes. Fue entonces cuando le trajeron en una camilla el cuerpo sin vida de su amado, Neoptólemo.
Ella no podía creerlo, no cabía en su mente que una vez más se había enviudado; en todos esos años había aprendido a amar a su esposo a pesar de todo lo que había pasado. Sí, ella era una princesa de Troya, Neoptólemo era uno de los guerreros saqueadores, él la había tomado por esposa luego de que los griegos habían tomado la ciudad. Sin embargo, nunca la había tratado como un trofeo, sino más bien como lo que era: una persona de mucho valor.
Se acercó entonces, Andrómaca hacia su marido; tocó su frente fría y palpó sus inanimadas manos. No pudo contener sus lágrimas y se quebró en llanto.
— ¿Por qué Neoptólemo? ¿Por qué ahora? — exclamó.
Heleno se acercó por detrás y la abrazó, ambos se conocían desde hace tanto tiempo. Los dos eran príncipes en Troya, pero se les había perdonado la vida, y desde entonces habían vivido en Tesalia, en el palacio de los mirmidones. Heleno como el consejero del rey, y Andrómaca como la reina.
— ¿Qué será de mi ahora? — decía Andrómaca entre gemidos. Era la segunda vez que perdía a un cónyuge. El primero había sido Héctor, de Troya, muerto por Aquiles; luego de ese acontecimiento vino el asedio de los griegos hacia la ciudad, habían atravesado los muros escondidos bajo el gigantesco y majestuoso caballo ideado por el ingenioso Odiseo. Así fue como vio a sus hijos ser arrojados desde lo alto de las murallas, y a toda la ciudad que la había acogido siendo arrasada por el fuego. Esas imágenes no se despegaban de su cabeza, y noche tras noche la atormentaban. Después de todas esas tragedias, había tenido una nueva vida, se había casado nuevamente con el príncipe de los mirmidones y se había convertido en la reina. Pero todo se desplomó en el instante en que vio el cadáver de su esposo yacente frente a ella.
— Le prometí a Neoptólemo que cuidaría de ti, y de tus hijos — murmuró Heleno —, y lo cumpliré con ello.
Pero no había palabras que consuelen en ese momento a Andrómaca.
Heleno desde siempre había sido un gran amigo para ella; él era el hermano de Paris y Héctor. Por lo tanto en el pasado había sido el cuñado de la reina, él tenía el don de predecir el futuro, y gracias a eso se le fue perdonada la vida y fue llevado a Tesalia como esclavo. Pero ganándose la confianza de Neoptólemo, fue convertido en siervo y luego en consejero real. Nunca se había perdonado el haber traicionado a su tierra, a su familia, su sangre; sin embargo, ahora tenía una nueva vida. De no haberlo hecho, hubiera terminado igual que los demás desdichados en Troya, y con todos los años de servicio que había cumplido bajo el mando de Neoptólemo, había pagado el costo de su traición.
Andrómaca estaba tan desconsolada en ese momento, no tenía idea de lo que iba a decirle a sus hijos si llegaban a preguntar por su padre. Estos eran aún muy jóvenes como para entenderlo.
— ¿Quién fue? — exclamó.
Y como nadie contestó siguió insistiendo.
— No se sabe quién fue, mi señora — contestó uno de los que había llegado con la caravana —, a su esposo simplemente lo encontramos tendido frente al templo de Apolo. Entre las cenizas que quedaron de este mejor dicho.
Nadie pareció entender.
— El templo de Apolo fue saqueado y lo incendiaron — prosiguió aquel sujeto.
— ¿Y nadie sabe quién fue el imbécil que saqueó el templo? ¿Quién fue el imbécil que mató a mi marido a sangre fría? — preguntó la reina.
Pero nadie sabía responderle.
Días antes de partir, Neoptólemo había escrito un testamento el cual afirmaba que si la hora de su muerte llegaba antes de que su hijo mayor, Moloso, alcanzara la madurez, el reinado le correspondería a Heleno. Su fiel consejero. Por su puesto, nadie estaba de acuerdo con esto. Al menos ni la mitad de los súbditos concordaban. Muchos creían que todo era una mentira impuesta por el consejero, pero muchos habían sido testigos y habían estado cuando Neoptólemo firmó el testamento. No podían contradecir la palabra del rey. Aunque este ya estuviera muerto.
— Vamos, hay que darle la noticia a tus hijos — le dijo Heleno a Andrómaca.
— Se los diré cuando sea el momento — respondió entre lágrimas.
Todos estaban tan devastados con la muerte del rey Neoptólemo. Era el último hijo de Aquiles, el único que quedaba, y el último rey de Tesalia. Una vez muerto él, ¿En quién pondrían su confianza? Ya no quedaba nadie. Todos los héroes habían muerto, la época de las hazañas había terminado.
Editado: 07.07.2018