Myrmidon - La Espada Perdida [libro 1]

Capítulo II – Los deberes del reino

Moloso

Él observaba todo desde lo alto del balcón. A lo lejos se veía la inmensa franja de humo que se alzaba hasta los cielos. Otra aldea había sido arrasada. Su corazón se partía en mil pedazos con solo pensar la cantidad de hombres asesinados, las mujeres secuestradas, los niños mutilados y los ancianos. Cada día eran más las pérdidas dentro del reino. Estaba tan frustrado con los dioses. Ya ni siquiera podía creer en ellos. Ante tanto caos, tantas cosas que habían sucedido, era difícil pensar que esos mismos dioses habían ayudado a su abuelo en tantas hazañas.

Por poco olvidamos el detalle más importante; Moloso era nieto de Aquiles, el mismo que mató a Héctor y luego lo ató a su carro paseándolo alrededor de las murallas, el mismo que había librado tantas batallas antes de que una flecha le interceptara en el talón provocando su muerte. Moloso, y sus dos hermanos, Pérgamo y Phylos, eran los únicos sucesores del linaje de Aquiles. Los únicos herederos al trono. El príncipe Moloso era el mayor de sus hermanos, hacía tan solo unos días había cumplido la mayoría de edad. Pero todavía no estaba dispuesto a asumir el trono. No se sentía preparado. Su padrastro, Heleno, era el rey en aquel entonces. Él había asumido el trono a la muerte de Neoptólemo, hijo de Aquiles y padre de Moloso. Heleno era tan solo un simple sirviente, sin embargo se había ganado la confianza de Neoptólemo, y éste a su muerte lo hizo rey, ya que Moloso era aún muy joven. Recordó las palabras de su padre, antes de que éste iniciara aquel viaje que lo llevaría a su propia muerte.

Un rey no es rey para sí solo, debes elegir lo que es mejor para el reino, no para ti.

En ese entonces, Moloso sólo contaba con seis años. No entendía por qué su padre debía irse. Nunca lo pudo entender, ni tampoco su madre se lo había explicado bien. Lo único que entendía era que ser rey demandaba muchos sacrificios. Si ser rey consistía en que debía dejar de lado todo lo que amaba, no quería serlo. Prefería tener un lugar como príncipe. O ser nada más que un noble. Nunca asumiría el trono de ser posible. Eso probablemente tendría que pasar dentro de muy poco tiempo, ya que tenía la edad suficiente para serlo. Pero pensó en rechazarlo nuevamente. Su padrastro Heleno era un buen rey, a pesar de que en su vida pasada fue un adivino en Troya, luego convertido en un sirviente, no tenía sangre de mirmidón, pero demostró ser un rey muy justo y bondadoso. Además, Moloso lo consideraba como su padre. A pesar de tantas diferencias que tenían y que por mucho tiempo le había costado respetarlo y aceptar que su madre tuviera que casarse con él para mantener el reino. Era el único de los tres hermanos que respetaba a Heleno.

De pronto sintió una mano tocando su hombro. El príncipe retrocedió para ver quién era y se encontró con la silueta de una joven rubia. Sus ojos eran tan claros como el cielo y su piel tan pálida.

— Adrienne — murmuró —. Que grata sorpresa que me visites justo ahora y en este lugar.

— Vine a ver cómo estabas — contestó la joven Adrienne.

— Estoy bien. No debes preocuparte. Mejor preocúpate por los que estén afuera del palacio.

— Ni deberías mencionarlo. Cada día vienen más, y más refugiados a pedir nuestro auxilio.

— Y cada vez crecen más las protestas. Algo me dice que los amotinadores volverán otra vez.

— Esperemos que no. Sería un desastre la ciudad si eso ocurre. Pero aun así, lo sabrás controlar. Ellos quieren que tú seas el rey.

Moloso no podía siquiera aceptar aquello.

— No seré el rey. Nunca lo seré.

— ¿Por qué no? Podrás hacer lo que quieras. Podrás elegir como reina a la mujer que quieras, tendrás todo el reino a tus pies — respondió Adrienne.

El príncipe le echó una mirada. En sus negros ojos había una mezcla de angustia y dolor. Pero a la vez, era una mirada tan apasionada.

— Si fuera el rey, solo pediría una voluntad — murmuró. Hizo unos pasos acercándose más a Adrienne. Su respiración comenzó a agitarse — Y esa voluntad sería tenerte a mi lado para siempre.

De pronto su mano se movió automáticamente hacia la cintura de aquella joven.

Adrienne sentía escalofríos recorrer su cuerpo a medida que las manos de aquel príncipe palpaban su espalda. Comenzó a desesperarse. No podía verse en aquella situación con el príncipe. No era el momento, ni el lugar. ¿Qué dirían los demás si los vieran así? Sin embargo se dejó llevar. Ya no tenía escapatoria. Entonces sintió los labios de Moloso recorriéndole las mejillas y el cuello, hasta quedarse impregnados finalmente en sus labios. Era una sensación extraña. Aquel beso era el primero que había recibido. Hace bastante tiempo había comenzado a sentir atracción por Moloso, pero dudada que el príncipe sintiera lo mismo por ella. Se sentía tan poca cosa para él. Moloso era un joven apuesto, noble, valeroso. Adrienne era una noble encantadora, pero no estaba segura de ser lo suficiente para él. Sin embargo, Moloso le demostró lo contrario en esos instantes.



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En el texto hay: mitologia griega, guerras, centauro

Editado: 07.07.2018

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